Olga Harmony
Ellas solas

Muchos de los mejores personajes femeninos han sido escritos por dramaturgos varones, quienes intentan aprehender con su escritura algo de lo que somos las mujeres en la vida real. A veces, ésta da un vuelco e imita viejos planteamientos de obras teatrales. Descubro (y aunque se desfasa un poco del tema, deseo compartir con los lectores el regocijo que me produjo) una nota pequeña publicada hace días en este diario: el general Manuel José Bonett, comandante de las fuerzas militares de Colombia, propone a las mujeres una huelga sexual con sus compañeros, tanto del ejército regular como de las guerrillas, como un medio para lograr la paz. Aristófanes debe de haberse tronchado de risa desde algún Olimpo en el que habite; falta que las Lisístratas colombianas hagan caso de tan sabio consejo. Pero vayamos al tema.

En el Foro Teatro Contemporáneo se escenifica una obra en dos partes, de Landford Wilson, Ellas solas. Wilson es muy poco conocido entre nosotros: nacido en 1937 en Missouri, es al decir de Robert Porter (en el estudio que prologa una de las excelentes antologías que El Milagro edita conjuntamente con el CNCA, Teatro norteamericano contemporáneo) un continuador de Tennessee Williams y plantea en sus obras ``el regreso a las raíces de la gente proveniente de pequeños pueblos''. Tal nostalgia por un pasado en que ``el gran sueño americano'' no había dado lugar a la más desolada de las realidades, recorre también a los cuatro personajes de La gran nebulosa de Orión y La feria de Ludlow, las dos partes que conforman Ellas solas. Sin embargo, una muy discutible lectura que aparece en el programa de mano desconcierta por conservadora, por decir lo menos. En él se incluye una cita de C.J. Jung que la refrenda. Cito del programa:

``El sueño en estas dos obritas quiso llamarse igualdad; quiso llamarse self made woman; quiso derrocar la imagen maniquea de ama de casa (...) pero algo pasa cuando el sueño se topa (...) con la biología...'' Algo de ello se percibe en algún personaje, la exitosa diseñadora Sandra de la primera parte con cierto dejo de envidia de la maternidad de Carol, aunque esta próspera ama de casa arrastra su cauda de inconfesadas frustraciones que se traducen en su afición por la bebida. Y a 20 años de distancia, en la segunda parte, la autodestructiva Rachel muy bien puede ser la linda niña del mismo nombre de la que Carol, su madre, se muestra tan orgullosa. Agnes, en cambio, se apresta para una cita poco deseada en su cansado camino hacia lo que puede o no ser una oportunidad de matrimonio. Son cuatro mujeres solas y desdichadas, como muchas otras, pero poco tienen que ver con la desafortunada acotación del programa.

En una escenografía diseñada por él mismo --que sirve, mediante un cambio en la disposición de los muebles, para ambas obras-- Rubén Ortiz dirige a sus dos actrices. Habría que anotar que en las dos partes la construcción dramática se da a base de larguísimos parlamentos, casi monólogos, a cargo de Carol y de Agnes, apenas interrumpidos por sus dos contrapartes; la traducción y adaptación de Alfredo Michel respeta el entorno estadunidense, pero establece coloquialismos del México urbano: los repetidos ``o sea'' de Carol en 1970 nos recuerda la ``muletilla'' recurrente entre nosotros en esa época. Sobre Carmina Narro --a quien por primera vez me es dable ver como actriz-- recae el peso de los largos parlamentos y los resuelve con gran eficacia; Martha Bátiz también encarna de buen modo a sus dos personajes.

Si en la ya citada antología de Teatro norteamericano contemporáneo se publica de Lanford Wilson el monólogo La toma de la luna, en el que una escritora es entrevistada por una reportera, igual recurso utiliza Arnold Wesker, el escritor inglés para su Annabella Wharton, la tercera parte de Annie Vacilante, uno de los textos que se reúnen en Seis obras para una sola actriz que, en traducción de Roberto D'Amico, acaba de publicar Escenología. Wesker presenta una serie de personajes femeninos de caracteres diferentes y en distintas situaciones, algunas solitarias, otras triunfantes, otras triunfantes y solitarias. Los diferentes tipos de madre, la esposa abandonada por otra, la amante del hombre casado, la vieja tullida o la cantante de jazz, transitan por este modo teatral tan difícil, el del monólogo, tan vitales y complejas como podrían ser en la realidad y se suman a muchos otros personajes entrañables creados por Arnold Wesker.