La Jornada miércoles 3 de diciembre de 1997

Carlos Fuentes
La ciudad minada

Todos los habitantes de la ciudad de México le deseamos hoy éxito al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, primer alcalde electo de esta enorme capital y representante, no sólo de un partido, sino de todos los ciudadanos.

Cárdenas llega acompañado de la esperanza ciudadana a una urbe que es territorio de la desesperanza. La agenda del nuevo gobernante, se ha dicho hasta la saciedad, es casi infinita y no puede resolverse en tres años. Polución del aire y las aguas. Transportes enmarañados y raquíticos. Vendedores ambulantes. Desempleo y subempleo. Salarios de hambre. Concentración asfixiante de industrias. Tráfico de droga. Requerimientos gigantescos de educación, infraestructura y salud. Y por encima de todo, corrupción, inseguridad ciudadana, crimen organizado y desorganizado.

Nadie puede resolver estos problemas de un plumazo ni aplazarlos más allá del limitado discurso de la esperanza. Y sin embargo, el catálogo que todos conocemos es apenas el horizonte visible de una ciudad plagada de minas invisibles: la red de complicidades, arreglos debajo de la mesa, chantajes, miradas gordas, violaciones de la ley y pragmatismos inconfesables, cuya persistencia ha permitido a los gobernantes gobernar aunque sea mal, a los ciudadanos subsistir aunque sea peor y a los aprovechados prosperar y prosperar bien.

Este es el meollo del gobierno del Distrito Federal: contemporizar con el statu quo, o reformarlo a favor de la transparencia, la legalidad y la credibilidad. La ciudadanía, sin duda, opta por lo segundo; por eso fue electo Cárdenas. Pero los intereses, también sin duda, van a demostrarle a Cárdenas, si pueden, que con ellos no se puede. Tienen a la mano mil recursos y millones de pesos para llegar, prácticamente, a la parálisis de la ciudad. Son invisibles. Manejan inmensas zonas urbanas donde nadie osa entrar, igual que en el barrio de los ladrones de la novela de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París. Pueden lanzar a la ciudad invisible contra la ciudad visible donde habitamos todos los demás. Pueden advertirle a Cárdenas: no nos toques o te hundimos.

Sí, Cárdenas es dueño, hoy, del discurso de la esperanza. Pero los desafíos reales van a demandar acciones. El nuevo jefe de gobierno puede contemporizar, puede aceptar que más vale no agitar las olas de un lago de mierda, o puede reformar.

A un ritmo rápido en algunas áreas, a un ritmo prudente en otras. Pero siempre con el apoyo ciudadano. Esta es la gran fuerza de Cárdenas, éste el ejemplo que puede dar: que todos sus actos estén visiblemente avalados por la aprobación de los ciudadanos. Bandas criminales, narcos, policías corruptos, funcionarios ineficientes, toda la plaga que infesta a México DF puede ser combatida no por un gobernante individual, sino por el gobernante con la ciudadanía detrás de él. La ley, desde luego, pero el respaldo de los habitantes, también.

La alcaldía cardenista es una operación de limpia. Los cristales empañados de nuestra ciudad deben ser de nuevo transparentes. Las fuerzas de la corrupción y el crimen van a romperle muchos cristales a Cárdenas, desafiándolo. El jefe de gobierno y sus ciudadanos deben estar listos para reponer cada cristal roto y cobrarle el costo al que lo rompió. Cuadra por cuadra, colonia por colonia, delegación por delegación, las normas de la seguridad, la honradez y el aliento a quienes las cumplen, deberán ir desalojando las prácticas de la inseguridad, la corrupción y el desaliento que hoy minan nuestro espacio urbano.

Esto toma tiempo para realizarse. Pero lo bueno es que se puede empezar ahora mismo. Más que los proyectos grandiosos, serán estos pasos nimios pero concretos los que, resolviendo un pequeño problema en una pequeña casa de una pequeña cuadra de una gran ciudad, acabarán por resolver los grandes problemas de una gran urbe poblada por millones de individuos concretos, ciudadanos con nombre, apellido, memoria y esperanza, mañana.

Desearle suerte a Cárdenas es desearnos suerte a nosotros mismos. Por primera vez desde 1521, Cuauhtémoc ha vuelto a tomar su ciudad. Que no la suelte. Que la tentación de ser Tlatoani Máximo no lo distraiga de las tareas del ciudadano mínimo.