Luis Linares Zapata
La oportunidad perdida
El horizonte de avance democrático que empujó la coalición de los cuatro partidos (G-4) se fincó, ciertamente y como afirman los críticos de ella, sobre una endeble mayoría. A pesar de ello, se pudo despertar la esperanza de haber entrado, con paso veloz, en una nueva etapa de la dilatada transición que tanta energía y desvelos le han tomado al país. La iniciativa partió del PRD y gran parte del diseño lo hizo el coordinador de su bancada de diputados: Porfirio Muñoz Ledo, pero no por ello el rol desempeñado por otros muchos ha pasado inadvertido. Los méritos de tal esfuerzo pueden apreciarse, con claridad prístina, ahora que esa mayoría dejó escapar la que parecía ser su oportunidad ansiada, afectar y hasta cambiar el rumbo de la política económica contra la cual se votó de manera abrumadora. El PAN y sus cortedades visuales e ideológicas, pleitos internos y carencia de compromisos sociales han cerrado, por ahora y puede que por todo el trienio, el resquicio que tan penosamente se había abierto con ese grupo de partidos que se unieron para dirigir la gobernación de la Cámara. Un resquicio suficiente para que por ahí se colara el ambicioso propósito de empezar a cortarle las esquinas más dolorosas a la desigualdad de ingresos para las mayorías de México. No se quería un bloque atrabiliario, tampoco se esperaba que fuera eterno, menos que las identidades partidarias se perdieran, sino conjuntar fuerzas para aliviarle a los electores la pesada carga que errores y avaricias de la actual coalición gobernante les impusieran.
La confianza en alcanzar una forma más abierta, plural y atenta a las necesidades reales de la población, recibió un duro golpe de conejo. La inusitada y alentadora vivencia ciudadana de contar con una Cámara beligerante y autónoma, sobre la que se fincara una efectiva como buscada división de poderes, pasó, de sopetón y por las maniobras panistas, a ser parte del cementerio de las muchas esperanzas frustradas de los mexicanos.
No se esperaba un súbito cambio total en el modelo económico seguido hasta ahora, pero sí se pensó, de manera por demás fundada, que se iniciaría un proceso de modificación de los énfasis hasta hoy cargados hacia la concentración del ingreso, el autoritarismo y que se le diera un zarpazo, aunque fuera de violeta, a la enorme discrecionalidad presidencial que tantos sobrecostos acarrea a la fábrica nacional y a la cimentación de la cultura que premia a los individuos responsables y productivos. El peso específico del Ejecutivo federal y la militancia subordinada de los grupos de presión, en especial aquéllos directamente beneficiados por el actual estado de cosas, jugaron, en estos momentos de sobresaltos, ideales y titubeos, un papel determinante ante los panistas. El espectáculo dado por los legisladores priístas, cediendo los bártulos de la negociación y abdicando de sus facultades decisorias ante los hacendarios fue, en verdad, penoso. Sobre todo para aquellos que, pensando de manera distinta y teniendo un equipamiento intelectual apreciable, tuvieron a bien rentar su ya de por sí pequeña parcela de libertad. La disciplina tiene un límite innegable en la voz soberana del pueblo que, aun votando mayoritariamente por el PRI el 6 de julio, levantó su atribulada pero audible protesta por la pérdida de nivel de ingresos y bienestar. El hecho de haber detenido la inercia de la crisis y empezado la recuperación no elimina el dispar costo padecido, ni menos aún plantea un crecimiento con la mínima justicia que lo haga sustentable.
La transición no se termina, es cierto, pero tendrá un receso que bien podría durar un periodo tan prolongado que se sospecha, con temor, achicará los chances de mejoría para muchos y seguirá la sangría del destierro, la exclusión y el desamparo para otros tantos connacionales y la política seguirá en las manos de los enterados.
El traspié que el famoso G-4 sufre al no poder seguir unido es de serio calado. Al menos en el crucial aspecto de la Ley de Ingresos y el Presupuesto la capacidad para obtener ventajas mayores y para influir en ciertas de sus características eran, para el mismo PAN, no sólo de profundidad, sino asequibles en el corto plazo. De haberse mantenido la amalgama del grupo bien pudieron haberse obtenido ganancias mayores tanto en el monto de los recursos reubicados respecto de las propuestas del Ejecutivo, como en el diseño de limitantes a la discrecionalidad presidencial. El costo a pagar que acumula el panismo concertador con el poder será, sin duda, notable aunque las concesiones arrancadas a cambio sean, por ahora, atractivas para sus dirigentes.