Miguel Covián Pérez
El penoso debate

El martes 18 y el miércoles 19 de noviembre compareció el secretario de Hacienda ante la Cámara de Diputados. Tuve la paciencia necesaria para ver y oír completas las transmisiones realizadas por un canal de televisión por cable, para tener una percepción directa, objetiva y cabal de las argumentaciones del compareciente y de sus impugnadores.

El funcionario del Ejecutivo se esforzó al máximo por responder con sencillez y seriedad a los cuestionamientos de los diputados. Sus disertaciones fueron, en los puntos que así lo ameritaban, detalladas y hasta prolijas en cuanto a fundamentos técnicos, así como precisas en lo concerniente a los efectos prácticos que podría tener la aceptación de las modificaciones pretendidas por las fracciones parlamentarias de los cuatro partidos de oposición. Analizó las contrapropuestas serena y rezonadamente y soportó con entereza las puyas irrespetuosas que le dirigieron, por ejemplo, Dolores Padierna, Alfonso Ramírez y Rogelio Sada, sin caer en la tentación de recurrir a réplicas de la misma índole, como bien pudo hacerlo, por la ostensible vulnerabilidad moral e intelectual de sus ocasionales adversarios.

Los voceros del G-4 demostraron que no hay peor sordo que el empecinado en no escuchar. Jamás tomaron en cuenta las explicaciones claramente formuladas por Guillermo Ortiz Martínez. Subían a la tribuna con discursos escritos anticipadamente o apuntes preelaborados (signo evidente de su terca intransigencia o de su incapacidad para intervenir en un auténtico debate, según el lector prefiera) a los que se apegaban rígidamente. De ahí que sus planteamientos hayan sido monocordes y reiterativos y daban la impresión de haber estado ausentes, dormidos o mentalmente bloqueados, cuando el secretario de Hacienda había expuesto previamente sus argumentaciones.

Lo peor sobrevino cuando los diputados del PRI, Angel Aceves Saucedo, en un caso, y Guillermo Barnes, en el otro, asumieron la actitud combativa que corresponde a su militancia partidista y pusieron al descubierto las incongruencias políticas y debilidades éticas de los diputados perredistas y panistas, quienes no aguantaron el sofocón y, de adalides de la democracia, se trocaron en campeones de la intolerancia.

Certera la estocada que el prestigiado economista poblano propinó a quienes lo obligaron a cortar su discurso con sus imprecaciones: ``¿Cuándo tendremos un debate de altura?'', preguntó Aceves. Y anticipó la única respuesta lógica frente al griterío de quienes, una y otra vez, evidencian que su única y verdadera vocación es la de mitoteros: ``Nunca''.

Nunca, mientras el infantilismo partidista no evolucione más allá de la adolescencia parlamentaria. Aquél se caracteriza por sus afanes destructivos; ésta porque su gran objetivo se reduce a obstruir, impedir, obstaculizar. Torpe objetivo que se expresa en el ``no pasarán'' coreado al final del penoso debate. ¿Cuál otro podría ser el significado de ese grito irracional lanzado como consigna en el recinto en donde se supone que deben construirse soluciones viables a los grandes problemas del país? Triste concepción de la democracia y del equilibrio de poderes. ``No pasarán'' es una consigna que conlleva la decisión de incumplir la obligación constitucional de expedir una Ley de Ingresos y un Presupuesto de Egresos de los que emanen los recursos económicos que permitan el funcionamiento normal de las instituciones públicas.

Tal vez por ello, en el segundo día de esta fase de las discusiones, se pretendió trastocar las posiciones de los dos actores principales --gobierno federal y fracciones de oposición de la Cámara de Diputados-- e imputar a aquél las amenazas implícitas proferidas con su ``no pasarán'' por los miembros del bloque. Pablo Gómez acusó al Ejecutivo de emprender una campaña de ``terrorismo'' entre la ciudadanía para hacer creer que si la Cámara no aprueba el proyecto del Presidente no habría recursos para pagar sueldos y dar servicios públicos (La Jornada, 21-IX-97, Pag,18). Aseguró que sí habrá presupuesto, aunque advirtió que será notoriamente diferente al proyecto presentado por el Ejecutivo. Aparentemente corrigió a sus compañeros gritones: los proyectos sí pasarán, pero muy cambiados.

La primera consecuencia del penoso debate ha sido el deslinde acordado por el Consejo Nacional del PAN, renuente a asumir las consecuencias de la estrategia obstruccionista puesta en marcha por el PRD. Los panistas hace muchos años que superaron la adolescencia parlamentaria. Tienen fallas, pero nadie puede negarles madurez política.