La ciudad de México, con todos sus casi 9 millones de habitantes, sus miles de kilómetros pavimentados que relumbran de calor y sequedad, la ahora temida calle, las estatuas y anuncios de diarias referencias, sus vendedores ambulantes cada vez más numerosos y los leviatanes tan cotidianos como innumerables a costa de los comerciantes, asistirá a la inauguración de lo que se espera llegue a ser no sólo un gobierno para las mayorías sino una forma de hacer y pensar, concordante con lo que el votante ha ido calibrando para su presente: la cultura ciudadana.
Sobre la forma masiva de su elección no se guarda el menor requiebro y ello le da una sólida base de sustentación. De que empiece a labrar las bases para una actitud más abierta, democrática y justa sí hay variadas dudas, apenas esquivadas por la esperanza de un cambio concreto en la convivencia organizada. Lo importante es la constatación palmaria, inmediata, de un extendido y profundo espíritu de tolerancia colectiva hacia Cuauhtémoc Cárdenas (CCS). Ello abre espacios inmensos de asentimiento y permite el beneficio de la duda, paréntesis que facilitará, de procurárseles, los consensos y la participación.
Pero a la vez, y como un signo más de preocupación para un gobierno que se inaugura, la reciente manifestación silenciosa contra la violencia citadina bien puede ser interpretada como un ultimátum. Fue una advertencia de la acotada paciencia de una ciudadanía profundamente afectada. Los agravios no le vienen de los opositores sino de una coalición gobernante establecida y atrincherada que ha dado pruebas suficientes de su inefectividad, arraigada corrupción e insensibilidad. El tipo de personas que salieron a las calles, la inmensa mayoría por vez primera, augura, de no verse mejoría en el corto plazo en la seguridad, un súbito y peligroso cambio de actitud. Pasar de un talante aún pacífico y contenido como el observado el sábado 29, a la alarma y la desesperación, sólo es cuestión de maneras impertinentes o tardanzas incomprendidas. La capa social que salió a la calle cuenta con medios de decisión bajo su control o propiedad que no pueden y menos deben ser desdeñados, si no se quiere pagar un alto precio de contraviolencia.
Las respuestas que CCS ha dado no son del todo satisfactorias para muchos, sobre todo para aquéllos que empujan por aperturas y consultas. La parquedad en el placeo de sus apuestas, salidas y planes para dar respuesta al elector ha sido la constante. Lo mismo puede predicarse de la oportunidad perdida para iniciar caminos o métodos distintos a la callada, secreta selección de su equipo de trabajo. Ello hizo recordar el más depurado de los estilos del presidencialismo autoritario con su ``tapadismo'' de infausta memoria. Ni siquiera merecimos, por parte de los triunfadores, una escueta agenda que mostrara la jerarquización que obligadamente impone la tarea decisoria que les aguarda. Un simple resumen de campaña donde se vieran retratados los compromisos que prevalecieron en la disputa electiva. Se desdeñó la generación de una base informativa indispensable para robustecer la cultura ciudadana, ingrediente ineludible para respaldar la tarea de gobierno. Estos parecen ser faltantes que deberán esperar tiempos mejores. El gabinete se conocerá de sopetón y los contenidos de sus encomiendas a desempeñar se irán difundiendo a cuentagotas.
El deseo de cambio de los capitalinos ya no tiene márgenes de amplitud para la espera, ni sus necesidades vagan en el éter de inasibles momentos postergables a pesar de lo denso y generalizado de ese ambiente de condescendencia hacia CCS que llega hasta la blandura. Si no se tienen concreciones a las expectativas que deberán ser satisfechas a la brevedad posible, comenzará un inmediato proceso de deterioro y desgaste.
Es notable el rango de tolerancia de los defeños para el nuevo gobierno, como ciertas son también las incógnitas sobre su eficacia ejecutiva y su espíritu de verdadera tolerancia y el temporal sacrificio voluntario de otras pretensiones (año 2000). La sabiduría consistirá en dar cauce perentorio a tal disposición y aprovecharse de ella para conjuntar, ánimo nuevo, limpieza de intención, personas honestas y actos contundentes con la mayor rapidez posible. Aunque es mucho pedir, bien puede esperarse el inicio de un periodo de transformaciones de tal naturaleza, que inicie la creación de una imagen adecuada de lo que un gobierno de oposición puede representar. La frágil confianza en los beneficios de la democracia tiene que ser refrendada a cada paso para evitar la frustración sobre ese camino elegido y que tantos desvelos y penas ha costado