La discusión del jueves pasado en el Senado de la República con el canciller Gurría, sobre la propiedad nacional de los recursos petroleros de la zona fronteriza del Golfo de México es muy importante. En ella se debatió mucho más que sobre la propiedad, el uso y el disfrute de petróleo; también se pusieron a discusión tanto las bases y las perspectivas de la siempre compleja relación con nuestros vecinos del norte como las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo en nuestro país.
Los técnicos aseguran que las dos zonas de mayor potencial petrolero marino (offshore) son el Mar del Norte y el Golfo de México, por la creciente capacidad para explorar yacimientos marinos derivada del análisis sísmico tridimensional (3-D Seismic) que estudia las ondas refractadas y reflejadas que se recogen de explosiones provocadas con la finalidad de conocer con mayor detalle dichos yacimientos. Un estudio reciente de la Agencia Internacional de Energía (Offshore Oil Prospects to 2000) indica que en Estados Unidos, por ejemplo, se incrementará hasta un millón de barriles al día la producción por la explotación de los yacimientos marinos de gran profundidad en el Golfo de México; en Noruega y el Reino Unido se prevén aumentos de 800 mil barriles diarios; en Brasil, como se confirma en un reporte reciente (Oil and Gas Journal del 29 de septiembre 1997), se espera un incremento cercano a los 800 mil barriles. En México --señala este estudio--, el incremento puede llegar a 500 mil barriles diarios, también por la explotación de yacimientos profundos en el Golfo de México.
Con todo esto se ha revalorizado el potencial vinculado a los fértiles y grandes campos frente a las costas de Texas y Luisiana. Sobresalen diez de ellos, que no sólo sorprenden por ubicarse a más de 100 kilómetros de la playa (incluso más de 200), sino por registrar una producción muy superior al pobre promedio estadunidense de apenas 12 barriles al día por pozo. Se trata de yacimientos explotados básicamente por la Shell como el Auger, el Mars, el Ursa, el Cognac, el Bullwinkle, todos ellos con rendimientos de entre 15 mil y 30 mil barriles al día, que compensan los altos costos de la explotación offshore que obliga a impresionantes tirantes de agua, algunos de ellos ya mayores a los mil metros (el yacimiento Ursa, por ejemplo, con producción de 30 mil barriles al día); pero también de yacimientos como el Diana, el Klamath y el Vancouver, de profundidades cercanas a los 2 mil metros, y que permiten concluir que en zonas más profundas (más de dos mil y tres mil metros) se encuentran yacimientos de alta fertilidad señalada. Hay que entender bien el debate sobre la propiedad de los yacimientos del llamado Hoyo de Dana, que de acuerdo a los límites marítimos establecidos en 1978 entre México y Estados Unidos, al menos debieran compartirse con este último, pero que nuestros ambiciosos vecinos consideran suyo atendiendo a una modificada línea fronteriza. Pues bien, aunque es cierto que considerando la tecnología actual de recuperación y explotación de pozos resulta a todas luces imposible su producción inmediata, también es cierto que dados los nuevos ritmos del cambio técnico petrolero, esta riqueza de no menos de 20 mil millones de barriles, prácticamente equivalente a las reservas marinas mexicanas actuales, pudiera ser explotada en un futuro no muy lejano.
Además de los incuestionables principios básicos de soberanía y autodeterminación, y de la urgencia y la necesidad de utilizar nuestros recursos de manera inteligente para el mejoramiento sustantivo de las condiciones de vida de la población, la enorme riqueza involucrada y el previsiblemente acelerado cambio técnico petrolero no permiten postergar la necesaria ratificación de la propiedad nacional de la parte de los yacimientos inscritos en la zona definida por el acuerdo limítrofe de 1978; menos hacer una tibia defensa del derecho que nos asiste para su propiedad y su explotación consecuente en el momento que la técnica lo permita y las necesidades de la población lo exijan.