Luis Linares Zapata
Batallas por la democracia

Las batallas que hoy definen la actualidad del país ocurren alrededor de dos ámbitos: la reforma del Estado y el Presupuesto de Egresos para 1998. En ambos casos se genera, transmite y se le da un intenso uso a detallada y cuantificada información para orientar el debate y propiciar así los ecos y resonancias indispensables a las partes en lucha. Beneficios éstos de la pluralidad y la apertura. Con información de tal calidad, el margen para la desmesura, el terrorismo verbal, las soluciones indoloras e instantáneas y los diagnósticos falseados, se reducen de manera proporcional. De continuar tal práctica, bien puede augurarse el tránsito por caminos menos oscuros, por alternativas reales y salidas viables y con un mejor conocimiento de sus costos derivados.

Tanto en la pugna por el presupuesto como en la indispensable reforma a varios renglones de la vida organizada del Estado, la presencia de actores concretos, con sus rencillas, envidias y empujes personales así como los específicos ámbitos para su despliegue, han sido discutidos con tal ahínco, que muchos de sus cortedades y peligros no se han hecho esperar.

Desde la parte oficial, el activismo del presidente es notorio y en muchas ocasiones su intervención introduce elementos de tensión innecesaria. Es preciso recordar aquí su despliegue de energía, las frases altisonantes y los recursos parcializados por el PRI usados en tiempos previos al 6 de julio pasado y que, en mucho, le ocasionaron la reprobación del electorado. Así los ánimos, su reciente viaje a Washington lo aprovechó para adoptar posturas extremas y para hacerse de un aliado de peso innegable, el presidente de Estados Unidos. El talante, la disposición y lo dicho por W. Clinton tiene, qué duda cabe, una inmediata repercusión en la organicidad interna de México. El respaldo otorgado a Zedillo tendrá variados efectos tanto en su intentona por convertirse en vértice de los trabajos que contemplan la renovación política como para darle fluidez y operatividad a sus visiones, métodos y formas que pretenden seguir determinando el modelo de crecimiento económico. La razón es sencilla, las miradas y llamados que levantan millones de mexicanos, todos aquellos que tienen fuertes relaciones o dependencias con lo que acontece en ``el norte'' de todos sus consuelos, horizontes y ambiciones, forman un denso sustrato, muy sensible a las emanaciones que de allá provienen.

El presidente Zedillo retorna de Washington con un bagaje que le puede auxiliar para transitar entre las siguientes opciones. Una, donde tales activos recientemente adquiridos se pongan al servicio de la nación de la que es representante y ante la cual deberá responder. Otra, donde sus actos y pretensiones se parcialicen, de nueva cuenta, con el ánimo de restaurar el autoritarismo político y económico que tantos pesares ha ocasionado entre las mayorías de la población. Bien se sabe que el jefe del Ejecutivo no puede desafanarse de sus inclinaciones partidarias, ni tampoco de sus creencias y confianza en las bondades de usadas fórmulas financieras. Pero los asuntos claves del país no pueden determinarse, únicamente, por tal perspectiva. La generosidad y la imaginación para moverse en la dirección que va pulsando la historia del presente son requisitos indispensables. Ellos obligan a desprenderse de personales inclinaciones para reconocer, aceptar y aun impulsar el papel de los demás actores y visualizar los lugares idóneos donde se deban llevar a cabo los trabajos de concertación.

La reforma del Estado, en estos nebulosos tiempos, pide y exige la participación de todos aquellos que tengan algo que aportar. Se sabe, de antemano, que son muchos, disímbolos y en su mayor parte inexpertos. Las tareas democratizadoras son lentas, tediosas y no exentas de dolores, incomprensiones y desdenes. Sin embargo, su concurso es indispensable para una causa que requiere de una profunda base de sustentación para prevenir del elitismo o la parcialización por más eficaces que éstas sean o se les haga aparecer. El poder establecido, y el Presidente en lo particular, tienen y habrán de ceder parte esencial del escenario ante la fuerza aglutinadora de los partidos de oposición, de las nacientes agrupaciones políticas que empujan la cultura y las prácticas ciudadanas, la crítica individual y la transmisión de ideas distintas, de la academia y sus productos elaborados con inteligencia, de la paciencia y enojos del elector, del factor externo y su acento en los Derechos Humanos, así como de los legisladores en su cometido y hora estelar. Los caminos únicos, las posturas irreductibles, los dramas inminentes por el cambio buscado o los llamados a un desastre tan indeseado como improbable, son recursos paralizantes que serán dejados a la vera de este momento crucial.