El presupuesto es una importante porción del producto nacional que el gobierno recoge por la vía de los impuestos, a fin de erogarlos en la creación de condiciones propicias al mejoramiento de la convivencia y de las desventajosas situaciones en que viven las familias. Si los recursos presupuestales son parte de los bienes que produce la colectividad, es lógico que se asignen en beneficio de ésta y no de élites locales o extranjeras, aunque esto frecuentemente ocurre en la realidad.
¿En una democracia qué funciones cumple la política presupuestaria? Si nos atenemos a la connotación etimológica de democracia, la respuesta es evidente: mejorar al pueblo sin importar que se trate de una democracia directa o indirecta; pero las lecciones de la historia introducen numerosas dudas. En las democracias directas de la ciudad-Estado griega, según las rigurosas enseñanzas de Fustel de Coulanges --La ciudad antigua (1864)--, una y otra vez las elecciones abrevaban en el clientelismo comicial, pues buena parte de los ciudadanos, comprendiendo esclavos manumitidos, empeñaban su conducta a los ricos e influyentes a cambio de recibir las protecciones que les eran indispensables; de esta manera, la decisión libre en los escenarios políticos se distorsionaba con los sufragios emitidos por los clientes. ¿Qué significaban entonces esas democracias directas? Estando el poder político en manos de las élites, las decisiones de los gobernantes aprovechaban a los privilegiados y no al resto de la población. ¿Son distintas las cosas en las democracias indirectas? El Tío Sam es una cátedra desconsoladora. Su teatro político se corresponde con una preciosa coreografía de falacias. Los republicanos o los demócratas desde hace mucho tiempo se reparten alternativamente la dirección de las danzas públicas cuatrienales; los otros partidos, si existen, son únicamente los bufones del acto electoral. En las primarias cada partido elige sus candidatos en magníficas funciones circenses, y en las secundarias los candidatos hacen propuestas u ofertas políticas para que el ciudadano, con su voto, decida las que juzga aceptables, aunque tal voto no sirva para nada, ya que el que tiene peso es el de los electores ungidos en cada uno de los Estados federativos. Habitualmente los electores son miembros de las élites encumbradas, y sus compromisos van con éstas y no con los ciudadanos, de modo que sus opciones están determinadas por la lógica de esos intereses. El ciudadano común simplemente escoge en función de la intensa propaganda que hace cada uno de los partidos o de las sugerencias de sus jefes, en los lugares de trabajo. No es un gobierno del pueblo y para el pueblo la democracia norteamericana, sino un gobierno de las élites para las élites; el ciudadano simplemente vota comprometido o aclientelado con alguno de los partidos. ¿Por qué en la Unión Norteamericana dominan sólo dos partidos? Porque la amplitud y variedad de la enorme burguesía hegemónica orienta la protección de sus intereses en la vertiente republicana o en la democrática, afiliación tan general que no es raro que los miembros de una pasen a la otra sin ningún reproche importante; lo fundamental es buscar los favores de la administración pública. Los que mandan en la casa del Tío Sam son las oligarquías trasnacionales, a las que el gobierno republicano o democrático apoya a través de las decisiones políticas, sin negarse por supuesto en uno u otro lado la primacía del capitalismo.
¿Qué es lo que ha sucedido en los últimos siete decenios de historia política mexicana? Es fácil descubrirlo. El aparato gubernamental transformado en presidencialismo autoritario, sin ligas con el pueblo y al margen de la Constitución, representa exclusivamente a las altas clases locales o extranjeras acaudaladas, que lo han ubicado en la cúspide de un poder corporativo, donde las formalidades democráticas de las elecciones son fraudulentas por ser el efecto de la violencia o la conducta de ciudadanos aclientelados. Sin embargo, la organización de las poblaciones y su paralela toma de conciencia política, suele originar sorpresas aperplejantes. Ejemplos más o menos recientes son la caída de Porfirio Díaz, en 1911, el gobierno de Lázaro Cárdenas, la rebelión zapatista del 1o. de enero de 1994 y el 7 de julio pasado, fecha en la que se rompieron los precedentes electorales treintañeros y dieron el triunfo a legisladores de oposición en número mayor que a los oficialistas, y como los diputados independientes fueron elegidos por el pueblo, están procurando que los presupuestos de ingresos y egresos de 1998 beneficien a la sociedad y no a las élites. Los mexicanos sabemos bien las grandes mentiras encubiertas con vestiduras democráticas, pero tenemos fe en que ahora haya un nuevo punto de partida que cambie el embuste por la verdad, y es probable que tal punto de partida sea el debate sobre una nueva política presupuestal que sin acrecentar la pobreza de los mexicanos propicie la solución de los problemas del país. El tiempo corre y la aprobación presupuestal está a la vuelta de la esquina. ¿Triunfará el pueblo sobre el presidencialismo? Los diputados tienen la última palabra, ni más ni menos.