Miguel Barbachano Ponce
Tarzán, ayer y hoy

Ayer, Tarzán fue el rey de la selva; hoy, acorde con Sam Weisman, autor de George de la selva (1997) es un bufón enamorado que fatiga con idéntico desparpajo espacios arbolados y urbanizados (San Francisco). Ayer, precisamente en la primera década de nuestro siglo, el estadunidense Edgar Rice Burroughs creó el mito de un hombre desnudo que respondía al patronímico de Tarzán y que vivía exiliado en la jungla, donde reinaba gracias a su condición humana; hoy, 80 años después, Weisman cubre aquella mítica desnudez, según propuestas de una alta burguesía.

Ayer, en la novela inicial de la que sería larga serie de 40 títulos, Tarzán de los Monos, Burroughs (en aquellos tiempos todavía oculto bajo el seudónimo de Norman Bean) hacía mención a una original inocencia perdida, a través de la recreación del buen salvaje de Rousseau, en este caso un atleta de raza blanca cuyo cuerpo está exento de vello para marcar una diferencia respecto a los monos, entre los que se crio. Además era sumamente hermoso, no sólo porque era hijo de un lord inglés sino también para diferenciarlo de los africanos.

Hoy, en la película de Weisman, Tarzán no glorifica a los blancos sino muestra su irremediable decadencia; ya no es el buen salvaje sino el ``salvaje'' tonto abocado a la degradación física y mental. Ayer, otro de los conceptos básicos que provocó en las masas la lectura de aquellos 40 títulos fue un sentimiento que cabría calificar de pre-turístico: cementerio de los elefantes, ciudad abandonada, reino de las mujeres guerreras, cueva de la terrorífica araña, y desde luego, la jungla con sus rumores. Hoy, el discurso cinemático de Weisman desbarata aquella turística provocación cuando presenta a un ridículo elefante que se comporta como un perrito faldero; a dicharacheros gorilas con vocación por la cocina y la enciclopedia, a irreal tucán comunicativo, a los umbrosos espacios como lugares propicios para rituales burgueses.

Ayer --cine mudo-- se realizaron los primeros ocho transvases cinematográficos del mito a partir de Tarzan of the Apes (1917) interpretado por Elmo Lincoln y dirigido por Scott Sidney hasta Tarzan the tiger (1929) de Henry Mc Roe, con Frank Merril, cintas que sí se ajustan a las directrices caracterológicas definidas en la obra literaria.

Hoy, Weisman ha desvirtuado impunemente a aquel que evocaba una América mítica. Si bien es cierto que ayer --años treinta y cuarenta-- el buen salvaje se convierte en ``estrella'', cuya personalidad debió ceñirse a las presiones de la moral y de la censura. Por ende, reprimir toda pulsión erótica, y cambiar su desnudez por un grueso taparrabos de cuero que pondrá de moda Johnny Weissmuller hacia 1932; y desde luego, aquella moralina influirá también en Jane, su compañera, cada vez más maternal para satisfacer las tendencias matriarcales de la sociedad estadunidense. La cabaña --obviamente-- evolucionará hacia la comodidad de un bungalow ¡con recámaras separadas!, inluso para Chita.

Hoy, idénticas exigencias obligaron a Weisman para transformar a George de acuerdo con las normas del posmoderno american way of life, pero no a niveles tan degradados.

Ayer, nuestro personaje al ser reencarnado por atletas incapaces de expresar una sola emoción dramática (Johnny Weismuller, campeón olímpico de natación, o Bruce Bennet, también atleta) se convirtió en un personaje plano, sin fuerza expresiva.

Hoy, Brendan Fraser, el musculoso protagonista de la película de Weisman no es ni atlético ni inexpresivo, es simplemente lamentable.

Ayer, quien que vio aquellos paisajes selváticos creados por los decoradores de la Metro (11 filmes) o de la RKO (12 películas) no podrá jamás olvidar los riscos agudos, los peñascos dentados, los puentes colgantes.

Hoy, Sam Weisman únicamente es capaz de recrear una jungla de rascacielos (San Francisco) con sus mil veces vistas callejuelas y puentes, entre otros, el Golden gate.

Ayer y hoy el mito está --estuvo-- al servicio de una humanidad que aún no se decide a abandonar ni física ni mentalmente la ``selva primigenia'', he aquí la razón por la cual la cinematografía continúa recreándola con variables niveles de intención y calidad.