La Jornada Semanal, 23 de noviembre de 1997



LOS PICOTEADORES DEL MURO


Günter Grass


Editorial Alfaguara publicó en España Un cuento largo, la más reciente novela del gran narrador alemán Günter Grass. Con esta obra, cuyo título debió ser Un campo extenso, Grass continúa su interpretación simbólica de la historia alemana.



Nosotros, los supervivientes esclavos de las notas de pie de página del Archivo, nos exhortamos a no relatar precipitadamente la celebración del septuagésimo aniversario, sino a informar sobre el paseo que tuvo lugar ya a mediados de diciembre y que sólo después de un rato bastante largo ofreció oportunidad para hablar del próximo cumpleaños y planificar su celebración.

Un helado día de invierno, con el que concordaba un cielo de azul acuoso sobre la ahora indivisa ciudad, el 17 de diciembre, en que se reunió en el Dynamo-Halle el Partido hasta entonces gobernante para disfrazarse con un nuevo nombre, un domingo que movilizó a grandes y pequeños, entraron en foco también ellos, perseverantes, en la esquina Otto-Grotewohl y Leipziger Strasse: el alto y delgado junto al ancho y pequeño. Una silueta de sombreros y abrigos de fieltro oscuro y mezclilla de lana gris, fundidos en un todo que se iba agrandando. Lo que emparejados los aproximaba parecía imparable. Ya habían pasado junto al edificio de los Ministerios; mejor dicho, junto a su costado norte. A veces gesticulaba la mitad alta, a veces la pequeña. O se mostraban ambas elocuentes a la vez, con manos que salían de anchas mangas: uno dando grandes pasos, el otro pasitos cortos. Exhalando el aliento, evaporado luego en nubecitas blancas. De esa forma se mantenía cada uno, respectivamente, por delante y por detrás del otro, pero sin embargo estrechamente unidos y formando una sola figura. Como aquel tronco de caballos no conseguía llevar el paso, parecía como si se movieran unas sombras chinescas ligeramente nerviosas. Aquella película muda iba en dirección de la Potsdamer Platz, en donde el Muro, erigido como frontera, había sido demolido ya a todo lo ancho de la calle y aparecía abierto en ambas direcciones; sin embargo, aquel paso, por estar frecuentemente atascado, permitía sólo un tráfico lento de una mitad de la ciudad a la otra, entre dos mundos, de Berlín a Berlín.

Atravesaron una tierra de nadie desolada durante decenios, que ahora, como gran superficie, ansiaba propietario; ya había primeros proyectos, que pugnaban entre sí, ya se había desatado la furia constructora, ya subían los precios del suelo.

A Fonty le gustaban esos paseos, sobre todo desde que el Oeste, recientemente, le ofrecía expansión en el Tiergarten. Sólo entonces entró en escena su bastón. De Hoftaller, que se le colgaba sin bastón pero con cartera repleta, se sabía que, además de termo y fiambrera, llevaba siempre un pequeño paraguas que, al oprimir un botón, se desplegaba hasta el tamaño normal.

En su estado ya sin vigilancia apenas, el Muro les ofrecía posibilidades de paso por ambos lados. Tras un breve titubeo, decidieron ir por la derecha en dirección a la Puerta de Brandeburgo. Metal sobre piedra: desde lejos habían oído ya el agudo picoterar. Con temperaturas por debajo de cero, un ruido así se oye desde muy lejos.

Unos al lado de otros, los picoteadores del Muro estaban de pie o de rodillas. Los que trabajaban en equipo se relevaban unos a otros. Algunos llevaban guantes contra el frío. Con martillo y cincel, a menudo sólo con adoquín y destornillador, iban desmoronando la muralla, cuyo lado occidental, durante los últimos años de su existencia, había sido ennoblecido como obra de arte, con intensos colores y duros trazos de contorno: no escatimaba los símbolos, escupía citas, gritaba, acusaba y, ayer mismo, todavía era actual.

Aquí y allá, el Muro estaba ya agujereado y mostraba sus vísceras: hierros de refuerzo que pronto echarían herrumbre. Y, en extensas superficies, aquel mural de kilómetros, prolongado hasta poco antes del final, revelaba, en fragmentos aptos para museos, manchas como la palma de la mano y, en trozos diminutos, pintura salvaje: fantasía liberada y códigos de protesta anquilosados.

Todo estaba pensado para servir de memoria. Con independencia del martilleo, en la, por así decirlo, segunda línea del desmantelamiento que se realizaba desde el Oeste, ya estaba en marcha el negocio. Extendidos sobre paños o periódicos, había trozos pesados y fragmentos diminutos. Algunos vendedores ofrecían de tres a cinco pedazos, ninguno mayor que una moneda de un marco, en bolsas transparentes. Podían admirarse detalles mayores desprendidos con paciencia de las pinturas del Muro, como la cabeza de un monstruo con un ojo en la frente o una mano de siete dedos; objetos expuestos que no se vendían baratos pero encontraban compradores, sobre todo porque con el souvenir se entregaba un certificado con fecha: "Muro de Berlín original."

Fonty, que no podía dejar de comentar nada, exclamó:

-¡Mejor en fragmento que entero!

Como sólo tenía suelto dinero oriental, un joven vendedor, que por lo visto había ganado lo suficiente, le regaló tres pedazos desprendidos, del tamaño de una moneda, cuyos rastros de color -uno negro sobre amarillo, otro azul junto a rojo y el tercero de tres clases de verde- pasaban por preciosos:

-Toma, abuelo, sólo para clientes del Este y porque es domingo.

Al principio, su Sombra-de-noche-y-día no quería ser testigo de aquella diversión popular, sin duda ilegal pero tolerada a ambos lados del Muro; Fonty tuvo que tirarle de la manga. Arrastró literalmente a su compinche por delante de metros de imágenes en movimiento. No, aquello no era para Hoftaller. Aquel arte mural no le agradaba; y, sin embargo tenía que presenciar lo que siempre le había repugnado:

-¡Caos! -exclamó-. ¡Nada más que caos!

Cuando llegaron a un punto de las placas de hormigón estrechamente ensambladas y peraltadas por un abultamiento, que ofrecía vista hacia el Este porque en la fronteriza construcción, en su parte superior, se había abierto recientemente una brecha enorme, se detuvieron y miraron por la cuña abierta, de cuyos bordes dentellados sobresalían unos hierros de refuerzo, en parte torcidos y en parte serrados. Miraron el cinturón de seguridad, la cinta para los perros, el amplio campo de tiro, miraron por encima de las franjas de la muerte, miraron las torres de vigilancia.

Vistos desde el otro lado, Fonty se asomaba de medio cuerpo por la ensanchada grieta; junto a él, Hoftaller quedaba visible desde los hombros: dos hombres con sombrero. Si, por necesidades de la seguridad oriental, hubiera habido aún algún guardia fronterizo vigilando, habría podido hacer una foto de los dos para el servicio de identificación.

Durante largo rato guardaron silencio a través de la cuña abierta, pero tenían recuerdos que corrían de formas distintas. Finalmente, Hoftaller dijo:

-Me entristece, aunque, como muy tarde, pronosticamos esta demolición desde el asunto de la revista Sputnik.(1) Un día se podrá leer nuestro informe sobre la desintegración del orden público. Nadie lo tuvo en cuenta. No se podía hablar con ninguno de los camaradas dirigentes. Eso lo conozco bien: el ensordecimiento habitual en una etapa tardía...

Más susurrando que en voz alta, Hoftaller liberó a través de la brecha del Muro sus preocupaciones laborales. De pronto, soltó una risita. Una risita largo tiempo contenida, almacenada hasta desbordarse ahora, lo sacudió. Y Fonty, que tuvo que inclinar su oído hacia el que susurraba, oyó:

-En realidad cómico. Un caso típico de cansacio de poder. Nada atrapa más. Pero quién abrió el cerrojo, eso sí que querría saberlo. ¿Quién pasó al camarada Schabowski la chuleta? ¿Quién le permitió transmitir un mensaje? Frase por frase y a bombo y platillo... "A partir de la fecha..." ¿Eh, Fonty? ¿A quién se le ocurrió el conjuro "çbrete, Sésamo"? ¡A quién? No es de extrañar que el Oeste se sintiera aterrado cuando, a partir del 9 de noviembre, decenas de millares, ¿qué digo?, centenas de millares se pasaron al otro lado, a pie o con sus trabis.(2) Se quedaron realmente perplejos... Gritaron que era una locura... ¡Locura! Pero eso es lo que pasa cuando, durante años, se lloriquea: "El Muro debe desaparecer..." Bueno, Wuttke, ¿quién dijo "Por favor, tragadnos"? ¿Lo entiende ahora?

Fonty, que hasta entonces había guardado silencio, con la cabeza inclinada, no quiso adivinar. Más bien con indiferencia le soltó otra pregunta:

-Por cierto, ¿dónde estaba usted metido cuando, en aquella época, todo se cerró herméticamente, de un extremo al otro?

Seguían de pie ante la grieta abierta a la altura del pecho y los hombros, como enmarcados: un doble retrato. Como ambos se sometían de buena gana al ritual de los interrogatorios ensayados, suponemos que Fonty sabía de antemano lo que Hoftaller recitó como una letanía: "Como consecuencia de la contrarrevolución... Cuando sólo con ayuda del poder soviético... Poco después se produjeron depuraciones..."

Enumeró medidas de seguridad omitidas y habló de decepciones. Todavía seguía lamentando los fallos del sistema. No se podía liberar del recuerdo del 17 de junio:(3)

-Me sancionaron con un cambio de destino. Estaba en el archivo estatal sin nada que hacer. Caí en un estado de ánimo depresivo. Por esto tuve que abandonar el Estado de los Obreros y Campesinos. Sin embargo, en principio no fue una crisis espiritual. No, Tallhover no cambió todo, sólo cambió de lado, allí sí que lo quisieron. Sin embargo, desgraciadamente, mi biógrafo no quiso creerlo, valoró errónamente la libertad habitual en el Oeste, me vio sin salida y me atribuyó una nostalgia de la muerte, como si nosotros pudiéramos acabar. ¡Para nosotros, Fonty, no hay final!

Hoftaller no hablaba ya en susurros. Ahora, no delante de la bloqueante construcción de losas que forzaba a la confesión sino otra vez a pasitos y a lo largo de la imagen interminable del Muro, parecía de buen humor:

-Ahora se puede hablar sin dobleces: fui acogido con todo agrado. Se comprende: ¡mis conocimientos especializados! Circulaba por ahí con el nombre cambiado. Me registraron como "Revolat". Me sentó bien el cambio de clima. Sin embargo, tampoco en el otro lado se me ahorraron decepciones. Mis advertencias del peligro de un bloqueo fueron inútiles. En Colonia, justifiqué con recibos fotocopiados todas las compras mayoristas hechas en el Oeste; todo lo que se necesitaba para el Muro de la paz, cemento, hierros de refuerzo, un montón de alambre de espino. Finalmente, di a Pullach un aviso. No sirvió de nada. Por último, cuando era demasiado tarde, el agente "Revolat" se dio cuenta de que también el Oeste quería el Muro. Después, todo fue más sencillo. Por ambos lados. Hasta los yanquis eran partidarios. Imposible lograr más seguridad. ¡Y ahora, esta demolición!

-Nada dura siempre -fue el consuelo de Fonty.

Con la luz de la tarde cayendo diagonalmente, anduvieron a pasos y pasitos hacia la Puerta. El Sol, ya bajo, hizo que arrojaran en el mural una sombra emparejada, que los seguía e imitaba sus gestos en cuanto hablaban con las manos desde las amplias mangas del abrigo, valorando como riesgo la reciente brecha de la seguridad: "¡Algún día querrán volver atrás!", o celebrándola como "inmenso beneficio": "¡Sin es mejor que con!"

Algunos picoteadores de muros se dedicaban encarnizadamente a su oficio, como si les pagaran a destajo, y un hombre de edad avanzada lo hacía incluso con una perforadora eléctrica alimentada por una batería. Llevaba gafas protectoras y orejeras. Los niños lo contemplaban.

Había mucha gente en camino, también turcos. Jóvenes parejas se hacían fotografías contra el fondo, para poder acordarse después, mucho después. Aquí se encontraban familias largo tiempo separadas. Personas llegadas de lejos se asombraban. Japoneses en grupos. Un bávaro en traje regional. Un ambiente alegre pero no ruidoso. Y, planeando sobre todo aquello, el ruido atribuido a los pájaros carpinteros.

Dos policías occidentales a caballo vinieron hacia ellos, mirando por encima de aquel trabajo dominical. Hoftaller se irguió como correspondía a la autoridad pero, a su pregunta sobre si estaba permitido aquel proceso destructivo, uno de los guardias dijo:

-Permitido no está, pero prohibido menos aún.

Para consolarlo, Fonty regaló a su Sombra-de-noche-y-día los tres pedacitos de Muro del tamaño de una moneda. Y, mientras ponía a buen recaudo en su portamonedas aquellos fragmentos abigarrados de una sola cara, como elementos de prueba, Hoftaller dijo:

-En cualquier caso, desde agosto del '614 se esperaba algo. Mi antiguo servicio llamó a la puerta. No me hice esperar mucho. Pero ya sabe usted que siempre he sido pangermanista...

Su ritual no daba para más. En silencio recorrieron el Muro. Su aliento se disipaba sólo en vapor. Paso a paso, la pareja se detuvo en medio de una masa remansada, ante la Puerta de Brandeburgo o, mejor, ante el muro de cemento de amplia curva que seguía cerrándola y cuyo derrumbamiento aguardaba el mundo desde hacía semanas con acechantes equipos de televisión.

Masivo, como construido para siempre. Sólo el desconcierto de algunos soldados de fronteras, que en la prominencia superior del bastión, en aquel punto transitable, más que hacer acto de presencia no sabían qué hacer por allí, anunciaba la caída del baluarte prevista para fecha próxima. Estamos seguros: Hoftaller miraba todo aquello con sentimientos encontrados, pero Fonty se alegraba de la trama secundaria del idilio dominical. Mujeres jóvenes y niños que sus madres sostenían en alto regalaban a los soldados flores, cigarrillos, naranjas, chucherías de chocolate y, naturalmente, plátanos, aquella fruta meridional entonces ostensiblemente popular. Y, maravilla de maravillas, aquellos hombres de unifome, recientemente dispuestos aún a disparar, se dejaban agasajar y hasta aceptaban champaña occidental.

Y allí, acunados por el ambiente de domingo, rodeados de curiosos, entre los que algunos jóvenes, más acervezados que agresivos, berreaban "¡Abrid la puerta!", entonces, en la época de las esperanzas escarpadas y de las mesas redondas, de las grandes palabras y de las dudas pusilánimes, en la hora de los mandamases destituidos y de los primeros negocios rápidos, en un día de diciembre tranquilo y claro del '89, cuando la cotización de la palabra Unidad iba aumentando más y más, Fonty recitó de pronto en voz alta y sin que Hoftaller pudiera contenerlo, aquel largo poema llamado "Entrada victoriosa", que el 16 de junio de 1871 había aparecido puntualmente para la ocasión en el Berlinder Fremden-und Anzeigenblatt, y cuyas rimas celebraban el victorioso final de la guerra contra Francia, así como la fundación del Imperio y la coronación del rey de Prusia como Emperador de los alemanes, haciendo desfilar, en abundantes estrofas a todos los regimientos que regresaban y, en primer lugar, a la Guardia -"Ya vienen ahora, cerrados, unidos, el sable en la diestra, aún no vencidos, azules jinetes de los de Mars-la-Tour, pero hay otros muchos que han muerto en el sur..."-, haciéndolos marchar al paso por la Puerta de Brandeburgo y subir luego por la gran avenida de Unter den Linden: "Van todos mezclados, prusianos, hesienses, los bávaros siempre, detrás los badenses, sajones y suabios, después cazadores, los cascos agudos, los mil tiradores..."

No era la primera vez que ocurría, porque después de la victoria prusiana sobre Dinamarca y Austria, en las primeras guerras por la Unidad, hubo igualmente desfiles y poemas rimados sobre entradas victoriosas; un celo homenajeador que Fonty, con la primera estrofa, había evocado para los curiosos que había ante la cerrada puerta: "Y ved ahora cómo, por tercera vez, hoy cruzan la Puerta con gran altivez, el Káiser delante, el sol de esta hora, hay gente que ríe, hay gente que llora..."

Por marcadamente que declamase, allí, al aire libre, la voz de Theo Wuttke, ex orador de la Kulturbund al que todos llamaban Fonty, no llegaba suficientemente lejos. Sólo algunos se rieron y ninguno lloró de alegría, y también los aplausos fueron escasos cuando, con la última estrofa, el desfile de la victoria terminó ante el monumento a Federico II, el "Monumento a Fritz".

En cuanto se apagó el eco de los versos, los dos se separaron de la multitud. A Fonty pareció entrarle prisa y Hoftaller le dijo desde atrás:

-¿Va a ver esa su aportación a la futura Unidad? Atrevida y enérgica. Todavía me suena: "Por Linden arriba retumban marciales, y Prusia, Alemania, avanzan iguales..."

-¡No sé, no sé! No era más que un trabajo retribuido, mal pagado además...

-¡Por desgracia! ¡Pero también hay los mejores... y esos quedan!

Entretanto, se alejaban bajo los árboles entumecidos por el invierno. Su conversación sobre el valor de la poesía de circunstancia se extinguió rápidamente; la dejaremos sin comentario. Dieron pasos de distinta longitud hacia los transeúntes domingueros que se dirigían a la Puerta. Su objetivo era la Columna de la Victoria, cuyo ángel de remate fanfarroneaba al sol de la tarde como un espanto recién dorado. Querían ir hacia la Gran Estrella, a través del Tiergarten que los seducía con bancos para el reposo en los caminos secundarios que salían a la izquierda, hacia el puente de Luisa, hacia la Amazona y en dirección de la isla de Rousseau. Pero ellos no se desviaron. Apenas acortaron el paso junto al monumento soviético.

Vistos desde la Puerta de Brandeburgo, se hacían cada vez más pequeños. La pareja de distintas alturas. Otra vez gesticulante: el uno con el bastón, al que llamaba "mi bastón de caminante por la Marca", el otro con los cortitos dedos de su mano derecha, porque en la izquierda llevaba la panzuda cartera. Película muda. A grandes pasos el uno, a pasitos el otro. Vistos desde la Gran Estrella, avanzaban mucho. Abrigo con abrigo, entretejidos en una silueta, aunque no iban cogidos del brazo. Al final de la avenida de los desfiles, desaparecieron los dos un rato, porque tuvieron que evitar el desenfrenado tráfico circular en torno a la Columna de la Victoria, sumergiéndose en un túnel expresamente construido para peatones.

Ahora que la pareja ha desaparecido, sentimos la tentación de mofarnos de los monumentos de Berlín, que han soportado, en toda su altura, las dos guerras mundiales, pero Fonty nos corta la palabra; apenas emergieron otra vez los dos, hubo oportunidad, desde el pedestal de la alta columna, que mide sesenta y seis metros hasta la punta del estandarte vencedor, para digresiones hacia el campo histórico, ya fuera con ayuda de poemas de muchas estrofas, ya de una memoria que se remontaba hasta Sedán y más allá aún.

Según se dice, habían presenciado el 2 de septiembre de 1873 la inauguración de la Columna de la Victoria. En aquella época, la alzada Borrusia estaba, como Victoria, en la Plaza del Rey, la actual Plaza de la República. Poco antes de comenzar la segunda guerra mundial, y por orden suprema, fue trasladada y situada ante la explanada del edificio de Reichstag, junto a la Gran Estrella.

Una curiosidad es, al parecer, un relieve que, a la altura de los ojos, celebra las guerras por la Unidad, victoria tras victoria. Aquí, un chico de cabello rizado lleva el fusil a su padre, que abraza a su madre como despedida; allí, los hombres de la Reserva Territorial calan la bayoneta. Un trompeta llama al ataque. Avanzan pisando cadáveres.

Midieron el pedestal a pasos. Como la columna, incluido su granito rojo-sueco, las partes de metal fundidas y la diosa de la Victoria coronadora, había sufrido daños en la última guerra, miserablemente perdida, el dedo de Hoftaller señaló agujeros por todas partes, en los que no se podía saber si habían sido fragmentos de bomba o, al final, de granada, los que habían encontrado su objetivo. Perforado el pecho de un soldado de infantería. Yelmos en dos. La mano de sólo tres dedos. Aquí le falta a un caballo de dragones la pata delantera derecha, allá un capitán sin cabeza se lanza hacia delante, ya sea en Düppel, ya en Gravelotte. Afligido, Hoftaller hizo balance. Cincuenta y tantos orificios contó, sin incluir los daños del pedestal de granito. Sin embargo, Fonty, en lo que a victorias se refería y hasta donde se remontaba la historia de Prusia, tenía algo más que ofrecer que la columna.

(1). El 18 de noviembre de 1988, la revista soviética Sputnik fue prohibida en la RDA, por su forma de presentar los crímenes de Stalin. (N. del T.)
(2). Nombre popular de los Trabant, coches fabricados en la RDA.
(3). 17 de junio de 1953, fecha de un famoso levantamiento obrero en Berlín Oriental.
(4). El 13 de agosto de 1961 comenzó la construcción del Muro de Berlín.

Traducción: Miguel Sáenz