La Jornada viernes 5 de diciembre de 1997

Horacio Labastida
Cárdenas o la dignidad política

Los dos coincidieron en su magnífica definición porque habían saboreado durante largos años las profundas enseñanzas de los clásicos. Una y otra vez me escucharon en los años en que fueron mis maestros de griego y latín; hablo de Delfino C. Moreno, antiguo director de la biblioteca Fray Servando, en la Universidad de Puebla, y del árcade romano Tamiro Miceneo, Federico Escobedo, cura párroco en la bellísima Teziutlán, donde a su lado oficié como acólito en mi segunda niñez. Acurrucado por el frío y en una modestísima vivienda adjunta al templo, Tamiro Miceneo se echó a cuestas la traducción de la Rusticatio mexicana, del santiaguense Rafael Landívar (1731-93), versos que me leía en voz alta porque no tenía ningún otro dialogante. Vi las páginas del libro donde escribió incesantemente; en el folio izquierdo con tinta roja, los versos latinos; en el derecho con tinta oscura, los castellanos; el manuscrito original aún está, supongo, en la sección reservada de la biblioteca Lafragua de aquella Universidad.

En Teziutlán y escuchando a Escobedo me vino encima por primera vez la interrogación que muchas veces repetí a Moreno y a Escobedo: ¿qué es lo clásico? Lo clásico es, convinieron, aquello que en la cultura expresa la máxima pureza de la digniddad humana; y entonces saltó ante mí la otra cuestión ardiente: y ¿qué es la dignidad del hombre? De esto hablé con Samuel Ramos, Alfonso Caso y Agustín Yáñez; en breve palabras el último resumió lo siguiente: la dignidad es el acto que busca realizar las aspiraciones verdaderas y buenas de un pueblo, porque dignidad es sobre todo un valor social y no exclusivamente individual. Sócrates y su renuncia a la libertad personal que le ofrecían discípulos fieles; Zapata ante Madero con la bandera del agrarismo revolucionario; y Lázaro Cárdenas expropiando el petróleo a pesar de los gestos amenazantes de las compañías extranjeras; el acuerdo es símbolo de la dignidad mexicana.

Ahora asume la gubernatura del DF Cuauhtémoc Cárdenas, quien representa, para orgullo de los habitantes de la capital, los más altos valores de la dignidad nacional. Morelos mostró el camino de la dignidad al declararse siervo de la nación y no asumir el supremo poder que se le ofrecía entonces. El ejemplo fue seguido por Cuauhtémoc Cárdenas como gobernador del estado de Michoacán, al no gobernar sin previa consulta con los gobernados. Con la bandera de la Revolución luchó intensamente por la democracia municipal, la independencia local ante el abuso de la autoridad federal, y la justicia contenida en los artículos 27 y 123 constitucionales. Sus estudios en Francia, Italia y Alemania no lo extrañaron de México; por el contrario, en la cultura universal afirmó su lealtad a la grandeza del país. Dejó el PRI cuando se convenció de que el partido ya no era vocero de la Constitución de 1917 porque cayó en el corporativismo del presidencialismo autoritario.

Aunque se le arrebató el triunfo a la Presidencia con el manejo fraudulento del sufragio, en lugar de caer en la gravitación de quienes sugerían la violencia como medio para impedir el triunfo de la mentira, siguiendo el ejemplo de la generación de los clubes antirreleccionistas, continuó en las tareas de organización y toma de conciencia política del pueblo.

Los resultados están a la vista. El 6 de julio es el punto de partida de un nuevo México. El ascenso de Cuauhtémoc Cárdenas a la primera magistratura del Distrito Federal simboliza la redignificación de la política mexicana por la democracia, la libertad y justicia.