En el fondo, la burocrática revista de los microbuses por la Secretaría del Transporte del Departamento del Distrito Federal representa un intento más por someter tal servicio concesionado a la batuta del Estado. Es la culminación de un largo camino que dio como resultado la conformación del servicio de transportación más grande y poderoso de toda la zona metropolitana de la ciudad de México y que en unos cuantos días heredará el próximo gobierno.
En efecto, hoy se intenta con los taxis, pero sobre todo con los microbuses, establecer un registro directo del propietario de la unidad con la autoridad, para tratar de disminuir la hegemonía política de los liderazgos de las rutas. El intento ha sido en vano, pues ante la negativa de los propietarios de microbuses por asistir en forma individual, el gobierno no ha tenido más remedio que pactar los trámites con las dirigencias gremiales.
Para nadie es desconocido el poder autónomo alcanzado por las influyentes organizaciones de microbuses. Hoy se intenta tardíamente someter un servicio concesionado que, de modo contradictorio, fue creciendo al amparo del propio Estado. Primero se les toleró su ilegalidad, para posteriormente reconocerlos en el marco de intrincadas redes de corrupción. ¿Quién no recuerda las famosas rutas toleradas, con sus legendarios líderes protegidos por el PRI, como Francisco de la Cruz y otros dirigentes convertidos en flamantes diputados del mismo partido?
En 1970 los primeros 2 mil 500 peseros empezaron a circular como tolerados. En 1982 alrededor de 10 mil de las 25 mil combis y microbuses transitaban en el área metropolitana como ilegales. Hoy quedan muy pocas rutas toleradas, pues el programa de remplacamiento de los últimos años les otorgó, por fin, su reconocimiento a la mayoría de las casi 200 mil unidades que circulan por la ciudad.
Durante todos estos años, la expansión y la consolidación del servicio de microbuses no hubiera sido posible sin el apoyo financiero del gobierno para la adquisición de unidades; e incluso, sin las ventajas brindadas para ocupar sin costo la infraestructura vial, como calles y paraderos. Tal apoyo gubernamental fue obvio, pues correspondió con las políticas de privatización de los servicios públicos impulsadas en las últimas dos décadas.
Aunque para muchos, los microbuses se han convertido en el peor de los males de la ciudad, para el gobierno representa la mejor de las soluciones para hacer frente a las crecientes necesidades de transportación de millones de usuarios; el gobierno necesita de los microbuses pues actualmente transportan cinco veces más pasajeros que el Metro.
Eso explica la ansiada modernización del servicio para sustituir los viejos microbuses por modernos autobuses, con el apoyo financiero del gobierno. Sin embargo, tal propósito ha sido muy limitado por el problema de las carteras vencidas derivadas de la crisis de 1994. Los concesionarios, con razón, no quieren saber nada de endeudamientos y prefieren continuar con sus destartaladas unidades; pasar la revisión oficial en estas condiciones físicas, será parte de las negociaciones que tendrán las autoridades del transporte con las poderosas organizaciones de microbuses y que, por el poco tiempo que le queda a la actual administración, será seguramente una de las primeras tareas del próximo gobierno. Parte de la modernización son también los intentos por agrupar a las organizaciones de las rutas en grandes sociedades mercantiles, como lo dicta el artículo 123 de la recién aprobada Ley del Transporte del Distrito Federal.
De imponerse ambas visiones empresariales, la historia se repetiría, pues el paso para la conformación de un nuevo pulpo camionero, como el intervenido en 1982 cuando se tenían 20 empresas mercantiles, sería prácticamente automático.
Convendría entonces al nuevo gobierno experimentar otros caminos, como la creación de una empresa metropolitana del transporte que agrupara a todos los modos existentes, de tal manera que ahí se diluyeran las fuerzas políticas y económicas de las actuales organizaciones y, de paso, se diera orden --con un solo mando-- al caos imperante en el transporte de la ciudad.
Con dicha empresa metropolitana se estaría en mejores condiciones de contar con una mayor transportación eléctrica --travías, trolebuses, trenes ligeros y ferrocarriles suburbanos--, y disminuir así el predominio del transporte automotor y sus efectos contaminantes en la atmósfera.
Revivir un nuevo pulpo camionero con tentáculos aún más largos y poderosos sería una incongruencia histórica. No alimentemos más poderes por encima del Estado, con los que tenemos son suficientes.