La Jornada viernes 5 de diciembre de 1997

José Cueli
Cuauhtémoc entra al jeroglífico

Cuauhtémoc Cárdenas, solitario en la monotonía del Zócalo, sueña con la esperanza --que no idealización-- de negociar y abrir vía la palabra para resolver. En la ciudad bravía en que los acontecimientos pasan veloces, borrándose rápidamente toda huella, asistirá al constante desvanecimiento de lo que ayer nos apasionaba a los citadinos. Misterios de la urbe que creció y sigue creciendo en eventos aparentemente aislados que obedecen a los enlaces negros que la integraron en ese mundo simbólico y mágico de lo no racional.

En la ciudad irracional, lo que se dice irracional, Cuauhtémoc tendrá que descifrar lo indescifrable en un retorno al círculo del tiempo, hilo que entra por los sentidos en la creencia que es del otro y es uno mismo, con sabor a polvo y a telarañas. Historia de una ciudad que se abrió como verso desencuadernado sin encontrar los capítulos. Reflejos del reflejo que se inventan y se producen al encontrarse con algo que se creía algo y no es nada, y esconden múltiples máscaras que confunden y se esfuman, no son, y reaparecen en el momento que se cree haber asido al otro, que a su vez, no es nadie.

La ciudad en medio de un vértigo de voluptuosidad sin objeto y espejismos electrónicos de fin de siglo, errores de la visión y una percepción alterada por el diabolismo místico que se nos va de las manos: magia de las cosas que se transforman en mitos al no poderse explicar.

Ciudad inentendible llena de escalofriantes secretos y sangre misteriosa, indicativa de que algo va a pasar y nadie sabe qué es. Erotismo social de ideales dobles, tejidos de abrazos imposibles, uniones frustradas. Signos que buscan descifrar lo indescifrable y nos llevan a la subjetividad como forma de entender lo que sucede en la gran ciudad. Paso al inconsciente colectivo, interioridad especulativa del enlazar y enlazar; forma de la esperanza opuesta al idealizar resultados imposibles.

Cuauhtémoc Cárdenas seguramente abordará la ciudad desde la esperanza que enfrentará al pragmatismo estadunidense. Esperanza que será hilo conductor subjetivo, comercio minucioso del terror que está en alguna parte y no está. Pánico perdido entre las cosas. Espejos imborrables, articulado en parte y desarticulado en su mayor espacio, perdido en una cadena inexistente. La ciudad con su lenguaje en formación hecho de variedad fantasmal e incesante transformación enloquecedora incapaz de ser palabras, es por lo pronto, agujero negro, representación de la trama sutil de la vida, del desamparo original, en una irrepetibilidad de la fuerza bruta que nos lleva al castigo, en esta ciudad aterrorizada por el hampa, la circulación, la falta de agua y de vivienda, etcétera.

Cuauhtémoc --esperanza en la que se reflejan los citadinos-- buscará la palabra ecuánime, capaz de negociar, pese a la terrible red de pobreza, para decirnos del otro lo que somos nosotros mismos.