Arnoldo Kraus
Carta a nuestro Presidente

A Rubén Rajunov, in memoriam

Los in memoriam extemporáneos duelen, son difíciles de entender. No encuentran acomodo en la razón ni lógica en la comprensión. Las razones son obvias: la extemporaneidad impide aceptar el deceso, porque ni era el tiempo de la muerte ni existían motivos que anticipasen el fin. Fallecer no debe ser gratuito. Perecer a destiempo, asesinado, ultrajado, no puede ser un fenómeno que pase desapercibido. Aun en la grandes urbes, aun en naciones tan económicamente dispares como la nuestra, la violencia no puede disponer en forma imperecedera de vidas inocentes. Morir asesinado en las calles de la ciudad, en las aceras de casa es inaceptable, inentendible. Nadie abandona el hogar en busca del trabajo con la idea de que la muerte interrumpirá, para siempre, el regreso. Sobre todo si se es un ciudadano ``normal'', sin cuentas pendientes u oficios riesgosos.

Como Rajunov, han sido asesinados en las calles de ésta y otras ciudades del país demasiadas personas. Padres jóvenes con hijos pequeños, que al ser masacrados dejan en sus familias heridas infinitas e incurables. Familias amputadas sin causa y cuyo presente y futuro quedará, por siempre, marcado por la idea de la violencia. ¿Qué palabras decir a los deudos? ¿Qué explicación es suficientemente sabia para mantenerse en pie? La desventura de morir sin causa, sin motivo, bajo la luz de un semáforo inocente, resiste toda explicación y es inmune a toda inteligencia.

Los cadáveres sin razón apilados en las páginas rojas de los periódicos son pábulo de demasiadas tristezas e incontables angustias. Comidos por la inseguridad y la violencia, sobre todo en las grandes ciudades de nuestra nación, cohabitamos ciudadanos con asesinos. Día a día, la muerte inesperada e inmerecida acecha. Ya no es sólo la nota roja, el nombre desconocido, el cadáver ajeno y lejano. Ahora los muertos se asemejan cada vez más a uno mismo, al hermano, al amigo de siempre, al que no merecía ese destino. Es evidente que en estos tiempos la única diferencia es el nombre, la calle, la hora y, por supuesto, si la luz del semáforo era verde o roja. La marca del automóvil o del reloj ya no son el objetivo fundamental; ahora la amenaza es generalizada.

Se ha hablado ad nauseam de las causas de la violencia y recientemente, desde la misma Presidencia, se han propuesto ideas y leyes, algunas cuestionables, para mejorar la seguridad. Sin embargo, la cotidianidad sigue bañada de muertes, cada vez más cercanas, cada vez más como si fuese la nuestra. ¿Qué hacer? ¿Llegará acaso el día en que cada habitante contará con su propio policía? ¿Será necesario, como en un cuento no escrito de Huxley, que la mitad de la población se haga cargo de la otra mitad?

Los in memoriam extemporáneos laceran, enturbian la razón. El poeta Alfred Lord Tennyson escribió su famoso In memoriam como consuelo para aceptar el deceso de un querido amigo. Dicen quienes entienden, que los versos muestran que a Tennyson le tomó tres años entender el fin de su conocido. Rajunov era uno de esos seres apreciados por la mayoría de las personas. Hablo de él porque durante la juventud frecuentó mi casa en innumerables ocasiones. Pero al hablar de él también pienso en ``los otros'', en los cadáveres inútiles producto de nuestra amarga realidad.

Con la muerte de mi amigo dejan los asesinos desconocidos una familia rota, sin causa, con dos pequeñas hijas huérfanas como sino de la violencia que nos azota. Ya son demasiadas las tumbas ocupadas por otros Rajunov, sin respiro, sin razón. Los tres años que requirió Tennyson para curar su alma serán siempre insuficientes para estas familias mexicanas. Los lutos extemporáneos tienen un hedor permanente. De esos que nunca dejan de oler. ¿Qué hacer, señor Presidente?