Siempre cargo con ``un poco'' de culpa cuando mi escrito proviene de textos o ideas recientemente leídas. Y es que la frontera entre plagiar, reproducir o comentar no es siempre nítida. La mejor disculpa para hablar de lo ``ya dicho'' subyace, por supuesto, en la misma idea: las buenas, las que denuncian, las que construyen, merecen, amén de esparcirlas, ofrecer sus mensajes a poblaciones que no siempre están en contacto con determinados sucesos. Así presento este artículo y con ello me exonero: de la eugenesia no se escribe en México.
Dos son las historias que motivan estas reflexiones. La primera es una breve nota de William Pfaff: Eugenics, Anyone? que se publicó en The New York Review of Books (octubre 23, 1997). La lectura de este ensayo lacera de tal forma la conciencia y genera tanto malestar, que lo menos que puede hacer quien lo haya leído es fotocopiarlo y distribuirlo. La segunda historia transformó la denuncia de Pfaff en obligación; una visita reciente al Museo del Holocausto en Washington reavivó la necesidad de escribir sobre el tema de marras.
Aunque Hitler no fue el primero en hablar sobre eugenesia, sus principios y los de sus seguidores revigorizaron esa escuela y subrayaron los inimaginables límites de la inhumana condición humana. Una de las paredes no silentes del museo recuerda que el nazismo, por medio de la eugenesia, pretendía purificar la raza aria. En julio de 1933, Hitler anunció la esterilización forzosa de toda persona que tuviese enfermedades hereditarias o defectos físicos o mentales que pudiesen transmitirse a los vástagos. Así creó la Ley para la Prevención de Enfermedades Hereditarias, por medio de la cual, a partir de enero 1934, fueron esterilizados a la fuerza entre 250 mil y 300 mil personas. Debe subrayarse que la mayoría eran alemanes y que la esterilización se inició cinco años antes de la guerra. La lección parece simple: los límites del silencio se acercan tanto al infinito como las posibilidades de la perversidad humana rayan en lo inconcebible.
¿Qué es la eugenesia? Es el estudio del mejoramiento humano en todos sus aspectos por medio de recursos genéticos. La meta primordial es incrementar la proporción de personas mejor dotadas genéticamente y disminuir el número de las menos aptas. Al leer sobre eugenesia, sorprenden las fuentes de las referencias iniciales. Se le menciona en el Viejo Testamento, y en La República Platón idealiza una sociedad en la cual hubiese una selección constante que mejorase la materia humana. La ``vieja y sorprendente historia'' continúa en el artículo de Pfaff: ``Hasta hace poco, aunque no era secreto sí era un suceso escondido, el hecho que los países que se consideraban a sí mismos como los más avanzados y civilizados hubiesen esterilizado seres ``no deseables'' y separado a sus hijos para mejorar la raza''.
Pfaff ofrece algunos datos para intranquilizar las conciencias más calmas. En Suecia, entre 1935 y 1976 más de 60 mil personas fueron esterilizadas contra sus deseos o sometidas a este procedimiento sin consentimiento previo. Se tiene noción de prácticas similares en otros países nórdicos, Suiza, Francia, Inglaterra y Japón. En Estados Unidos, continúa Pfaff, se fundó en 1921 la American Eugenics Society, que sugería la esterilización del 10 por ciento de la población para prevenir ``el suicidio de la raza blanca''. La esterilización forzosa en Estados Unidos fue apenas prohibida en 1973. Se calcula que 24 mil personas fueron sometidas involuntariamente a ese procedimiento. En Israel, también recientemente, fue motivo de escándalo el hecho de que en la década de los cuarenta, los hijos de judíos yemenitas fueron literalmente robados de sus casas y adoptados por judíos de origen europeo en un intento por mezclar a los yemenitas con el tronco principal de la civilización.
Las acotaciones previas revelan un sinfín de malos rostros. Sobresalen su vigencia y su cuna. ¿Será acaso necesario redefinir el término civilización? Los dogmas de las sociedades avanzadas que controlan la economía y la vida de los países pobres están bañadas por ideas de raza y pureza apenas creíbles. La brecha entre la eugenesia propuesta en voz alta por Hitler y la búsqueda en voz baja de países primermundistas por eliminar a los débiles es corta. Tan enjuta como el silencio que le permitió todo al nazismo y tan estrecha como la hipocresía de algunos países que depositaron en la eugenesia su confianza para mejorar ``sus razas''.