La Jornada domingo 23 de noviembre de 1997

Fernando Benítez
Mariana Frenk

Yo conocí a Mariana cuando todavía estaba casada con el doctor Frenk y desde entonces se convirtió en mi gran amiga. Ella, bondadosa como siempre, venía a mi casa y me hacía el favor de traducirme del alemán al español las innumerables obras que dejaron sus compatriotas sobre el arte antiguo de México. Como es bien sabido, a finales del siglo pasado los primeros en interesarse en esa materia fueron los alemanes y años más tarde los ingleses, los franceses y los norteamericanos; sus descubrimientos y sus escritos son muy importantes en la historia del arte prehispánico.

En 1941 llegó a México Paul Westheim, el crítico más reputado en la Europa de su tiempo. Ahí había fundado y editado durante muchos años una famosa revista de arte, Das Kunstblati. La biblioteca de su casa era célebre por las pinturas que reunía.

Por su origen judio, Westheim sufrió la persecución nazi. Huyó de Berlín y vivió durante unos ocho años en Francia, donde durante algún tiempo estuvo recluido en diferentes campos de internación. Por falta de atención médica había perdido un ojo. Llegó a México sin un centavo y sin hablar una sola palabra de español.

Westheim encontró en Mariana su ángel tutelar. Años más tarde, después de la muerte del doctor Frenk, se casaron. Yo tuve el honor de ser padrino de su boda.

Formaban un buen equipo de trabajo, Paul escribía y Mariana traducía sus ensayos, que eran entregados cada semana para ser publicados en el suplemento México en la Cultura, a mi cargo. Westheim se apasionó por el arte de México antiguo y escribió varios libros sobre este tema, donde quedó de manifiesto su genio analítico. En un resumen magistral nos habla de lo que debe entenderse por ``Arte Antiguo de México''. ``Los que se acerquen a la plática del México antiguo sin tomar en cuenta sus supuestos espirituales ni los propósitos expresivos realizados en ella, la considerarán ``primitiva'' y a pesar de aquellos detalles más o menos realistas, como no suficientemente adelantado para producir con apego a la realidad la apariencia óptica de las cosas; no comprenderán que este arte emplea todas sus energías creadoras para desmaterializar lo corpóreo y espiritualizar lo material''.

Poco a poco Mariana y Paul se fueron rodeando de amigos, amantes y coleccionistas interesados en el arte antiguo. Unos de ellos fueron Fernando Gamboa, el arquitecto Max Cetto y Carlos Pellicer. Otro gran amigo de la pareja fue el doctor Carrillo Gil, también coleccionista de arte y que llevó a Westheim a su natal Yucatán para que conociera los tesoros de la península.

En 1963 Westheim, y Mariana con él, fue invitado por el gobierno de una Alemania ya liberada del yugo nazi, a pasar un año en Berlín para conocer el arte alemán de esa nueva etapa. Ya muy enfermo, Paul murió en su patria. Poco después su revista de arte se reimprimió. Bellas Artes le dedicó a este gran crítico un salón que lleva su nombre.

En referencia a Mariana, hay que destacar asimismo que fue la primera traductora de la obra de Rulfo al alemán. Su traducción de Pedro Páramo fue la primera de todas y fue publicada en su país con un gran éxito editorial.

Dicen que al lado de todo gran hombre hay una gran mujer, y éste es el caso de Paul y Mariana. Mariana muere por las noches y resucita por las mañanas más joven y activa que nunca. Recibe cariñosa la visita de sus amigos y sus familiares, sus hijos, sus nietos y hasta sus bisnietos, de quienes aún es guía y consejo. Hoy, a sus 99 años, esta mujer admirable es objeto de un merecido homenaje.