Adolfo Sánchez Rebolledo
El acuerdo necesario
Una de las características negativas de nuestra transición a la democracia es el descuido por los acuerdos explícitos entre los protagonistas. No se teme a la negociación, pero hay terror al acuerdo, al compromiso que minimiza las ventajas marginales de la confrontación política cotidiana. Es ésta una transición discutida, ruidosa, erizada de conflictos y tormentas y, sin embargo, a pesar de todo, el cambio ha transcurrido sin echarlo todo por la borda.
A diferencia de otras experiencias --tan presentes en el imaginario teórico de nuestra élite-- en México no tuvimos un proyecto común, unos principios adoptados colectivamente capaces de servir como estrella polar en los rigores del parto entre dos mundos políticos. Aunque el país ha cambiado formal y realmente, de manera profunda e insospechada, dejando sin piso viejas certezas y más antiguos temores la transición no ha terminado.
Y la necesidad de buscar acuerdos de fondo sigue presente. La normalidad de la que nos ufanamos comienza a extenderse a todos los ámbitos de la vida pública: el pluralismo electoral es una realidad tangible; las libertades públicas aumentan, la democratización, en suma, es una nueva realidad que se consolida pero los riesgos perduran.
Seguimos sin ponernos de acuerdo sobre qué es lo nuevo y qué lo cambiable, pero sobre todo, continuamos sin definir de una manera clara, convincente y no vergonzante cuál es el piso común que sirve de fundamento a la edificación institucional de la democracia. Y eso es imprescindible para que la pluralidad de la vida pública se libere de indeseables confrontaciones.
La discusión sobre el presupuesto ilustra muy bien la naturaleza de ese ``déficit consensual'' de nuestra transición. ¿Qué se debate? ¿Una alternativa presupuestaria como en cualquier país del mundo suele hacerse o, como se ha dicho con la fuerza de una consigna, cambiar el ``modelo'' que la sustenta. Para llevar a cabo lo primero es visible que a los partidos de oposición están lejos de ofrecer un ejercicio presupuestal sustentable. En cuanto a lo segundo cabe preguntarse si, en efecto, la reducción del impuesto el valor agregado y otros temas colaterales, en los que hoy por hoy se concretan las demandas opositoras, es la modificación alternativa a la estrategia neoliberal del gobierno.
Creo que no y más todavía, me parece que nadie está planteándose seriamente --no de labios para afuera-- revisar, en el sentido de dar marcha atrás, a la reforma estructural que cambió la faz de México en los últimos años. No imagino a la oposición ``deprivatizando'' la economía. Tampoco parece viable que las críticas a la globalización se traduzcan en alternativas autárquicas o en una vuelta generalizada al proteccionismo. En fin, nadie que se sepa en la oposición está en contra de la economía de mercado que sirve de base al conjunto del sistema económico. O, en cualquier caso, ninguno de los partidos con representación en el Congreso ha promovido iniciativas coherentes para rectificar el curso objetivo del desarrollo social.
Y no porque no sea discutible, pues una cosa es reconocer que la globalización, el mercado y demás son datos objetivos de la realidad, sin los cuales es imposible pensar seriamente en política coherente y otra es suponer que la globalización, el mercado y los mecanismos compensatorios son perfectos, definitivos e inmodificables y, sobre todo, reductibles a una sola política económica. Reconocer la realidad objetiva no obliga a sacralizarla. Y a menos que ésta sea inmodificable, es urgente discutirla, ponerla bajo la lupa de la crítica. La urgencia de discutir las ``políticas de Estado'', como propuso el Presidente de la República, no es más que una manera de volver sobre el camino recorrido para zanjar el tema capital de la reforma estructural, a fin de poner en perspectiva la construcción del México del futuro. Economía y política requieren una nueva reflexión de Estado. Todavía estamos a tiempo de consumar una transición pactada. Esa es la tarea que hoy tienen los legisladores. Que la razón los alumbre. Ojalá.