Horacio Labastida
Mis preguntas a Jiang Zemin
La batalla por el poder político iniciada antes de la muerte de Mao Tse-tung (1976) e intensificada luego de que ocurrió el deceso del creador de la República Popular Socialista de China, fue interpretada por quienes admiramos y amamos al pueblo de Confucio y Sun Yatsen en los términos enviados al exterior desde las cúpulas del PPCH. Los opositores al hombre de éxito Deng Xiaoping fueron calificados como camarilla de delincuentes -Wang Hongwen, Zhang Chunqiao, Jiang Qing, Yao Wenyuan, entre otros- y la Revolución Cultural que propició Mao Tse-tung (1966-76) resultó, según la nueva ortodoxia del XI Comité Central del Partido, Tercera Sesión Plenaria (1978), un decenio de caos y un conjunto de errores de izquierda, ambiente en el cual florecería la nueva consigna: enderezar lo torcido y dar el paso a la reforma y la apertura; es decir, a una modernización del país que abrevara en cuatro principios expuestos por Xiaoping en marzo de 1979, entre los cuales cuenta como requisito fundamental para la modernización el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Tse-tung. ¿En qué consiste este tonante llamado a las cuatro modernizaciones de China? En su esencia el viraje respecto del pasado es el de ubicar como clave de solución un pragmatismo ajeno a las desviaciones izquierdistas y sustentado en una exigente elevación de la productividad y en los correspondientes cambios de las relaciones de producción y de superestructuras que no armonicen con dicho ascenso de las fuerzas productivas.
Tales son las tesis que la generación de Deng Xiaoping ha puesto de moda desde la derrota de la pandilla de los cuatro y el aniquilamiento de Hua Guofeng, presidente del PPCH hasta la designación de Deng Xiaoping. El error de Hua Guofeng fue su persistencia en los criterios de lucha de clases y la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado. No olvidemos que disfrazado en el imperativo de productividad, el capitalismo trasnacional busca ocultar la expoliación de los hombres y las naciones sujetas a las reglas del big money, y que el mismo imperativo pretende justificar el hacer de los valores supremos de la humanidad mercaderías sujetas a la lógica de los mercados. ¿Acaso es posible hacer a un lado la lucha de clases y la democracia verdadera en nombre de una productividad que desde el siglo XVIII busca borrar la moral de individuos y pueblos?
Entre el discurso que pronunció Deng Xiaoping en la tercera sesión plenaria del XI Comité Central, en el que insistió sobre las cuatro modernizaciones y su apoyo en la productividad, y nuestro tiempo, han transcurrido turbadores cuatro lustros, durante los cuales China, a juicio de muchos de sus amigos, ha cambiado el rostro revolucionario alegre e innovador por el preocupado y ambicioso de los negociantes del american way of life y su frankliniense: the time is money, sin tiempo por supuesto para la justicia social ni para la eliminación de las opresiones del poderoso sobre el débil.
No pocos piensan ahora que la persecución contra los cuatro bandidos fue en realidad una lucha de clases al interior del socialismo que hizo posible el crecimiento de una solapada burguesía. A la luz de los hechos parece claro que la apertura de China es el frente de penetración del capitalismo trasnacional. ¿Qué otra cosa son los espacios abiertos a las grandes empresas occidentales? Una aguda observadora de la China de hoy se impresionó ante la opulencia de ciertas capas de la sociedad y la pobreza de otras, y mucho más cuando, al preguntar sobre Mao Tse-tung, muchas personas le dijeron estas palabras: ``Mao buenísimo de joven; Mao malísimo de viejo'', repitiendo quizá consignas aprendidas en las escuelas.
Hay acontecimientos que no pueden hacerse a un lado. La célebre carta de Charles Bettelheim, renunciando a la presidencia de la Asociación de Amistad Franco-china, en la que prueba el reculamiento del socialismo hacia el capitalismo enmascarado en el principio de socialismo con características chinas; la tragedia para el mundo, que significa la matanza escenificada en la Plaza de Tiananmen (junio 4 de 1989), que recordó el aplastamiento de la primavera checoslovaca (1968), y las abrumadoras estadísticas sobre pobreza extrema, salarios insuficientes, desempleo generalizado, desequilibrio en el desarrollo provincial y una cada vez más aguda desigualdad en la distribución de los ingresos, a pesar de los crecientes por cientos en materia de desarrollo; ¿quiénes se enriquecen en la China de hoy? No hay ninguna diferencia con el capitalismo occidental; ocio y prosperidad en las minorías; desesperanza y apreturas en las despensas de las mayorías. Existe algo más. En la primera sesión de la VII Asamblea del Congreso del Pueblo (abril 12 de 1988), se modificó el artículo 11 constitucional en el sentido de permitir y proteger la economía privada.
¿Qué es lo que sucede en la China de hoy? ¿Acaso el socialismo con características chinas es simple y llanamente la expansión y el desenvolvimiento libre de la propiedad particular? ¿Cómo se ha logrado tan aperplejante metamorfosis sin que ocurra protesta alguna, al menos conocida? Aún suenan con ansiedad las palabras de Jean-Luc Domenach: Chine: L'archipel Oublié (1992), donde se informa de la represión de disidentes y de la espantosa operación militar del mencionado 4 de junio de 1989; y también muy a la mano están las actuales reflexiones de gramática de los símbolos, o sea el arte de un discurso político que transforma la mentira en verdad. Los mexicanos amamos al pueblo chino, y por esto sufrimos el sufrimiento del pueblo chino.