Adam Guevara es un dramaturgo --y, esencialmente, director-- preocupado en extremo por los problemas políticos y sociales de nuestro país: cuando Sartre estaba muy de moda, se hubiera podido decir de él que hace teatro comprometido. En el marco de los festejos por los 50 años de la Escuela de Arte Teatral del INBA presenta su más complejo y ambicioso texto, dirigido por él mismo. ¿Quién mató a Seki Sano? presenta, desde el título, una serie de ambigüedades que propician varias posibles lecturas. El conocimiento de un supuesto asesino del importante director japonés --que da lugar a un chiste de buena factura en un momento dado-- aparece como un dato que puede deberse a un sentimiento de persecución del viejo actor, pero es en realidad una gran metáfora, sustento y tesis de la obra. Guevara propone que todo creador que se aparta del sistema es perseguido y marginado, como lo fue Seki Sano, como lo es su protagonista.
Una lectura superficial de esta obra circular pretendería que el viejo actor lucha contra el olvido, recluido en algún asilo en donde lo asiste una enfermera (tema que ya fue tratado en la excelente Mutis de Elena Guiochíns). Pero el autor da una serie de datos inquietantes que colocan la acción en otro plano. Está ese homenaje que se le da al actor a un año de su muerte y al que el viejo desea acudir para comprobar que está vivo. Está esa enfermera que parece saber algo que los demás desconocemos. Están los hombres con pinta de guaruras que lo llevan a una cita incierta. Está ese Pedro, guardián del teatro e hijo de otro Pedro que es a quien el actor recuerda. Está, en fin, la magia de ese escenario que vemos de espaldas y la ruptura de la cuarta pared para mostrar a los verdaderos espectadores.
Lo que se propone el autor es algo más que el rescate de la memoria. Si al principio el protagonista no puede recordar la fecha de su nacimiento es quizás porque desconoce que está muerto: los actos de nacer y morir se esfuman de la misma manera. Cuando Marcelo le dice a su rival: ``Tú y todo lo que representas están muertos'', está dando la clave de la propuesta, a mi modo de ver harto exagerada, pero es la que plantea Adam Guevara y a cuyas luces se debe entender el texto. En un juego con los tiempos, en los que incluso coinciden Marcelo y el actor con sus respectivas imágenes de jóvenes, se va narrando una historia de rivalidad amorosa por la linda Inés, pero sobre todo dos extremas maneras de enfocar la profesión teatral y la vida misma. De jóvenes aspirantes a actores, Marcelo y el protagonista --de cuyo nombre nunca nos enteramos--, que son además íntimos amigos, cada cual escoge su derrotero. El actor es un joven y será un hombre muy politizado y con un profundo sentido nacionalista y un gran amor a su profesión, Marcelo hace una carrera plena de corruptelas que le dan poder y dinero; el teatro en que se desarrolla la acción ha sido comprado por él con afanes comerciales. Guevara parece querernos decir que el compromiso y la pasión en teatro y vida ya no existen, han sucumbido ante el poder del dinero. Hay un peligro evidente de que esto pueda ser así, pero es sólo un peligro que se aleja ante una realidad que tiene también la otra cara, la de la esperanza y la lucha en la vida de muchos y la del buen, excelente teatro sin afanes de lucro en múltiples escenarios. Adam Guevara, el teatrista de izquierda, debería estar consciente de ello.
El trazo escénico es muy limpio y ocupa todas las áreas de una buena escenografía diseñada por Anna Irene Meneses de quien yo no conocía trabajo anterior. Miguel Flores con su sapiencia actoral y Carlos Cobos con la inmensa gracia escénica que posee, llevan el peso de la escenificación. Antonio Algarra, en algún momento inseguro, encarna al frío y odioso Marcelo y los actores jóvenes --que me parece son recién egresados de la EAT-- muy por debajo de los profesionales con quienes comparten la escena. A pesar de la discrepancia que tengo con la tesis sustentada por Guevara, su obra me parece la más lograda de las que le conozco y por ello me alegro de que ya no quede ``al margen de la cultura oficial'', pues está patrocinada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el INBA, el Centro Nacional de las Artes y la EAT