Justo cuando los jefes de Estado y de gobierno latinoamericanos e iberos se morían de tedio en su última cumbre de opereta, el presidente William Clinton planeaba su intempestivo y oportunista retiro de la propuesta de ley de ``vía rápida'' (fast track), que le hubiera dado la capacidad de negociar la expansión del TLCAN a otros países de América Latina. Obviamente importándole poco si de esa manera traicionaba y violaba lo acordado en la Cumbre de las Américas de 1994, donde, a iniciativa del propio Clinton, se estableció como tema central de la agenda la liberación del comercio a nivel continental.
Para México esta retractación de Clinton significa la pérdida de más de una veintena de aliados potenciales que ya no podrán incorporarse al TLCAN. Su esperada y ahora postergada incorporación, aunada a una alianza de facto con Canadá, modificaría la relación de fuerzas continental, lo que a su vez ayudaría a la búsqueda de equilibrios menos inequitativos en la relación de todos con Estados Unidos. Pero sin mayor explicación el mandatario estadunidense bajó del barco del comercio libre a más de veinte países, en franco atentado a todos los preceptos del neoliberalismo dominante, del cual la mayoría de los mandatarios latinoamericanos e iberos son fieles fanáticos, sin que nadie en la Cumbre de la Isla Margarita siquiera tocara el tema. Difícil sería imaginar mayor falta de previsión estratégica, si consideramos que ya se sabía que el anteproyecto del fast track estaba a discusión en el Congreso norteamericano.
Es absurdo querer esconderlo, la experiencia de la reciente Cumbre Iberoamericana de Venezuela fue un nuevo fiasco que culminó abruptamente con la estampida de cuatro jefes de Estado. Siete cumbres van y todas han sido un fracaso en términos de la quimérica integración latinoamericana. Nuestros estadistas sencillamente siguen siendo incapaces de llevarla a la práctica. Desde los tiempos de Bolívar y Lucas Alamán hasta la fecha, los latinoamericanos hemos fracasado en el levantamiento de una defensa conjunta frente al imperialismo yanqui. Necesario es reconocerlo.
Ciertamente, al igual que en ocasiones anteriores, se lograron en la cumbre de la Isla Margarita, en la más clara de las tradiciones retóricas latinoamericanos e ibéricas, discursos, más discursos y meros acuerdos parciales y totalmente intranscendentes --por obvios, irrelevantes, meramente formales, en extremo generales o impracticables--. Los mandatarios simplemente representaron su papel y simularon ponerse de acuerdo en temas obligados por la globalización del mercado y la democracia en los que no tiene caso disentir. En ese contexto de aburridas representaciones rituales y teatrales hasta Fidel Castro, en acto de irreprochable cinismo, se comprometió con la democracia y el derecho a la información; todos juraron en falso que intensificarán la lucha contra los tráficos de armas y drogas; sin sonrojarse asumieron el compromiso de acotar la corrupción que cuenta con mil cabezas en cada uno de los países ahí representados; y reiteraron el infaltable y mil veces incumplido compromiso de acabar con la miseria de cientos de millones de latinoamericanos, españoles y portugueses, que impotentes sufren las decisiones de sus jefes de Estado y de gobierno en el manejo de sus frágiles economías.
La relación de fuerzas en la Cumbre de la Isla Margarita fue favorable al neoliberalismo y sus partícipes se encargaron de repetir los dogmas y posiciones de su mentor neoliberal por excelencia, el gobierno de Estados Unidos, sin percatarse de la sorpresa que Clinton les tenía preparada. El neoliberalismo existe hasta que el amo quiere y la libertad de comercio llega hasta donde el proteccionismo estadunidense lo permite. Dura realidad de la competencia asimétrica.
El contrapunto perfecto: de un lado teníamos al abuelo de las revoluciones contemporáneas, Fidel Castro, en todo su senil delirio de los tiempos idos del imperio soviético, y del otro nos encontramos con la acartonada presencia de los neoliberales latinoamericanos e ibéricos, que abrazaron la ideología neoliberal del capital financiero en la más acrítica de las actitudes intelectuales posibles, la que impide distinguir las ficciones ideológicas de la realidad. Y mientras tanto, Clinton preparaba el bofetón comercial a nuestros hermanos de historia, miserias, lengua, retórica, sangre y cultura. Veremos qué nos dice Bill, el campeón del libre mercado y la democracia, sobre su muy antidemocrática y antiliberal decisión en la próxima Cumbre de las América a celebrarse en Chile en abril de 1998. Y veremos qué explicación le dará al presidente Zedillo en su próximo encuentro.