La Jornada miércoles 3 de diciembre de 1997

Kathleen Bruhn*
Cuauhtémoc Rey

Ha llegado el día de la coronación de Cuauhtémoc Rey. Quizás por primera vez en 500 años, un ``Cuauhtémoc'' gobierna en el Valle de México. Este Cuauhtémoc, como el primero, desafió lo que él cree es un gobierno de la corona, no española sino priísta. Como el primero, va a sufrir torturas --y a lo mejor quemaduras-- por ser el responsable de la conducta de su ciudad. Sin embargo, los ``torturadores'' no son ahora soldados de carne y hueso, sino los problemas de seguridad pública, de contaminación, de transporte público, de vivienda, de salud, de desempleo --dificultades mucho más implacables y más inhumanas que los españoles. Problemas que nadie podría solucionar en tres años, y con pocos recursos.

Cuauhtémoc Cárdenas tiene experiencia como gobernador de Michoacán, pero es distinto gobernar un estado rural que gobernar la ciudad más poblada de México. Más aún, es diferente gobernar como priísta que gobernar como perredista. Como priísta, el reto era administrar. Como perredista, es cambiar. Como priísta manejaba una estructura con muchos instrumentos de control. Como perredista tiene que administrar una estructura dominada por personal heredado del PRI, y por organizaciones afiliadas con su contrincante político. Como priísta, contaba con todos los recursos y la cooperación del estado federal. Como perredista --y posible rival peligroso para la presidencia en el 2000-- Cárdenas no puede contar con eso. Por mucho que insista Zedillo, no le beneficia ni a él ni al PRI el ayudar mucho a Cárdenas a gobernar bien. Ciertamente, tampoco le favorece el interferir abiertamente en el gobierno de la ciudad, pero no le beneficia el hacer sacrificio alguno para ayudar a Cárdenas. Con la sola autoridad de la jefatura de gobierno de la ciudad de México, será muy difícil (quizás imposible) cambiar mucho --y ``cambio'' fue el mandato principal del electorado del Distrito Federal en 1997.

Ahí yace el nuevo Cuauhtémoc, entonces, en el caballete, y se está prendiendo el fuego. ¿A quién le puede pedir misericordia? ¿Al PRI? ¿A los soldados? ¿A los dioses del aire y del agua? Más importante es pedírselo a los habitantes del Distrito Federal. Tiene que demostrarles con información lo difícil que es la tarea de gobernar, compartir con ellos los detalles de su presupuesto, en qué está gastando, y cuánto, y con cuanta frecuencia. Requiere presentarles un gobierno transparente. Debe ofrecerles participación y acceso a su administración --a él, a sus colaboradores, y a los asambleístas del PRD. En el peor de los casos, la participación y la información pueden convencer a la población de que no se podía esperar más de nadie. En el mejor de los casos, le darán a Cárdenas los recursos humanos necesarios para sustituir la falta de recursos materiales y realizar lo máximo posible.

Será difícil organizar esta participación, causará problemas y conflictos, y puede ser un esfuerzo perdido. Eso es lo que muestra la experiencia del Partido del Trabajo en Brasil. Eso nos dice la experiencia del PAN y del PRD en muchas ciudades y estados del país. Se trata de un estilo de gobierno menos ``administrativo'' y por ende, un poco novedoso para el Cárdenas entrenado en el PRI. Pero esas experiencias también nos dicen que la organización popular es lo único que dura, políticamente. En estos casos, encontramos repetidamente que una buena administración, sin un esfuerzo incluyente y abierto, no convence a la población.

Abrir el gobierno no es la única esperanza para este Cuauhtémoc. Puede, también, tratar de gobernar sin muchos errores, y salir más o menos intacto después de dos años, argumentando que ``no tenía tiempo suficiente'' para hacer más, y con la simpatía y la generosidad de los defeños para disputar la presidencia en el 2000. Puede utilizar su puesto como plataforma para denunciar la falta de autonomía de los gobiernos locales, y a las políticas económicas nacionales como las responsables de la falta de progreso. Sin embargo, un nuevo estilo de gobierno será el mejor legado, la esperanza, que el próximo jefe de gobierno podrá dejar para él, para el PRD, para los movimientos sociales, y para el Distrito Federal. Así, el nuevo Cuauhtémoc podrá escapar del doloroso destino de su homónimo.

(*) La autora es profesora en Ciencia Política en la Universidad de California, en Santa Bárbara.