Luego del comunicado zapatista analizando el papel de la jerarquía religiosa en el proceso de paz y del atentado en contra de los obispos de la diócesis de San Cristóbal, hay un cambio en las relaciones en torno a los Acuerdos de San Andrés: distancia de la Iglesia hacia el EZLN y un acercamiento de ésta con el gobierno, pues como señala Mullor en correspondencia a los obispos:
``Por lo que respecta a México, las Iglesias locales -y con ellas el representante del Papa (o sea, él mismo)- estarán atentas a que nadie se sirva de estos pueblos antiguos, fieles a sus tradiciones pero necesitados de desarrollo, para lacerar la unidad del Estado mexicano ni tampoco de la Iglesia'' (Proceso, ibid).
Más claro no podría ser. Mullor defiende no sólo la unidad de la Iglesia, sino al Estado mexicano y, en el fondo, la unidad de ambas en contra del peligro de ``grupos de presión'', con el propósito de promover el aislamiento del zapatismo.
El EZLN vive hoy las consecuencias del error de haber compartido con la Iglesia en Chiapas, el veto a la opción electoral del pasado 6 de julio en sus territorios. Si bien el EZLN no quiere el poder, la Iglesia sí, aunque ésta reconstruya su fuerza unificando una sola política en el país y dando prueba de institucionalidad ante el conflicto de Chiapas.
En los fuegos de ese infierno se quemaron las urnas con los votos del PRD, que pudieron definir un nuevo espacio conquistado por el zapatismo. Con ello habría podido compartir los cambios que se dieron en el país, pero en su lugar, los zapatistas cayeron en la Chinameca de Mullor (disfrazada de Basílica, para evitar desconfianzas modernas).
Mientras la Iglesia se ha unificado, los aliados civiles del EZLN permanecen aislados y en la marginalidad. El rompimiento entre ambos explica la confusión a la que se hacía referencia en La Jornada hace una semana. Comunidades, ONG e Iglesia mantenían un equilibrio en sus relaciones que ha roto la nueva estrategia gubernamental, mucho más efectiva que la guerra de baja intensidad, porque rompe por dentro a las comunidades.
Este es en verdad el momento más peligroso para el EZLN, pues es el de su mayor debilidad política en el país mientras afronta la ofensiva gubernamental enmedio de la confusión. En este clima -coincido con Montemayor- los atentados fueron un mensaje fuerte y claro, que anuncia el cambio de alianzas en Chiapas, luego de que metió la cola el diablo.