Paradójicamente, después de casi diez años de fortalecimiento de la capacidad productiva mexicana y de los esfuerzos --la mayoría de las veces obligados-- de la sociedad mexicana por superar una crisis económica casi secular, nuestro país ingresó de nuevo en un colapso financiero vinculado a la enorme movilidad y al mercado de énfasis especulativo que hoy se vive en el mundo de los capitales.
Así, a pesar del ajuste económico que ofrece una macroeconomía relativamente sana, no se ha superado la debilidad económica y, menos aún, la grave crisis social y política, derivada no sólo de la vulnerabilidad económica, sino también de la reiteración de los aspectos más nocivos de una estrategia económica que se sigue mostrando drásticamente regresiva en el ámbito social, a pesar de su publicitada expansión del gasto social.
Ciertamente, la solución a una crisis como la que hemos vivido los últimos años no es trivial ni inmediata. Sólo el fortalecimiento de las bases financieras, productivas, comerciales, sustentado en un sólido desarrollo social y político, permitirá recomenzar una nueva fase de prosperidad. Pero ésta no llegará si no hay un fortalecimiento de la fuerza de trabajo en todos los órdenes.
Para ello es imprescindible impulsar y lograr el concurso libre y consciente de las fuerzas productivas y sociales, para restablecer los marcos más progresivos de nuestro desarrollo. Igualmente, alentar este desarrollo con un fortalecimiento del ingreso nacional disponible y no con una profundización de la pauperización. Está demostrado que no puede haber desarrollo de las capacidades productivas de las sociedades con hambre, miseria, pobreza, analfabetismo; menos aún con violencia, inseguridad, y violación a los derechos humanos. La base de lo que hoy se denomina competitividad económica es, un volumen creciente de empleo productivo y una creciente productividad social del trabajo. Y ésta es resultado de la conjunción de la destreza y la educación de los trabajadores, con su fortaleza física y el desarrollo de sus habilidades, fruto del fortalecimiento de la organización de los procesos productivos y del desarrollo de la técnica; asimismo, expresión del respeto a sus derechos de asociación y de protesta.
Adam Smith hablaba de que una nación es rica cuando dispone de las cosas necesarias, útiles y convenientes, disposición que depende de la aptitud, destreza y sensatez con que generalmente se ejercita el trabajo, y de la proporción entre el número de empleados en una labor útil y aquéllos que no lo están. Y este número depende de la cantidad de capital empleado en darles ocupación y de la manera particular como éste se emplea.
Para vivir esto el día de hoy hay problemas graves. Uno de ellos es el de la sustentación y el fortalecimiento de las capacidades para alentar la productividad social del trabajo. El aliento de esta capacidad exige la pasión humana que nace del ánimo de vivir y sobrevivir y la experiencia vital de la posibilidad de acceso a la libertad y al bienestar básicos; también de la posibilidad de la autoafirmación de la propia conciencia individual en el marco de la autoafirmación de la conciencia colectiva; exige la persuasión de que es posible una lucha individual y colectiva, personal y social por la vida, el bienestar, la libertad, lo que se traduce en la posibilidad de vivir con ánimo, con ilusión, con esperanza.
Lo peor que le puede acontecer a una sociedad es que cancele sus ilusiones y sus esperanzas, pues de acontecer esto en el ámbito de la vida productiva provoca la imposibilidad de sostener y fortalecer la base humana del desarrollo de las facultades productivas del trabajo, no sólo porque no se alienta la participación productiva de la misma, sino porque ni siquiera se garantiza la posibilidad de un empleo útil para sus miembros.
La apertura amplia y firme de una nueva fase de nuestro desenvolvimiento económico exige la ruptura del control que los grandes grupos de poder ejercen, y la apertura de un juego democrático real que sirva de base para que la sociedad recupere su esperanza y, con ella, su ánimo productivo y de lucha por la vida. Sin esto, todo será fortalecimiento de un autoritarismo, al fin y al cabo regresivo, incapaz de alentar esa nueva fase de prosperidad que México requiere, y que debe sustentarse, sin duda, en la gran vitalidad social.