Rechaza Isabel Allende que la literatura actual sea light y tienda al divertimento
César Güemes, enviado, Guadalajara, Jal., 2 de diciembre Ť Pudiera parecer, cuando se habla con ella, que lo más interesante que dice al momento es una declaración que desde luego será polémica porque de iniciativa propia responde una afirmación de Mario Vargas Llosa. Pareciera, pero no es así. La verdad es que Isabel Allende sabe. Y a ratos se arrepiente de no haber hecho el amor tantas veces como pudo. Y luego entiende que no es lo que se recibe lo que genera la plenitud, sino lo que se da. La novelista visita México para recorrer con su trabajo la FIL, y para firmar ejemplares de su reciente libro, Afrodita.
--Debe ser difícil sentarse frente al teclado para realizar su trabajo de novelista cuando sabe que es de las mujeres más leídas que escriben desde América Latina.
--Nunca pienso en eso. Cuando escribo procuro imaginar a una persona frente a mí, a veces es a mi madre a quien cuento una historia en un tono coloquial, íntimo, con honestidad, sin guardarme nada. No pienso nunca en el número de lectores. Así me pasa cuando hablo en público, si pensara en que la sala va a estar llena, me paralizaría.
--¿Usted llegó a suponer el recibimiento tan feliz que ha tenido su obra?
--Cuando escribí La casa de los espíritus, hace 15 años, trabajaba en una escuela 12 horas diarias. Había sido periodista, de modo que siempre escribí. En Venezuela, donde me encontraba, no pude trabajar de periodista. Bueno, la necesidad de contar era tan grande que por la noche llegaba a mi casa y después de que la familia comía me llevaba a la cocina una máquina portátil y empezaba a escribir esta historia que yo no sabía lo que era. Empezó como una carta para mi abuelo. Has de saber que yo nunca había hecho ficción, ni tuve jamás antes la idea de realizar un libro. Esa historia que comencé fue creciendo hasta tener las dimensiones de una novela. Pero una novela disparatada porque hablaba de 50 años de la vida de un país y de una familia, con muchos personajes. Como no tenía un plan de escritura, llegó el final y advertí que algunos personajes no habían envejecido, pese al medio siglo que transcurrió.
El impulso de la nostalgia
``Pasaba por Caracas, casualmente, Tomás Eloy Martínez. El supo que yo había escrito una novela porque mi mamá se lo contó y me dijo que si no tenía un agente literario nadie me lo iba a publicar. Me dio el nombre de Carmen Balcells y se lo mandé a ella. Yo rezaba para que Carmen lo leyera. Lo único que quería era que alguien fuera de mi madre leyera el escrito. Eso para mí era la culminación. Seis meses después apareció el libro y la dicha de verlo no te la puedes imaginar.''
--Después de esa primera obra, ¿siente ya la responsabilidad de ser novelista?
--Eso lo supe hasta el tercer libro. Mi agente me dijo: esta primera novela es muy buena, pero eso no significa que seas escritora. El escritor se prueba con la segunda novela. Cualquier persona puede escribir una buena primera novela porque ahí vacía toda su historia. Es por eso que hice la segunda como un desafío. Y cuando comencé a escribir la tercera, renuncié al colegio donde trabajaba y asumí que podía ganarme la vida escribiendo libros. Sólo entonces dije: soy novelista.
--¿No le dio temor? ¿Cómo deja el trabajo seguro por lo más inseguro que hay que es la imaginación?
--Nunca pienso que no se me va a ocurrir nada, lo que sí pienso es que me puede fallar la energía para contar. Escribir una novela es como enamorarse: una se tira de cabeza en una cosa que es una aventura, que sabe uno en qué momento empieza pero no cuándo va a terminar, ni dónde. Además, en ese periodo en el que una está enamorada, se invierte toda la energía, toda la pasión y todo el tiempo disponible. Con las novelas es lo mismo. Entonces, lo que me da pavor es perder la pasión para dedicarme a esto. Cuando terminé de escribir Paula comprendí que estaba seca. No que me faltaran historias, porque el mundo está lleno de ellas, pero ahí sí me faltó la pasión y dejé de escribir por tres años.
--¿Para escribir requiere de sentirse en un estado de ánimo llevadero?
--No. La mayor parte de los escritores dicen que su trabajo es un tormento. Para mí no lo es, me da placer hacerlo. Pero muchas veces lo que impulsa a la escritura, lo que te manda a la máquina de escribir es un dolor, es una pregunta que te acosa y no te deja en paz. Así que tienes que encontrar la respuesta. Dicen que de los grandes dolores nacen las grandes novelas. Puede ser.
--Más allá de una posición política familiar, ¿qué es lo que recibe como escritora de su tío, don Salvador Allende?
--Lo que me legó no fue algo que él quisiera hacerlo de manera formal. Salvador Allende fue personaje protagónico de un tiempo y de un lugar que determinó las vidas de millares de personas, entre otras la mía. La verdad: lo que sucedió en Chile me hizo escritora. Yo sería periodista en Chile, muy orgullosa y feliz, si no hubiera sido por el golpe militar. Ese golpe, más la muerte de Salvador Allende, la tragedia del país, determinó que yo saliera de allá y perdiera mis raíces, mi trabajo, mi profesión. O sea que el impulso provino de la nostalgia, de la pérdida tremenda que tuve.
¿Por qué negarse al goce del cuerpo?
--¿Lo que le ocurrió tiene remedio?
--No lo siento como una herida, ni como algo que tenga que curar. Todo lo contrario, lo percibo como parte de mi capital humano. Es como la muerte de mi hija. Forma parte de los grandes hitos que han marcado mi vida y me han obligado a tomar una determinada dirección. Yo no quiero que se me cure el dolor de la muerte de mi hija, porque ese dolor me sirve. Yo soy la experiencia acumulada, las alegrías, los dolores, los viajes, los encuentros, los desencuentros, los abandonos, los fracasos, los éxitos.
--¿Por eso la quieren, por fuerte?
--Creo que los lectores encuentran, en lo que escribo, un espacio donde se identifican. Por eso leen mis libros y yo leo otros. Cuando Vargas Llosa dice que la literatura actual es light y que se tiende sólo al divertimento, no estoy de acuerdo. Aunque se aborde un tema light lo que uno busca es una pasión, una respuesta.
--¿Ha pasado por la inquietud de ser una escritora best-seller?
--No, porque es una cosa que ocurre fuera de mí. En la literatura hay mundos concéntricos, y digamos que al centro hay una persona que escribe un texto, y luego en círculos cada vez más amplios hay muchas personas que viven de ese escrito: los editores, los críticos, los profesores de literatura, los libreros, los distribuidores. Así que el escritor y su texto no controlan nada de lo que pasa afuera de allí. Si se es best-seller o no, eso no depende del escritor. Además, si te vas a angustiar por lo que dice la crítica, nunca vas a escribir. Y yo creo que lo único que prueba si un texto es bueno es el tiempo. Cuando lees a Joyce, hoy, sabes lo que vale. ¿Cuántos ejemplares vendió de Ulises en su momento? Cinco. ¿Cuántos vendía García Márquez de sus primeros libros? Tres mil, creo, no vendía nada. Y hoy, 30 años después, todos sabemos quién es García Márquez.
--En Afrodita dice: ``...lamento las ocasiones de hacer el amor que he dejado pasar por ocuparme de tareas pendientes o por virtud puritana''. ¿Eso es real?
--Por supuesto que lo lamento. Dejé pasar muchas ocasiones, incluso no tanto por cambiar compañero, sino que las dejé ir con mi compañero del momento porque estaba haciendo otras cosas.
--¿Las aventuras son para correrlas?
--Claro. ¿Por qué negarse al goce del cuerpo? Vivimos en una cultura judeocristiana en la cual la mujer no puede darse ese lujo, todavía, hoy, y si se lo da pasa a ser una fresca. Yo por lo pronto me he sacudido tantas cosas y me pregunto: ¿por qué no me sacudí esos prejuicios a tiempo? Ahora ya estoy muy vieja, ya nadie me lo propone, pero en aquella época sí me lo proponían algunos hombres y me negué.
--¿Es usted una mujer plena, Isabel?
--Veo que la felicidad es un estado temporal. Lo que encuentro más parecido a la felicidad es el servicio al prójimo. Cuando hago algo por otro, eso me da paz y es lo más cercano a la plenitud que conozco.