Olga Harmony
La Muestra Nacional de Teatro

Durante los tres años anteriores fui jurado y miembro de la dirección artística como se llamó a quienes tuvimos la tarea de elegir a los grupos participantes, casi todos salidos de las respectivas muestras regionales, en la Muestra Nacional. Desde hace algunos años muchos nos dimos cuenta de la necesidad de un cambio en su formato, sobre todo porque no se lograba romper el vicio (los muchos vicios, pero era éste el más reiterado) de los montajes hechos exclusivamente para las muestras por grupos que no trabajaban en y para su comunidad. Las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) se abocaron a presentar una encuesta a los teatristas de todos los estados, con el resultado de que se pidió la selección por video de las obras que montaran y que se volvieran a impartir los talleres que habían desaparecido en aras de las mesas temáticas. Se formó así una dirección artística con importantes creadores en activo (Angel Norzagaray, de Baja California; Estela Leñero y David Olguín, del Distrito Federal; Gerardo Dávila, de Monterrey, y Francisco Beverido de Jalapa), lo que resultó muy confiable para los teatristas por ser un jurado de sus pares.

Todos teníamos grandes expectativas por este nuevo formato. Si no se cumplieron y los resultados no fueron mejores que los de años anteriores, posiblemente se debió a diversas causas. Una, que algunas muy talentosas personalidades del teatro en provincia ya no desean participar en la selección preliminar. Otra, que este teatro tiene graves carencias y posee niveles bajos: los jurados, y lo sé por experiencia, eligen entre lo que hay. En este sentido, esta muestra tuvo la gran ventaja de tomar el pulso a lo que realmente es la mayoría del teatro en nuestro país. Los siguientes pasos para que el intento vaya siendo perfeccionado ya fueron expuestos por Mario Espinosa, en entrevista con Mónica Mateos, en este diario.

Amén de los talleres y conferencias impartidos por Rubén Szuchmacher, de Argentina; Daniel Mesguich, de Francia, y Andrés Pérez Araya de Chile, hubo presentaciones de libros y revistas, una muestra de fotógrafos teatrales --Obdulia Calderón, Jorge Carreón y Fernando Moguel--, los videos de Eugenio Cobo, el CD-Rom de los bianuarios debido a Arturo Díaz y Francisca Miranda, amén del homenaje a José Solé. Dando un rápido vistazo a los montajes (si exceptúo lo ya visto y comentado en la capital: Creator principium y El burlador de Tirso, de Héctor Mendoza; 1337. Desayuno sobre la hierba del Teatro Sunil, Joe de Eric Morales --y que se presentó a concurso, no fue invitado como por allí se dijo-- y Ley fuga, de Jorge Celaya con dirección de Octavio Trías) podríamos dividir los montajes en tres rubros. El primero, la mera ilustración de textos, como serían Los negros pájaros del adiós, de Oscar Liera, por el Taller Universitario de Teatro de Ensenada, bajo la dirección de Fernando Rodríguez Rojero, y la torpísima lectura de Amsterdam boulevard, de González Dávila, por un grupo de Aguascalientes bajo la dirección de José Concepción Macías.

El segundo rubro sería el de adaptación o acercamiento de autores clásicos. Dentro del programa de teatro escolar en los estados, Refugio Hernández, de Tamaulipas, representa un muy acertado Molire, Los enredos de Scap'in. Una versión de Mercator, de Plauto, por un grupo universitario jalisciense dirigido por Víctor Castillo, repite muchos gags y se queda corto en una denuncia de la mojigatería, reduciendo el problema a la lucha generacional. Las mujeres quieren, basado en tres textos aristofanescos, resulta del todo fallida y tan misógina como lo era Aristófanes: el grupo TATUAS parece perder el rumbo con que fue creado.

El tercer grupo, si se descarta la pésima Los amantes del trapecio, escrita y dirigida por Susana Frank para el grupo La Rueca de Morelos, sería el de directores que intentan una relectura de autores importantes. Final de juego de Samuel Beckett, dirigida por el guanajuatense Javier Avilés, fallida en su interpretación del texto, con algún interés formal. Están muertos, adaptación de un conocido texto de Stoppard realizado por un grupo universitario regiomontano, bajo la dirección de Javier Serna, es una buena aproximación a la intencionalidad del autor, aunque la actoralidad no sea tan eficiente. La virgen de los milagros, adaptación del cuento rulfiano Talpa, no logra interesar por la mala actuación de Héctor Caro en sus dos papeles. Los actores morelenses comandados por Armando Vidal carecen de la fuerza que necesita el agresivo texto de Peter Handke.

Dejo para el final la obra Kasimir y Karoline, de Odón von Horbath, porque se trata de la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana, la más antigua en el país, con actores que cobran regularmente sus sueldos, estabilidad que cada vez, por paradójico que parezca, redunda menos en su eficacia teatral.