El día que el presidente Al Gore tomó posesión de la presidencia por segunda vez, tenía el cabello completamente blanco. Gruesas y profundas arrugas apenas permitían advertir su antiguo parecido con Superman. Por su apariencia, frisaba los ochenta y cinco años y el deseo de morir parecía salirle de lo más profundo del corazón. Era el rostro mismo del sufrimiento: nadie había querido postularse por el Partido Demócrata y los republicanos esta vez tampoco a nadie postularon. Gore won by default. Los dos años transcurridos desde entonces han sido una eternidad en el caos mundial.
Los recuerdos históricos de la ``Gran Depresión'' de los años treinta del pasado siglo XX, hoy tienen la apariencia de las imágenes de Singing in the rain, comparados con la crisis económica, social y política que vive el conjunto del planeta en nuestros días. La petit crisis de entonces fue inesperada; un rayo caído de un cielo azul. Todo era prosperidad y alegría de gente bonita cuando un jueves la Bolsa de New York se derrumbó de modo fulminante. Quiebras de empresas y bancos, y algunos chalados que se suicidaron exagerando la nota más de la cuenta. Roosevelt, como algunos aún recuerdan, hubo de adoptar la radiofónica práctica de la Doctora Corazón, buscando aliviar los lamentos de los 127 millones de gringos de entonces nacidos en todas partes del mundo.
La ``crisis'' de aquellos Estados Unidos, se extendió después por la mayor parte del mundo ``industrialmente desarrollado'' (como puerilmente se decía entonces). Por el contrario, el inenarrable drama actual fue largamente anunciado por mil Casandras altamente realistas, y comenzó al revés: la periferia entró en el túnel de una crisis devastadora y llegó al centro arrasando como si El niño hubiera levantado medio Pacífico y lo hubiera arrojado sobre los humanos.
Las economías más pobres ni se enteraron de la crisis de aquellos 30. Sus habitantes eran casi infrahumanos. Desde entonces avanzaron poca cosa, pero la tragedia de hoy los ha enloquecido.
Todo empezó con el pequeño aviso de una economía tequilera. El mundo financiero se preocupó sin embargo de este asunto internacionalmente marginal: la posibilidad de que terremotos así o peores ocurrieran en economías mayores puso a todos en alerta.
Luego, a tres años del término del siglo, vino el desastre asiático. El epicentro de la onda expansiva fue Tailandia. Nadie sospechaba que la devaluación del bath en junio de 1997, sería el inicio de lo que hoy vivimos. A un grado insospechable llegó con su espantoso rostro crispado el miedo pánico. Los inversionistas de todas partes creyeron que lo mismo ocurriría --como en efecto ocurrió--, con el peso filipino, el riggit de Malasia y la rupia de Indonesia. Estas economías entraron en barrena, pese a los esfuerzos realizados por los bancos centrales de Japón y de Hong Kong.
Este remedo de país, la isla del hacinamiento por antonomasia, y uno de los mayores centros financieros del mundo, el 27 de octubre de ese mismo año sufrió una envestida especulativa mayúscula pese a los 88 mil millones de dólares de reservas apoyadas por 50 mil millones que China estaba dispuesta a poner para defender la moneda hongkonguesa que, como todos saben tuvo --hasta el último día de su existencia--, el original nombre de dólar. El índice bursátil Hang Seng de Hong Kong, el Bovespa de Brasil y el Dow Jones de EUA, se cimbraron y acusaron caídas acentuadas que no pudo resistir el won coreano, cuya devaluación y posteriores consecuencias dejaron al otrora afamado y poderoso tigre asiático, como huérfano biafrano.
Lo esperado: la debilidad que venía mostrando Japón desde 1995, se agravó con rapidez. El índice Nikkei que venía en picada desde julio de 1997, se sacudió violentamente con la quiebra de Yamaichi Securities. En noviembre de aquel año Estados Unidos comenzó a prepararse para el impacto inevitable: una crisis de fondo en Japón --que respondía entonces por el 18 por ciento de la producción mundial y era el centro económico y financiero de Asia--, tendría por necesidad un impacto demoledor en EUA.
En aquel noviembre nadie sabía que el tobogán del mundo estaba hecho.