A tres años del cambio de poderes en México, y envueltos en un proceso de transformación de fondo que ha sido denominada como reforma del Estado, estamos viviendo anticipos, predicciones y aspiraciones hacia el año 2000.
Alguna de estas futurologías buscan cambios estructurales como por ejemplo la propuesta del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas de hacer una nueva Constitución ya que la turbulencia de los tiempos y el laberinto en que se ha convertido la actual, así lo exigen.
Otras proyecciones hacia el siglo venidero son de menos fondo y buscan tan sólo la promoción personal, el lucimiento hoy para ser considerados después.
Dentro de estas últimas queda enmarcado el activismo de Vicente Fox que confunde gobernar con hablar, pero que no es el único que adopta esta actitud; son varios los que sin tomar en cuenta las cuestiones de fondo, la necesidad de un cambio profundo de la sociedad, se conforman con las candilejas del momento y esperan que de esa manera, con cambios en las estructuras o sin ellos, al menos los haya de personas para quedar en el poder.
Lo importante, por supuesto, no es el cambio de personas sino el arribo a la democracia y para ello es necesario construir toda una cultura nueva en la que sean los ciudadanos los que tengan las mayores responsabilidades y no como ha sido hasta la fecha, en que son los políticos profesionales los únicos que toman decisiones importantes; debemos pasar de una simple democracia representativa a una democracia participativa.
En el año 2000 se decidirá en un proceso electoral de gran transcendencia el futuro de este país para muchos años; sabiéndolo así, los beneficiarios del actual estado de cosas que van en declive pero que se resisten a desaparecer, se preparan para dar una batalla que puede ser para ellos la última o que les puede asegurar la supervivencia durante algún tiempo más.
Desde hace al menos tres sexenios, el gobierno y su partido ceden, al menos parcialmente, en las elecciones intermedias, pero se recuperan en las presidenciales; es en éstas en donde hacen uso de todos sus recursos legítimos e ilegítimos, y en las que han sacado adelante sus candidaturas.
Es por ello muy importante que quienes --del partido que sean, de la sociedad civil o de los medios-- aspiramos a una transformación hacia adelante, profunda y no de fachada de nuestra democracia, evitemos desde ahora que funcionen los mecanismos que se empiezan a poner en juego para repetir la historia.
Seguramente ya no les dará resultado la propaganda ``fraude patriótico'' ni la denuncia de desestabilización si gana la oposición, pero indudablemente desde ahora están preparándonos alguna sorpresa.
Para prevenir esto, creo que hay dos frentes en que la oposición y la sociedad civil no pueden descuidarse; uno es apoyo a Cuauhtémoc Cárdenas para que salga adelante en el gobierno de la ciudad, para el cual, como enemigos que se retiran, los actuales gobernantes están dejando a su paso un verdadero campo minado. El otro frente es evitar que las tradicionales estructuras que han tenido en sus manos las elecciones, sea sustituida por personas intachables que no surjan del viejo aparato que desde tiempo inmemorial salía de las filas de la Secretaría de Gobernación, inicialmente con el nombre de ``auxiliares'' y ahora simplemente como integrantes del equipo formalmente contratado por el área ejecutiva del Instituto Federal Electoral.
Un buen gobierno de la ciudad, apoyado por la ciudadanía, que inicie la reconstrucción de la capital y la sustitución del aparato electoral, son requisitos indispensables para que los cambios que estamos viviendo y disfrutando se consoliden y sigan adelante. ¡Guay de nosotros! si descuidamos estos frentes por ocuparnos de los apetitos personales y de las vanalidades de que está plagada la política.