Entre las biografías más intensas del siglo XX mexicano está, sin duda, la de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
La conquista del Distrito Federal fue una hazaña semejante --toda proporción guardada-- a la que llevó a Francisco I. Madero a la Presidencia de la República. Fue una hazaña personal y colectiva: la de la figura y la de la organización que la sostuvo. Pero más que eso: fue la hazaña de un pueblo que en ambas encontró la manera de derrotar a un régimen incapaz de responder a sus aspiraciones, demandas y necesidades, y renovar así el horizonte de esperanza que había visto extenuarse entre traiciones, asesinatos, corrupción y entreguismo.
Madero y Cárdenas formaron parte de un sistema rígido, autoritario y antidemocrático. Ambos también tuvieron el valor de enfrentarlo en el propósito de lograr su transformación. Pasaron luego a la oposición franca cuando sus correligionarios les respondieron colocándolos en la picota. Fueron víctimas de la usurpación. Madero la combatió llamando a la revolución armada y Cárdenas a la revolución democrática.
Cuando llegaron al poder, las fuerzas del ancien régime y las que guardaban afinidad con ellas desde el exterior se mostraron dispuestas a ceñirse a las nuevas reglas del juego democrático.
En el caso de Madero esa disposición fue sólo aparente: se acomodaron en todo cuanto resultara provechoso a sus intereses al tiempo que empezaban a minar sus bases. Finalmente conspiraron para derrocar el gobierno que presidía. El éxito de la conspiración fue auspiciado por varias razones, pero tres entre ellas determinantes: la permanencia del antiguo ejército federal bajo el mando de generales porfiristas, el predominio de los intereses de los latifundistas dentro del gobierno de Madero y, en consecuencia, la insensibilidad de éste a las demandas populares generadas, fundamentalmente, por la grave disparidad social en la tenencia y explotación de la tierra.
En el caso de Cuauhtémoc, tal disposición y todo lo demás está por verse. Lo que inauguró el 6 de julio sostenido por el PRD y seguido por un gran sector de los habitantes del Distrito Federal empezará a adquirir solidez o a debilitarse a partir del 6 de diciembre.
Aparte la evidencia de que el de Cuauhtémoc es un poder limitado por la fuerza política del PRI en la Presidencia de la República, dentro de su propio partido hay posiciones diversas y hasta encontradas. Son posiciones que responden, igualmente, a intereses políticos y sociales diferentes. Algunas nacieron con barba priísta y sólo se la medio tiñeron al pasarse al PRD, pero lo más probable es que morirán con ella. La cohesión que han mantenido hasta hoy esas posiciones acaso se debió al hecho simple de la ausencia de un poder que compartir. Habiéndolo, las cosas podrían cambiar. La gran autoridad de Cuauhtémoc no sería suficiente, llegado el caso, para impedir la aparición de tendencias centrífugas y aun rupturas internas si en derredor de ella no existe una institucionalidad debidamente tejida por el gobierno perredista y la participación de la propia sociedad defeña, su destinataria. Si las diferencias partidarias que el poder fortifica pueden ser resueltas por el PRD sin llegar a la autofagia, tradición cara a la izquierda, el gobierno de Cárdenas podrá enfrentar con mejores posibilidades de superación los obstáculos espontáneos y prefabricados que habrán de levantarle la ciudad con sus problemas y sus adversarios con ganas de que su eventual fracaso sea la condición de su triunfo futuro.
Por de pronto, el clima violento que genera la desigualdad social, el deterioro del trabajo --tanto como fuente de ingresos como valor comunitario-- y la criminalidad elevada a opción de modus vivendi, por un lado, y la inducción a la violencia por grupos de interés pegados al aparato estatal, por el otro, no constituyen precisamente ningún tapete rojo para el nuevo gobierno del Distrito Federal. A ello hay que agregar la presión social ejemplificada en la manifestación del sábado pasado. Una presión social que reaccionó con lentitud en señalar los colosales errores (y horrores) de la administración saliente y que pone a la de Cuauhtémoc, desde la víspera, en condiciones de salvar al niño ahogado.
Nunca sobrará la insistencia en señalar que la hazaña del 6 de julio empezará a cobrar o perder sentido de realidad el 6 de diciembre