Elba Esther Gordillo
Los riesgos que acechan al magisterio

Al final de los años ochenta el magisterio mexicano vivía una de las peores crisis de su historia. La ``década perdida para el desarrollo'' se expresó en todo el ámbito educativo hasta convertirlo en zona de desastre. El gasto público en la materia llegó a niveles bajísimos, lo que frenaba afrontar no sólo las necesidades más apremiantes sino que impedía el más tímido intento de imaginar transformaciones en ese ``largo plazo'' que en México acotamos en la cifra mágica de un sexenio.

Para los trabajadores de la educación, la situación se tradujo en miseria salarial y en una depreciación de su papel en la sociedad.

Pero no solamente la crisis económica produjo estos resultados. Asistimos también al desgaste de un modelo de organización sindical. El viejo SNTE, surgido de grandes batallas por la unificación y dignificación del gremio, había quedado reducido a coto de poder.

Dominado por una burocracia inamovible, utilizado como instrumento de presión y control corporativo, el sindicato de los maestros mexicanos vio pasar la crisis en una angustiante parálisis. Desplazada o reprimida toda disidencia, sin auténtica vida sindical; sin discusión ni debate internos; sin capacidad para articular alternativas laborales, pedagógicas y político-educativas, el SNTE tocó fondo.

Las grandes movilizaciones magisteriales de 1989 iniciaron el camino de regreso a la superficie. Pronto el SNTE recobró vitalidad.

La crónica de los años siguientes es conocida. Forma parte del esfuerzo colectivo por transitar hacia nuevas formas de convivencia social.

Como parte de este empeño común --compartido con maestros y sindicalistas de diverso origen y trayectoria-- encabecé el SNTE en una etapa en la que necesitábamos desplegar iniciativas en distintos frentes. Lo inaplazable: recuperación salarial y mejores condiciones de trabajo, lo que implicó el rescate de la dignidad magisterial. Paralelamente, renovación organizativa y de los mecanismos de representación.

Sobre ambos ejes --reivindicación laboral, democratización interna-- pudo desarrollarse la estrategia de un sindicalismo volcado a la sociedad: comprometido con su materia de trabajo y con las aspiraciones democráticas.

La dinámica del sindicato comenzó a cambiar. Se replanteó la relación con la autoridad; se establecieron nuevos vínculos de respeto mutuo e independencia de los partidos políticos.

En los estatutos se estableció la libre afiliación partidista y todas las tendencias del magisterio ocuparon el sitio que les correspondía en los distintos niveles de responsabilidad (incluida la dirigencia nacional).

El SNTE cambió, hacia adentro y hacia afuera. La pluralidad y la tolerancia avanzaron porque supimos desplazar, neutralizar, la política de exclusión --que divide y margina-- y las tentaciones del sectarismo --que fragmenta el esfuerzo colectivo.

Nuestro sindicato demostró que los maestros mexicanos somos capaces de elaborar propuestas educativas a la altura de los desafíos. Un solo ejemplo: la obligación estatutaria de realizar un Congreso Nacional de Educación en el lapso que media entre dos congresos sindicales.

Sólo desde una óptica demasiado estrecha se podría negar lo avanzado. Porque el riesgo no está solamente en impugnar sin argumentos la labor de muchos sindicalistas comprometidos con la modernización democrática del SNTE, sino en echar por la borda un proyecto viable que logró despertar el apoyo de miles de maestros y el respeto de otros sectores sociales.

En los próximos meses los trabajadores de la educación iniciarán el proceso de elección de una nueva dirigencia nacional del SNTE. Conviene reflexionar en serio sobre el camino andado y explorar las rutas que llevan a la consolidación del SNTE como escuela de democracia, inteligencia táctica y sensibilidad social.

Es necesario detectar a tiempo los peligros de burocratización e inmovilismo para enfrentar mejor los riesgos que acechan al sindicalismo en renovación.

La crítica y autocrítica son fundamentales en este momento. Sería contrario al espíritu de los tiempos exigir silencio, pretender callar las voces disidentes o esperar la unanimidad imposible a la hora del balance.

Algo sí podemos demandar, por salud democrática y solidez institucional: que el ejercicio de la crítica esté acompañado de argumentos, de propuestas sólidas, de alternativas viables. Ya no es suficiente, si alguna vez lo fue, recurrir a la descalificación sin posibilidad de réplica.

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