Teresa del Conde
Adefesios y políticas

Creo que fue Carlos Marx quien dijo que cuando se intenta rehacer un acontecimiento histórico, la repetición redunda en la conversión de un drama en farsa. Ojalá eso no suceda con las mociones de política cultural que conocemos a través de este periódico, en las que se comentan los foros coordinados por el nuevo gobierno capitalino. Habría que empezar diciendo que en una ciudad con tanto disturbio como la que vivimos, la seguridad es ingrediente básico para la posible extensión y goce de los beneficios culturales. De un tiempo a la fecha, las reuniones de amigos principian con el recuento de asaltos y hasta de asesinatos, de los que se tiene noticia, porque involucran a compañeros de trabajo, funcionarios o ex funcionarios públicos, artistas, parientes, etcétera. Se dice que es catártico compartir estas desventuras. Pero en realidad, ¿qué es lo que se comparte?: el miedo. ¿Es posible anticipar el disfrute de un paseo nocturno por el bosque de Chapultepec, que estaría abierto al público para gozar del claro de luna?

Dejemos eso, aunque se trata de referencia obligada, y veamos las coincidencias que ofrecen tres comentaristas: Eduardo Vázquez Martín, Fabrizio Mejía Madrid y Carlos Monsiváis en La Jornada Semanal del 16 de noviembre.

Se calibra la propuesta de crear más casas de cultura, administradas por colonos, vecinos o jóvenes. No se habla de investigar el estado en el que se encuentran las que existen, ni sus posibles funciones, lo que tendría que hacerse en primer término. Pero lo peor no es eso: entre lo que se dice está la aberración de proponer una resurrección del muralismo. ¿Cuál sería el objetivo?, ¿contaminar aún más?, ¿dar trabajo a supuestos artistas?, ¿propiciar el retorno a un seudonacionalismo que sería de pacotilla? El muralismo no es reciclable, la historia no se repite. Hay una buena cantidad de murales, algunos de primerísima calidad en mal estado, pese a los esfuerzos que se han hecho por restaurar los que deben preservarse a toda costa, como los de Orozco en el Hospital de Jesús.

Se reitera entonces el patrocinio de lo popular. Los comentaristas mencionados coinciden en que aquí está uno de los mayores peligros incluidos en proyectos enviados a Cuauhtémoc Cárdenas. Existe la creencia de que lo popular es democrático y lo que se ignora es que los gustos populares son inventados por minorías (léase al respecto la llamada Autobiografía de J.C. Orozco).

La única manera de extender los valores culturales es, como dice Monsiváis, ``democratizar el elitismo''. Eso supone no bajar ni un milímetro los niveles culturales, sino subirlos, haciéndolos accesibles mediante promoción masiva, inteligente, coordinada, atractiva. El ejemplo de la multitud congregada ante la pantalla televisiva fuera del Palacio de Bellas Artes, durante el concierto de Pavarotti, que evocó Fabrizio es magnífico. Y por cierto: a la Guelaguetza, aparte de las autoridades sólo van algunos turistas, no es que esté mal, pero de allí a tomar el folk trasnochado como parámetro hay un abismo.

¿Por qué camino han llegado algunos seres humanos que se proponen como líderes culturales a mostrar una sombrosa hostilidad hacia la cultura? Eso es cosa que ni Freud podría responder.

Acabo de conocer la serie de esculturas recién donadas a la Delegación Miguel Hidalgo, instaladas en lo que es un parque que antes guardaba cierta congruencia y que necesita a gritos de mantenimiento. Es el Parque de los Espejos, en Polanco. Entre el auditorio Angela Peralta y el monumento (no bueno, pero pasable) a Martin Luther King, se han instalado, con costo evidente una serie de adefesios que ni el enemigo malo hubiese imaginado. Salvo una excepción, todas las piezas atentan contra la mínima noción de lo que es escultura. No sólo eso: dañan severamente lo que allí vale la pena; el congruente diseño de bancas y maceteras (finales de los años treinta, como el cercano monumento a Bolívar), los árboles, las plantas.

Hay un espacio ¡muy originalmente cavado en la tierra, que encierra el tesoro escultórico! que a las dos semanas de la instalación escultórica, ya está convertido en un auténtico basurero. Concurre una pieza enorme, realizada en talla en nova piedra con alma de acero que va a costar un dineral remover. Se titula Shock de la conciencia. Y sí que lo es, de la conciencia cívica, de la conciencia estética, de la conciencia ciudadana. Por elemental pudor no menciono a los autores.

Para colmo, las discretas y bien diseñadas señalizaciones del parque rezan: ``Es de personas cultas cooperar y cuidar las bellezas de este lugar''. ¿Por qué la Delegación Miguel Hidalgo estuvo anuente a que se cometiera esta atrocidad? Es sólo parangonable a la glorieta de los escritores (degollados sobre sus propios libros) visible en San José Insurgentes en lo que antes era un agradable remanso.