Muchos confunden Estado con gobierno y hablan de Estados ``fuertes'' o ``duros'' cuando éstos se militarizan. En realidad, el gobierno puede ser ``fuerte'' y el Estado estar débil como nunca, incluso en descomposición. El problema real es que hay que comprender que el Estado no es meramente un aparato de poder ni sólo ``un grupo de hombres armados'' sino que es el resultado de una cambiante e inestable relación social entre clases opuestas.
En efecto, la conciencia de los oprimidos, su grado de organización, su independencia cultural y política frente al aparato estatal disminuyen el consenso que pueden tener las clases dominantes. Sin el mismo, cuando la gente que creyó en el personal político y en las ideas impuestas ``desata el paquete'', como en el tango, y ve que el celofán con moñito de colores envolvía en realidad basura, el Estado es más débil, aunque el gobierno, precisamente por esa falta de consenso y ese debilitamiento, deba recurrir a los métodos violentos. Porque, como decía Talleyrand, que de eso sabía mucho, con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas menos sentarse encima de ellas...
Es indudable que la liquidación casi completa del Estado asistencial, con su clientelismo anexo, ha roto en gran medida la sumisión al verticalismo y ha abierto brechas favorables a la conquista de la independencia política y cultural frente al Estado. Al mismo tiempo, la mundialización y la consiguiente difusión de ideas rompen el localismo, el provincialismo y, con él, la sumisión a los poderes locales. La mundialización, en efecto, no sólo desdibuja las fronteras estatales y debilita al Estado quitándole buena parte de sus funciones soberanas y construyendo nuevas macrorregiones económico-culturales que no corresponden a los lindes nacionales: también elimina las fronteras culturales y desnuda al soberano ante los súbditos y, en el impulso al individualismo, puede ayudar a hacer que muchos sean más libres y no solamente provocar nuevos regionalismos, racismos y chauvinismos. La crisis y la mundialización no son pues sólo destrucción y retroceso, destrucción de la identidad nacional y de enteras culturas: son también oportunidad, estímulo a la renovación, apertura de nuevos caminos, construcción de un nuevo internacionalismo, oportunidad para forjar nuevas identidades, más ricas porque pluriétnicas y pluriculturales... A condición, sin embargo, de que las víctimas del proceso comprendan que no hay más remedio que cambiar el ``estado de las cosas'' y comiencen a pensar, por su propia cuenta, sobre cómo hacerlo.
De modo que un gobierno ``duro'' en un Estado ``débil'' tendrá que enfrentar dos procesos combinados. Por un lado socavarán su fuerza la mundialización y la pérdida de atributos esenciales para la dominación y, al mismo tiempo, disputarán con el gobierno central los poderes legales o de facto de los nuevos feudos regionales; por el otro, la autogestión, la autonomía, la independencia política tenderán a crecer en vastas capas de la sociedad en la medida misma en que el Estado se debilita y el gobierno se retira de enteros sectores de la economía (la explotación) y de la enseñanza y la cultura (dominación) abriendo así el camino a la disputa del poder, a la alternativa.
El Estado ha perdido legitimidad, al romperse el tácito ``contrato social'' anteriormente existente que mantenía con las reformas, las promesas y los salarios indirectos a su cargo que doraban la píldora de la explotación. No ha reconstruido otra legitimidad. Por eso hay un vacío que todos pueden intentar llenar, desde los fascistas del ``poder fuerte'' hasta los partidarios de la autogestión social generalizada. O sea, desde los partidarios de la dictadura hasta los de la democracia social, pero éstos, dado el nivel de cultura hasta hoy alcanzado que la mundialización, en nuestros países, amenaza con terribles retrocesos, pueden llegar a multitudes y no sólo a sectores marginales (como los neofascistas) siempre que comprendan que su fuerza es la debilidad de los otros, que no basta con maldecir a la irreversible mundialización sino que es preciso comenzar experiencias masivas de autoorganización y autogestión desplegando como banderas unas pocas Ideas-fuerza: justicia, solidaridad, igualdad, construcción antes que nada de un mercado interno basado en un aumento real del nivel de vida y de cultura como base de la productividad y la competitividad y, sobre todo, pluralismo y democracia.