Adolfo Sánchez Rebolledo
El tiempo de Cárdenas

Ya se ha convertido en un lugar común decir que el nuevo gobierno capitalino tiene ``poco tiempo''. Y es cierto. Cárdenas gobernará tres años, apenas la mitad de un sexenio, y eso si no presenta su candidatura a las elecciones del año 2000, lo cual parece bastante probable. La pregunta que sigue (y la respuesta también) es obvia: ¿tiempo para qué? Un trienio es insuficiente para realizar los grandes cambios que la ciudad requiere (y que ya no dependen exclusivamente de ella), pero es un lapso adecuado para devolver a la ciudadanía la confianza en las instituciones democráticas. Como quiera que sea, a la dificultad de gobernar la ciudad se añade hoy la carga de la sucesión presidencial que, seguramente, definirá la intensidad de la confrontación política en los meses que vienen.

No hay vuelta de hoja: Cárdenas no tiene más remedio que librar con éxito el desafío, gobernando como si, en efecto, el tema no estuviera clavado en el centro de la agenda, en la inteligencia de que un fracaso en el Distrito Federal cancelaría otras opciones. De esa capacidad para concentrarse en el gobierno del Distrito Federal depende su futuro inmediato. Y, sin embargo, nadie debería engañarse al respecto: el 2000 está aquí, sus efectos comienzan a sentirse y nada ni nadie podrá exorcizarlo.

Y en este punto el tema del partido es inevitable. Cárdenas se ha propuesto, y no podía ser de otra manera, gobernar para todos, pero esa disposición implica asumir que, además de todos los problemas reconocibles a simple vista, hay también una tensión continua e ineludible entre los objetivos propiamente partidistas y las exigencias de una sana administración pública; una tensión tácita entre el partido, que es una entidad autónoma, y el impulso, digamos presidencialista, que tiende a convertir al gobierno en el partido real, en detrimento de sus órganos permanentes de dirección. El tema de la separación o la ``sana distancia'' entre partido --aparato electoral y gobierno-- y dirección política, como podrá advertirse, no es exclusivo de ninguna formación.

En un escenario sumamente complejo, el perredismo encabezado por Cárdenas tendrá que ir definiendo líneas coherentes de relación con el Ejecutivo, con la oposición en el DF, con los demás partidos nacionales, en el Congreso y con la sociedad en general. Pero tiene que hacerlo reformando sus propias instancias directivas y organizativas, aprovechando la posición ventajosa pero hasta cierto punto inesperada que ahora tiene en el escenario nacional. Hoy sus principales cuadros políticos se ubican en las cámaras federales, en el gobierno del DF, pero también en las diputaciones locales y en numerosos ayuntamientos. Es, pues, un partido de gobierno y a la vez una fuerza de oposición.

Y para asimilar esta novedad, que no es sencilla, en una actitud política productiva tampoco hay demasiado tiempo. Muy pronto veremos si esta redistribución de la influencia perredista acentúa o no las tendencias centrífugas siempre presentes o si, por el contrario, refuerza el centralismo que ha sido su marca de origen. En todo caso, aquí y ahora el PRD se juega su perfil, pero también sus perspectivas. Las actuales instancias ejecutivas del partido tendrán que hacer un esfuerzo suplementario si quieren mantenerse como el centro de dirección política de ese vasto complejo de intereses. Es claro que, de ahora en adelante, los antiguos problemas organizativos y políticos del perredismo ya no podrán resolverse apelando a los clásicos llamados a la ``movilización'' con que en el pasado se subsanaban las deficiencias. Dar el paso hacia un partido nacional coherente, unido más por la política que por la ocasión, no es sencillo pero es indispensable para la transición política en su conjunto. Y para ello los perredistas tampoco disponen de mucho tiempo. La ciudadanía espera mucho más que gobiernos guiados por el pragmatismo, legisladores sumergidos en la ensoñación parlamentarista o un partido de consignas. El éxito de Cuauhtémoc Cárdenas para atender las tareas de gobierno, sin renunciar a otros legítimos objetivos nacionales, también dependerá del talante que su partido ofrezca a la opinión pública. Y el tiempo vuela