Extraña cuestión esta de la economía que advierte siempre que el crecimiento va sentando las bases de su propio fin. Este no es sólo un asunto de estudio para los especialistas de la historia económica, sino que puede verse hoy en el modo en que opera el mercado mundial y cómo se manifiesta en diversos países. Japón es un caso de referencia. Durante varias décadas nos habíamos acostumbrado a que ese país era una fuerza productiva, capaz de producir bienes que transformaban los patrones de consumo a partir de una encomiable capacidad de innovación. Los radios, las calculadoras, relojes, computadoras y autos japoneses inundaron el mundo contribuyendo a la masificación del consumo. Después de ser destruido con dos bombas atómicas al final de la Segunda Guerra Mundial, Japón se levantó (con la ayuda financiera estadunidense) hasta convertirse en un gigante económico, poseedor de una gran industria, con abundantes reservas internacionales, enormes corporaciones y bancos, una población educada y con un alto nivel de vida y una clase obrera altamente productiva y, al parecer, tan satisfecha que cantaba disciplinada el himno de la empresa al empezar cada jornada. Hoy el ímpetu económico de Japón ha cedido, no crece a los ritmos anteriores y padece de una debilidad en su sistema financiero. La menguada salud económica japonesa ha sido un factor en la fragilidad observada recientemente en la zona del Este asiático.
Una situación de otro tipo se ve en Estados Unidos, donde después de 80 meses de expansión económica, son cada vez más quienes advierten sobre las condiciones que apuntan a una desaceleración. El más visible entre quienes llaman la atención sobre el posible cambio de tendencia es Alan Greenspan desde el banco central. Señala con insistencia dos vertientes que constituyen límites del crecimiento. Una tiene que ver con la sobrevaluación de las acciones en el mercado de valores y los posibles efectos de una deflación que arrastrara a la demanda de bienes y servicios. Otra es de carácter estructural y se sitúa en el mercado de trabajo que tiende a convertirse en cuello de botella para seguir sosteniendo la expansión productiva sin aumento de la inflación. En ambos casos, el de Japón y el de Estados Unidos, se parte obviamente de altos niveles de producción y bienestar, y ello delimita las repercuciones que podría tener una desaceleración económica en las condiciones que hoy se aprecian.
En México existen una serie de restricciones en el marco del actual proceso de crecimiento que son, tambien, evidencias de esas contradicciones que impone el mercado al funcionamiento económico. Hay dos argumentos en el quehacer de la política económica que pueden destacarse. Uno fue claramente expuesto por el secretario Ortiz de Hacienda, cuando presentó el proyecto de presupuesto ante el Congreso. Este se refiere a la debilidad fiscal de la economía, y que se define por la reducida captación fiscal y por la dependencia de los ingresos del gobierno con la renta petrolera. De ahí que haya una negativa del gobierno para cualquier reducción en los impuestos. La otra restricción fue expuesta por el subsecretario Werner, quien afirmó que para sostener el crecimiento de la producción era necesario mantener deprimida la capacidad de consumo de la población. Esto querrá decir que financiar la actividad económica requiere del aumento del ahorro interno y que si los mexicanos gastan más tenderá a elevarse la inflación, dando al traste con los esfuerzos de la estabilización financiera. Las cuentas no podían ser más claras. Pero, llegar al largo plazo, ese escenario ideal donde la producción crece sostenidamente, la población tiene empleo seguro y bien remunerado y los niveles de bienestar crecen, tiene que pasar necesariamente por el corto plazo, el ahora. Ahí es donde se presentan los conflictos. Pasar por el corto plazo en este sentido figurado, requiere de un acuerdo social y político que signifique la aceptación de la mayor parte de la población para seguir cumpliendo con las reglas de la partida doble, mismas que son difíciles de rebatir en sí mismas. Es ese acuerdo el que hoy está cuestionado y necesita de consensos firmes para que la gestión de la economía se exprese en lo que dicen los discursos.