El y su esposa padecieron prohibiciones y cárcel en la época de dictadura
César Güemes, enviado, Guadalajara, Jal., 1 de diciembre Ť Con seguridad el homenaje al mérito editorial de este año no tuvo discusión. Ediciones de la Flor, de Argentina, comandada por Daniel Divinsky y su compañera, Kuki Miller, lo recibieron. A ambos les ha sucedido todo lo malo y casi todo lo bueno que puede padecer y gozar un editor: prohibiciones legales, encarcelamiento, exilio y conflictos económicos. Las gracias, a cambio, han venido de la solidaridad de las personas que a su lado trabajaron y trabajan, ya como gente propia de la casa o como autores que nunca los abandonaron. Se podría quejar de todo, pues, si lo hiciera, el generoso Divinsky, menos de abandono. Ellos acudieron anoche al homenaje ofrecido por la FIL mientras se presentó el volumen Libros, personas, vida: Daniel Divinsky/Kuki Miller y Ediciones de la Flor (Buenos Aires 1967-1977), bajo el sello de la Universidad de Guadalajara. En éste se ofrece un justo reconocimiento a los editores por, entre otros, Ernesto Sábato, Tomás Eloy Martínez, Quino, Fontanarrosa, Ariel Dorfman, Antonio Skármeta y Luis Rafael Sánchez. Si a don Daniel no podemos calificarlo de heroico porque parecería excesivo, lo cierto es que poco le falta para serlo. Con él hablamos.
--¿La historia de Ediciones de la Flor es la de una lucha, de una batalla larga?
--Es la historia de la supervivencia. Es muy complejo ser un editor independiente en un país de crisis económica perpetua, donde una dictablanda, como la dictadura militar de 1966 al 73, cuando se gesta la editorial, que sucedió una dictadura más larga y cruenta, que reprimió a todos. Eso terminó con algunos editores en la cárcel, como nosotros. Es un milagro de supervivencia no atribuible a nuestro mérito, sino por un lado a la fidelidad de los autores que no nos abandonaron, así como a la disposición de la madre de mi esposa, quien tomó las riendas de la editorial y la condujo durante los cuatro meses y medio de nuestra prisión, y luego durante los seis años del exilio en Venezuela. Así que la historia de la editorial es una serie de fidelidades, amores y casualidades.
--La editorial recibe este nombre no de manera gratuita, su bautizo fue hecho de buena fe.
--Comenzó a partir de la sociedad de dos abogados, el otro era mi socio, que estábamos aburridos por el ejercicio de la profesión. Queríamos instalar una librería, pero hacía falta más dinero que para hacer una editorial. Contratamos dos o tres libros iniciales, uno de ellos el de Paul Nizan, novelista y filósofo francés que polemizó con Sartre y que fue comunista; además de una antología poética de Georges Brassens, con lo cual gastamos los 300 dólares que teníamos. Al principio parecía que éramos una editorial muy exquisita, con libros un poco raros. Entonces, en reunión para decidir el nombre de la editorial, vimos que era muy complicado que llevara mis apellidos o los de mi mujer. La reunión la condujo la nieta de Leopoldo Lugones, Piri, quien vio que teníamos muchas ideas para un solo nombre, entonces dijo que éramos dueños de una flor. Ahí nace el nombre. Piri, luego de eso, militó en la izquierda en los años treinta y finalmente fue secuestrada con su marido en 1977, jamás supimos de ella.
--¿Cómo fue el trabajo posterior a la creación de La Flor?
--La dictablanda está en el origen. Nos prohibieron libros, pero como el orden jurídico aún funcionaba, conseguimos algunas revocaciones y publicamos otros. A partir de 1973 hubo apertura, durante el auge del pensamiento setentista de izquierda. Ese año y el siguiente fueron buenos para la editorial. Publicamos más de 60 libros por año. Pero vino 1976 y apareció la dictadura militar de Videla y sucesores. Allí no había prudencia posible, nadie podía borrar los libros existentes. Recomienza el intento por sobrevivir, moderando el ritmo de publicaciones y cuidando los títulos. Sin embargo, con la publicación de un libro infantil, Cinco dedos, que compramos en la Feria de Frankfurt, tuvimos problemas. Era una creación colectiva y ejemplificaba el lema de que la unión hace la fuerza. Los personajes eran los dedos de una mano verde que estaban siempre persiguiendo y torturando a los dedos de una mano roja, siempre separados. Hasta que los dedos de la mano roja se unen y forman un puño de modo que se defienden. Los militares pensaron que los dedos de la mano verde representaban al ejército argentino, los de la mano roja difundían ideas en los niños para inducirlos a la subversión. Por eso prohibieron el libro. Apelamos y la respuesta fue una orden de aprehensión contra mi esposa y socia, y contra la mujer de Augusto Roa Bastos, quien dirigía la colección de libros para niños, y a mí mismo.
--¿Alguna vez pensó que el enemigo es tan fuerte que había que desistir?
--Nunca, pero no por coraje, sino por falta de visión o por omnipotencia. Presentar un recurso de apelación contra la prohibición de un libro en 1977 fue un acto de imbecilidad, no de coraje. Pero de alguna manera esa especie de omnipotencia permitía sobrevivir, porque los meses de detención los pasamos en una dependencia de la policía, sin maltrato. Eramos detenidos legales cuando la gente desaparecía sin más. Se sabía dónde estábamos. Paradojicamente, erámos detenidos privilegiados. De donde nos tuvieron salían los policías disfrazados a secuestrar personas y nunca sentimos que nos podía pasar algo grave. Esto es, otra imbecilidad.
--¿Entonces piensa en el exilio para salvar la integridad física?
--Nos aconsejaron salir de Argentina, pensando en que quedamos marcados por la detención. Luego de mes y medio en México, tuve una oferta en Venezuela. La tomé y mi mujer mientras tanto ingresó al Banco del Libro, que es una fundación para fomentar la lectura infantil. Así que nuestra situación allá también fue privilegiada, porque no trabajamos de camareros sino como editores. La editorial siguió funcionando, quizá a media máquina, pero sobrevivió, y debo decírtelo, porque Quino y Fontanarrosa no nos abandonaron.
--El humor vence a las bayonetas.
--Ese sería el titular para una nota. No sé si es cierto, pero es un buen título.
Porfiar valió la pena
--No eran, sin embargo, los únicos autores interesantes.
--Contábamos con Vinicius de Moraes y con Luis Rafael Sánchez, además teníamos la serie de libros infantiles y el trabajo de Rodolfo Walsh, que tuvo que dejar de editarse, porque él fue secuestrado en 1977 y asesinado por los militares. Nuestro catálogo era grande. Una editorial como la nuestra se mantiene no tanto por los títulos nuevos, sino por la venta de su fondo editorial.
--Eso persiste, según vemos, por el espacio que tienen en la FIL.
--El fondo es esencial. La novedad se vende rápido, pero lo que nos ha sostenido son los libros que se venden siempre, menos espectaculares, pero que están ahí.
--Entre la fundación de La Flor, el lapso en la cárcel, el exilio y el momento actual en que recibe un merecido homenaje, ¿cuál es su balance?
--No diría que el homenaje es merecido. Aunque tampoco incurro en la falsa modestia de decir que es inmerecido, porque sería menoscabar a quienes lo decidieron. Lo recibimos como representantes de tantos editores que han sufrido represión en Argentina y en otros países con menos suerte que nosotros. En alguna época, en la Unión Soviética se condenaba a editores por ser pesimistas, aunque nadie habría condenado a un plomero por serlo. En países como el nuestro el editor está en una posición más expuesta incluso que los autores. El editor tiene una oficina y una sede, de modo que ofrece una cabeza que es la que va a caer cuando al gobierno en turno no le guste lo que el escritor hizo y uno editó. La visión ahora, en el momento de amplias libertades públicas en Argentina, más allá de las discrepancias que tengo con el gobierno actual, es que parece un milagro que en la época que comenzamos pudimos sacar libros sobre el aborto o sobre la libertad absoluta de los alumnos que pregonaba un educador francés. Cada libro de esos era un riesgo, si no tan grave como la prisión o la muerte, sí un conflicto económico serio, como tener el libro y no poder venderlo o enfrentar problemas legales.
--¿El homenaje ayuda a La Flor, si lo vemos de manera técnica o incluso fría?
--Te diría que lo mensurable es que hemos recibido una cantidad de propuestas de editores extranjeros que vieron la realización del homenaje en la revista Publishers Weekly, o de personas que se han enterado apenas de la existencia de la editorial no obstante nuestros 30 años de vida. Creo que la gran remuneración, y no es discurso, la representa el afecto y el apoyo moral por todo lo que pasamos, que no fue nada más puro sufrimiento y que valió la pena, sin duda.