En diez milenios de civilización los terrícolas hemos tenido la prudencia de agradecer cada alimento que llevamos a la panza. ``Danos el pan de cada día...'' Sobre el tema hay poco que discutir porque si de un lado es verdad que no sólo de pan vive la humanidad, digamos que sin este combustible de la vida las cosas del espíritu no irían muy lejos.
Unos agradecen a Dios, otros a la tierra. Como fuere, en la raíz de la sacralización del pan subraye lo que cada ser humano lleva dentro de sí: el miedo al hambre. Sin embargo, historiadores como George Duby pudieron separar la paja del trigo para lanzar el grito de advertencia: ``Incomprensiblemente, nuestra civilización ha perdido el miedo a la falta de alimento''.
Duby se refería, lógicamente, a la cuarta parte de la población mundial que a más de darse semejante lujo supone que a ella ni le va ni le viene la existencia de 800 millones de desnutridos en el mundo. Se trata de dos galaxias distintas, situadas a años luz de distancia: los que comen y los que no comen o apenas comen. Y una más: la de quienes mal comen y sufren una suerte de desnutrición al revés.
En India, los campesinos creen que el hambre es obra de la ``maldición de Satavi'', espíritu malo contra el cual la ciencia moderna no tiene remedio. Así, cuando Satavi aparece, sólo la oración vale. Empero de un modo menos mítico, la ciencia y la tecnología modernas han venido poco a poco demostrando que ni Satavi, ni el maltusianismo que en el siglo pasado profetizó el fin del mundo por falta de alimentos, en relación al aumento de la población, cuentan con bases sólidas para entender un fenómeno complejo que requiere de solución urgente: la desnutrición.
Definido por los especialistas como la más cruel epidemia y el más serio problema social y biológico del mundo, el problema de la nutrición no es de carácter médico, sino un problema socio-económico, político y cultural. Es decir que la desnutrición, antes que un problema de salud, es un problema social que tiene que ver con los conocimientos de la mujer y la educación de los padres indistintamente de que sean ricos o pobres aunque, naturalmente, los pobres sean los más afectados.
En el ``Estado Mundial de la Infancia 1998'', informe anual de UNICEF que acaba de ser presentado en México por María Maurás, directora para América Latina y el Caribe, y la escritora Elena Poniatowska, se asegura que no es por falta de alimentos que doce millones de niños y niñas menores de cinco años mueren en el mundo por esta epidemia que, doble paradoja, no es infecciosa.
Desde hace tres años, por ejemplo, la producción mundial de alimentos se mantiene por encima del crecimiento demográfico. En América Latina, países con serios problemas nutricionales y con regiones que viven en hambruna crónica en Brasil, México y Perú, aumentaron la producción de alimentos, al igual que Argentina, Costa Rica, Cuba y Ecuador. ¿Dónde radica el meollo de la tragedia?
En la antigua Babilonia, las dinastías distribuían trigo y otros víveres en tiempos de escasez; la medida se tomaba para evitar revueltas o impedir que un gobernante fuese derrocado. En la Atenas de Pericles, los gobernantes recomendaban el cuidado y alimentación de los 450 mil esclavos que estaban al servicio de 90 mil ciudadanos.
En el medioevo, la seguridad de los pobres quedaba librado a la buena de Dios. Pero si aceptaban cobijarse bajo el amparo de algún señor de la comarca tenían al menos garantizado el sustento diario. Con todo, cuando a fines del siglo XIV, la peste negra mató a la cuarta parte de la población de Europa, el mundo medieval aceleró su caída y abrió las puertas de la era moderna. La peste fue uno de los factores de una crisis generalizada: guerras, hambrunas, y quizá la malnutrición que facilitaron la difusión de la peste.
Actualmente 358 magnates del mundo perciben ingresos superiores a 40 por ciento de la población mundial: 2.300 millones de personas. Sólo que ya no hay amos ni señores feudales ni patrones interesados en velar por la suerte de los pobres. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sostiene que ``no hay aldea global que aguante tamaña inequidad''. Y el Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación es categórico: ``Se puede producir inclusive con excedentes, pero el poder adquisitivo se concentra en pocas manos''