La Jornada Semanal, 23 de noviembre de 1997
Miguel Suárez
(Navarra, 1951)
Bulevard de agosto, bullicio, tormenta.
Le avisaron. "Tíralo, la brasa llama al
rayo." Iba, en la hora más dulce, a su cita.
Oyó palabras que no pueden existir.
Una joroba creció en lo oscuro. Las
palomas del miedo se alineaban en sus
ojos.
Cuesta empedrada, vértebras. Un
cielo abierto: leído así: dolor. El otro
anciano, desde la penumbra, arrojó pan
mojado en vino. "Pájaros, sólo son pájaros,
buenos barrenderos."
¿Regresó? Recogió la flor del suelo,
toda miel. Abrió las ventanas. Sol en la
alcoba. Alisó la manta: él con un laúd,
ella arrobada.
Francisco José Cruz Pérez
(Alcalá del Río, 1962)
Te tomo de los pájaros sin vuelo
y te llamo presencia de los árboles,
sol y sombra movidos por el viento,
mirada que navega en cada río,
memoria mía.
Yendo y viniendo por la precariedad,
arde el miedo en nosotros.
Y así mi cuerpo se te vuelve una respuesta que pregunta
y tu cuerpo se me vuelve una pregunta que responde
del humo de los años anteriores a vivirnos,
del humo de los años posteriores a morirnos.
Por esto, a veces, no tengo más remedio
que vestirme con tu cuerpo y desnudarte con el mío.
Y hablarte con la voz de los desiertos
y oírte tras la edad que no has cumplido,
hablarte por los huesos que no suenan
y oírte en una quena sin retorno.
En ti veo las selvas y las tribus
ocupando el lugar de las iglesias,
los restos de murallas,
la necrópolis.
Amas a tu ciudad y sin embargo
me arrastras a un origen que no es tuyo
para que yo te llame presencia de los árboles,
profundidad de los ríos,
ancho vuelo de pájaros sin nombre,
mi memoria.
Yendo y viniendo por la precariedad
arde el miedo en nosotros
y ahora la palabra busca el modo
de morirnos los dos al mismo tiempo.
Por esto estoy mirando con tus ojos
y poniendo en tu lengua mi silencio.
Arde el miedo y te tomo de los pájaros
sin alas del recuerdo.
Por si acaso estuviésemos ya muertos.
Carlos Ortega
(Valladolid, 1957)
Trabajar cansa,
pero no has de echar cuentas del trabajo,
basta con ceder a la gravedad,
en el obsequio de la tarde.
Unos pocos muebles, el recorrido
de la sombra hasta la noche acompañan.
Todo sin resistencia.
La cabeza vencida
contra el pretil del hombro
no dio nunca mejor imagen
del abandono. Es la hora
de los viejos mensajes insolubles,
y duermes, duermes de un cansancio
deudor de tu viveza
y de tu agilidad. Verte dormir
lleva el consuelo a mi sospecha
de que tendré un castigo
por mi desemejanza.
Esperanza Ortega
(Palencia, 1953)
demasiado profundo
el esplandor
todas las luces encendidas
apenas roza
la penumbra en los labios
y desciendes
vas contando las huellas
que resplandecen a tu espalda
te empujan
a la casa vacía
una voz
ilumina la casa sin ventanas
todo espera
menos aquel perfume de las rosas
rendidas a la sombra de tu mano
ahora yace en la cumbre
como un león vencido
Perfume
Pedro Provencio
(Alhama de Murcia, 1943)
Aquí está el cerco.
Acaba de cerrarse, justo a tiempo
de evitar que te quedes dentro o fuera.
Se han cumplido tus cálculos:
giran las huellas pero no los pasos,
y si se reconocen no se encuentran.
Sigue adelante,
ahora que para ti se ha hecho habitable
la perpetua frontera
entre la dispersión y la presencia.
Idelfonso Rodríguez
(León, 1952)
Quien pensó más de una vez: lo que ha de venir es como una
cuerda musical muy tensada o un globo de luz que estalla
frente a mis ojos; el que todavía no soy, el que nunca seré,
ambos gesticulan con sufrimiento o ríen como bobos, andan de
manos, remueven las sombras del que soy ahora mismo;
y ese pensamiento no le dio más claridad;
Despertó en la oscuridad con un costado frío y el pecho
resguardado en el calor que le daba el otro cuerpo tendido; dos
enlazados contra el invierno, haciéndose la madriguera, como
los padres y abuelos y los desconocidos a los que se remontan;
oyó un diálogo arcaico, sin intrigas ni presencias extrañas;
en el dormitorio frío, uno le iba diciendo a la otra: ya estamos
madurando en el tiempo del azar y así te lo pido, no apagues
esta tibieza, que no se nos vaya;
Quien vio arder los rastrojos, el humo negro del páramo; iba
en tren, había dos viajeras más, dos enlutadas sospechosas,
murmuraban al ir sacando el almuerzo;
él oyó un aleteo que conoce bien, un crujido, las claves injustas
y descarnadas del miedoso.
Por estos días, un grupo de poetas españoles visita la ciudad de México, en donde ofrecerán varias lecturas. En la primera de las sesiones programadas (martes 25 de noviembre, Foro del Museo Rufino Tamayo, 19:00 hrs.) los peninsulares participarán en un encuentro con poetas locales: Luis Cortés Bargalló, Víctor Manuel Mendiola y Fabio Morábito les darán la alternativa. La segunda sesión entre poetas nacionales e iberos será el miércoles 26, misma hora, mismo lugar. El viernes se cierran estas jornadas en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con una lectura colectiva. La cita es a las 19:00. Para celebrar el encuentro, La Jornada Semanal ha preparado esta breve muestra, necesariamente arbitraria, de la nueva poesía de España. Miguel Suárez es autor, entre otros, de los libros de poemas: La perseverancia del desaparecido (Premio Hiperión, 1988) y Luz de cruce (Premio Leonor, 1997); Francisco José Cruz Pérez es autor de Prehistoria de los ángeles (1984) y Bajo el velar del tiempo (1987); Carlos Ortega, de Recuentos (1992) y La lengua blanda (1995); Esperanza Ortega, de Hilo solo (Premio Gil de Biedma, 1995) y Como si fuera una palabra (1997); Pedro Provencio, de Formas de margen (Premio Francisco de Quevedo, 1982) y Embrión (Premio X Bienal de Poesía de León, 1991), e Ildefonso Rodríguez, de Mis animales obligatorios (Premio Rafael Alberti, 1994) y Coplas del amo (1997).