La Jornada jueves 13 de noviembre de 1997

Rolando Cordera Campos
Los trabajos y los días del presupuesto

Presupuesto habemus, pero todavía falta lo más difícil y engorroso. Los pendientes son demasiados y los haberes no abundan.

De lo difícil: no hay una conciencia fiscal nacional, como lo han demostrado hasta el cansancio los diputados de todos los colores y sabores, y no parece haber una buena disposición para hacerse cargo del hecho, ni siquiera desde la perspectiva racional y utilitaria de la empresa, que no pide otra cosa que reducción de impuestos. Para qué hablar del gasto, que millonario y todo no alcanza los niveles mínimos satisfactorios del más mínimo de los Estados modernos.

Lo engorroso: no habrá que esperar mucho para tenerlo entre nosotros. Diputados y senadores de todas las bancadas tendrán que superar pronto sus apresurados compromisos justicieros, en realidad alardes imprudentes, que no tienen mayor sustento racional ni financiero. Los ejercicios econométricos de primer año de maestría, realizados en alguna de las bancadas parlamentarias, no permiten ir demasiado lejos, si de lo que se trata es de avanzar en esta jornada en un esclarecimiento efectivo de la situación real de las finanzas públicas nacionales.

De poco servirá el que venga en auxilio de los legisladores braveros algún ingenioso fiscalista, porque los hechos duros que acompañan a los Criterios no admiten, no deberían admitir, mucha especulación u ocurrencia. La realidad sigue siendo la penuria y más vale asumirla para desde ahí pensar, mas no soñar, en saltar.

Estos son algunos de los datos que documentan la dureza de la situación actual: una carga impositiva reducida al absurdo por la crisis económica y el descuido estatal; una dependencia excesiva del aporte petrolero, que no hace sino frenar el desarrollo de la fuente más rica de riqueza nacional que es el petróleo; y una muy deteriorada capacidad pública para gastar bien y en atención de necesidades físicas y humanas sacrificadas demasiado y por demasiado tiempo.

Las carencias se han vuelto ola de exigencias, larvadas o manifiestas. El ingreso personal es inferior al de 1981, pero también al de 1994; el empleo crece pero el salario industrial sigue por debajo del que se registraba hace tres años y los puestos de trabajo siguen dominados por la precariedad y la falta de incentivos, prestaciones efectivas, expectativas de mejoramiento creíbles. La inversión básica se muestra rezagada y la que se dirige a actividades inmediatamente productivas sigue concentrada. Poco puede hacer frente a todo ello este o cualquier presupuesto.

Mitificar la deliberación fiscal, con toda la importancia que en sí misma tiene, puede resultar en una frustración más de nuestra democracia debutante. Si no se ubica con precisión el significado del debate sobre la política económica anual, que en efecto el presupuesto resume, ni el legislador, que la discutirá y aprobará, ni el ponente, que buscará con denuedo convencer de sus bondades y promesas, habrán hecho su tarea. Al final, de ocurrir así, quedarán ambos a merced de todo tipo de especuladores y buscadores de fama en las columnas y las primeras planas. Y no lograrán alejar del panorama el fantasma del chantaje externo.

Ni el futuro de la economía nacional ni el de la flamante democracia representativa que se aloja en el Congreso, se juegan del todo en esta ronda presupuestaria. Es mucho lo que puede ponerse de relieve gracias a la disputa fiscal de este año de gracia, pero es poco lo que se puede o conviene cambiar de sus cifras redondas que, bien vistas, son ya lo de menos.

Perderse en una carrera lodosa por ellas, puede satisfacer las ansias de novillero de legisladores y asesores sin oficio ni beneficio, que ven en la próxima ida a la tribuna la última llamada. Pero de poco servirá para hacer de la política económica un proceso racional, que a la vez que sea capaz de recoger el impulso democrático del país empiece a dar cabida a los reclamos múltiples y alarmantes del fondo de la pirámide social mexicana, ensanchada por tantos años de letargo económico y furia monetaria.

La ironía es que ni ese letargo ni esa furia se pueden superar con exorcismos, erupciones de la voluntad u ocurrencias retóricas. Se necesita mucha imaginación social y un enorme rigor político para evitar que todo se resuelva en una nueva y corrosiva estampida. Este es, me parece, el reclamo primordial que hay que hacer hoy, en vísperas de la gran prueba de fuego de la discusión económica constitucional del año, a diputados y senadores, a secretarios y subsecretarios y al Presidente mismo. No son vencidas, como dijo el doctor Zedillo, mucho menos canicas.