Las declaraciones del presidente de la Academia Mexicana de Bioética, doctor Manuel Velasco Suárez (Reforma, 27 de nov., retomadas gozosamente en Por mi madre Bohemios, 1o. de dic.) son muestra elocuente de la ideologización con la que la derecha pretende manejar el delicado tema de la bioética. ¿Cómo es posible que, desde el conservadurismo más feroz, Velasco Suárez se lance, con genuino desprecio por la vida, en contra del otorgamiento estatal de medicamentos a las personas que viven con VIH, y en contra del aborto? Además, Velasco Suárez pregona su moralismo desde su condición de ``presidente'' de una Academia Mexicana de Bioética que, desde ya, se muestra como el espacio de la intolerancia y los intereses más reaccionarios. En vista de tan lamentable actitud quiero tratar, desde otra perspectiva, el tema de la bioética.
A primera vista, el término bioética, propuesto hace 26 años por el científico estadunidense Van R. Potter, parece tratar la ética de la vida, pero a lo que el prefijo bio se refiere es a la biología. En ese sentido, la bioética es la ética de la investigación biológica. Los temas que trata son los relativos a la relación médico-paciente, al diagnóstico prenatal, a los límites de la ingeniería genética, tanto en personas como en animales y vegetales (tomando en consideración los derechos de las generaciones futuras), y a cuestiones de ética biomédica que intentan dar respuesta a las exigencias derivadas de las nuevas actitudes hacia la salud, la vida y la muerte: transplantes de órganos, eutanasia, aborto y reproducción asistida.
En la elaboración de una ética nueva en relación con estos aspectos de la investigación biológica, desempeña un papel muy importante el cuestionamiento del concepto tradicional de ``vida''. La ``vida'' es definida de manera unívoca sólo desde una perspectiva religiosa: como un valor al que siempre hay que defender por su supuesta sacralidad. La oposición de la Iglesia católica a todo lo relativo a la intervención humana en los procesos de vida parte de un principio básico: la mujer y el hombre no dan la vida, sino que son depositarios de la voluntad divina. De dicha concepción se desprende la oposición del Vaticano a los anticonceptivos, al suicidio, al aborto y a la eutanasia.
Desde una perspectiva que reconoce los límites y potencialidades de las diferentes etapas del proceso biológico se formulan otros razonamientos éticos sobre la vida. Por ejemplo, al aceptar la actividad cerebral como el indicador por excelencia de la definición de persona (por la conciencia), se establece una valoración distinta de la vida sin actividad cerebral, sea por su condición meramente embrionaria o por haber ocurrido un descerebramiento. Esto opera tanto en las decisiones relativas a los transplantes de órganos como en casos de pacientes cuyas familias solicitan la eutanasia ante su muerte cerebral, afectiva e intelectual, aunque persista la vida vegetativa.
Hoy en día, las posibilidades biológicas que los adelantos científicos abren amplían el horizonte de las decisiones humanas. Dicha apertura se refleja en el debate alrededor de la bioética, donde confluyen la filosofía, la medicina, el derecho, distintas teologías, la psicología y otras ciencias sociales. Por su imbricación con la libertad de la ciencia y la conciencia la bioética expresa agudamente el dilema moderno entre la libertad individual y la responsabilidad social. Los científicos españoles Dexeus y Calderón señalan que hablar de bioética no puede conducir a establecer un manual de reglas o prohibiciones: ``La bioética no es un repertorio de censura, sino la manifestación del empeño de dar sentido a la propia libertad del paciente. Es la preocupación constante por hacer el bien, de orientar la acción y no desentenderse de ella. En síntesis, es el mantenimiento equilibrado entre libertad y responsabilidad''.
Esta conceptualización está muy lejos de la expresada por Velasco Suárez, que habla de la ética, como si hubiera sólo una: la suya, por supuesto. El asunto es demasiado grave para que los conservadores quieran plantear sólo su posición. Entremos, pues, al debate.