Aún me ocurren los problemas de un principiante, dice Bioy Casares
César Güemes, enviado/ I, Guadalajara, Jal., 4 de diciembre Ť Sin vuelta de hoja, Adolfo Bioy Casares, como si un siglo antes hubiera nacido, comenzó a hacerse novelista por el amor a una mujer. Y luego lo fue en solitario pero regresó a la querencia, sólo que bajo el sacramento de la amistad con su casi inseparable Jorge Luis Borges.
De manera física, el maestro Adolfo Bioy no ha podido acudir a la Feria Internacional del Libro (FIL) en esta ciudad, algún inconveniente de salud lo ancla por ahora a su Buenos Aires. Sin embargo, ha accedido a conversar con nosotros de los varios elementos que conforman su vida como escritor.
--Ya que escribe a los 11 años Iris y Margarita, le preguntaría, de inicio, ¿qué piensa de la precocidad?
--Alguna vez he considerado que uno no nace escritor sino que se hace. Cuando recuerdo Iris y Margarita y algún otro trabajo temprano, veo que muestran un destino previo para mí. No quiero decir que un destino brillante, sino un destino simplemente.
--Si se hace escritor, ¿cómo es que tan niño era capaz de concebir el plan de una novela completa?
--Concebí el plan, pero no llegó a ser una novela completa. Conseguí unos cuantos capítulos nomás. Por eso pienso que yo he nacido para ser un escritor, no uno bueno, sino para ser uno de ellos.
Descubrir los momentos difíciles
--Se entiende que Iris y Margarita tuvo como motivo central y motivador a una cierta prima suya a quien mucho quería, ¿es verdad?
--Sí, estaba enamorado de ella desde siempre.
--¿Lo sigue estando, maestro?
--No, la quiero mucho, somos muy amigos, pero nuestras vidas se han alejado en ese sentido. Somos amigos solamente.
--¿Puede ser que se escriba para darle ese regalo de la escritura a alguien, se escribe con destinatario?
--Me parece que puede ser uno de los estímulos para escribir, pero no creo que sea el único.
--¿Cuáles han sido los estímulos concretos a lo largo de su vida para llevarlo a escribir?
--Creo que lo mejor que tengo es la imaginación, y que de vez en cuando imagino una historia. Si esa historia es atractiva para mí, o creo que lo es, eso me estimula para realizarla.
--¿Busca la imaginación o la imaginación lo busca a usted?
--Me encuentra mientras me estoy afeitando en el baño, frente al espejo.
``Y me digo, bueno, esto que ahora estoy pensando puede ser una historia.
``Después trato de complicarla, de contármela a mí mismo. Una vez que hago eso, en un almuerzo se la cuento a alguna amiga, si la aprueba me siento con ánimo para llevarla al papel.
``Así también, cuando pienso en la historia, descubro cuáles son los momentos que van a ser difíciles, que me pueden obligar a abandonarla por no saber resolverlos. Entonces trato de solucionar esas partes complejas de la trama, pero cuando llego a esos momentos difíciles lo cierto es que están ahí esperándome y me ponen a prueba.
``Si sé cómo solventarlos puedo seguir con la historia, y si no, tengo que abandonarla. He abandonado tres o cuatro novelas en mi vida.''
--¿Hay algunos otros proyectos que se hayan visto truncos, cuentos por ejemplo?
--Menos cuentos que novelas.
``Hay cuatro o cinco novelas en un escritorio con cerca de 60 o 70 páginas, todas inconclusas.
Inventar historias
--De manera que cuando comienza a trabajar en una novela no conoce todavía el final, no sabe del todo en cuál dirección va.
--Creo conocer el final, pero a veces, cuando llego a lo último, puede ser que me enfrente a la dificultad mayor.
--Algunos escritores, sobre todo los que comienzan, están en el entendido de que ese tipo de problemas del oficio sólo les ocurren a ellos. Pero a usted, con una obra tan amplia, le siguen sucediendo. ¿Son los mismos problemas del principio?
--Los mismos exactamente. Me suceden un poco menos que antes, es como si ahora fuera más prudente.
``No empiezo a escribir una historia si no la tengo toda pensada. Pero siempre, como le digo, hay dificultades que uno no espera.''
--¿Cuáles son las ventajas que le deja el dedicarse a la literatura?
--El inventar historias que a uno le gustan y escribirlas, y que eso sea una dicha.
--Entre sus varias obras tiene algunos libros en colaboración con Borges. Quizá más que un acto literario sea un acto de amistad. ¿Estaría de acuerdo?
--Estoy totalmente de acuerdo. Creo que hay que ser muy amigo para hacer eso, porque así no hay vanidad. Se propone una frase, y si al otro le parece mal uno no se ofende porque finalmente quede fuera del trabajo.
--Ha de ser una manera de soñar, despierto, al lado de otra persona.
--Así es más o menos. Es agradable escribir en colaboración. Y lo único que tiene de peligroso es que vuelve dura la tarea de escribir cuando uno está solo.
--De modo que se corre el riesgo de la costumbre.
--Es cierto, sí, nos pasó tanto a Borges como a mí. Nos confesamos que a veces solos nos sentíamos un poco inhábiles.
--¿Cuál es el motivo por el que dejaron de escribir al alimón?
--Nosotros creíamos que uno escribía como quería. Cuando escribimos juntos nos poseyó un demonio que nos impulsaba a hacernos bromas.
``Pero hacíamos tantas bromas que nos perdíamos en eso y ya no lográbamos encontrar las soluciones requeridas para los personajes.
``Fue entonces cuando nos pareció prudente volver a la tarea de escribir solos, cada uno por su lado. Pero fue muy satisfactorio el ejercicio de escribir uno al lado del otro.''
Con Borges, escritura hablada
--Hay un momento en el que trabajan juntos y a partir del cual Borges ha perdido la vista. Así que ambos escribían con la palabra hablada, que todavía lo hace más complicado.
--Siempre escribimos sentados ante una mesa. Uno proponía una frase, el otro la aceptaba o la rechazaba o la modificaba y de ese modo íbamos avanzando. Así que siempre fue una escritura hablada.
--¿Puede ser que el proceso fuera por ello muy pausado?
--No crea. Estábamos soportando al demonio que nos llevaba a hacernos bromas, pero también estábamos inspirados.
--Entre que escribe con Jorge Luis Borges y que publica sus libros individuales hay cercanías en el tiempo. ¿No siente que, por ejemplo, en La trama celeste hay algo de Borges todavía?
--Eso no lo sé. Quizá los demás lo adviertan. El libro fue hecho enteramente por mí, pero puede que tuviera todavía alguna cercanía con Jorge Luis Borges, ¿por qué no?
--¿Hubo un momento en que usted y él decidieran alejarse justamente para no influirse demasiado?
--No creo, nunca pensamos en esa posibilidad.
--La posición ante la literatura era muy firme de un lado y de otro, pues.
--Realmente sí. Era una pasión. Y la entendíamos de forma parecida y en ocasiones, varias ocasiones, simultánea.
--En su libro Los que aman odian, hecho a la par con Silvina Ocampo, entra una variante extra todavía más cercana que la amistad. ¿Cómo hicieron para solucionar eso?
--Al escribir juntos no había problema, la dificultad aparecía cuando hacíamos nuestras cosas solos. Era extraño que ante una dificultad ambos nos sintiéramos incapaces de resolverla. Siempre uno resolvía lo que el otro no podía resolver porque no había más remedio.
--Adicionalmente a lo técnico, una vinculación tan cercana con la maestra Ocampo, ¿les hacía más fácil la tarea a ambos, entonces?
--Facilitaba todo. Todo era más fluido.
--Su obra es muy numerosa, don Adolfo. De manera que la disciplina ha de formar parte de su vida. ¿Es así?
--Lo es, sí, pero de un modo natural. Escribo por la mañana, cuando puedo, y si tengo la tarde libre también escribo.
--¿Ha sido así desde siempre?
--Sí, desde que lo recuerdo. Mi memoria de lo que hacía antes de dedicarme a escribir no es muy buena. Quizá es algo ya lejano.
--¿Qué piensa hoy de la puesta en el cine de su libro Diario de la guerra?
--No me parece demasiado acertada, pero no quiero juzgar ese trabajo.
``El director era amigo mío, tengo muy buen recuerdo de él y no quiero hacer críticas severas.''