La ``turbulencia'' financiera mundial, bajo el signo del dragón chino, muestra en ciclo recurrente, que la economía capitalista neoliberal y su globalización, dominada por unos cuantos países hegemónicos, es eminentemente especulativa y convierte al mundo en un enorme casino donde las ambiciones, temores o errores de los grandes apostadores, definen la vida y suerte de miles de millones de habitantes del planeta. México y su capital son parte de la ruleta global; en medio de la inestable, desigual y poco consolidada recuperación, los movimientos especulativos del capital mundial han producido la caída del mercado accionario, devaluación monetaria, elevación de tasas de interés y seguramente, aumento de la inflación.
Aunque estos movimientos no causen una recesión inmediata, tendrán efectos depredatorios para la mayoría de los mexicanos y capitalinos: desvalorizarán el patrimonio y el ahorro de las capas medias y populares, por el efecto combinado de la devaluación monetaria y la inflación; agravarán el problema de las carteras vencidas, por la elevación de la tasa de interés y la devaluación monetaria; incrementarán el costo de los bienes de subsistencia por la inflación; deteriorarán la capacidad adquisitiva de los salarios e ingresos de los trabajadores y mermarán su consumo; seguramente, deprimirán aún más el mercado interno y pueden frenar al crecimiento de la producción orientada a su satisfacción (micro, pequeña y mediana empresa), a pesar del mejoramiento relativo de la competitividad de los grandes exportadores; y por ello, aumentar la tasa de desempleo abierto y la informalización de la fuerza de trabajo.
A nivel global, la devaluación eleva el costo interno del servicio de la deuda interna, reduciendo el gasto público programable, y la inflación reduce su capacidad de compra, sobre todo el social. En síntesis, más empobrecimiento de la mayoría de la población. Que los factores sean internos o importados no cambia su impacto sobre los mexicanos, ni libra de culpa a la política económica gubernamental, porque ella es parte del dogma ideológico y del movimiento ``globalizador'' neoliberal que da carta de libertad a la especulación financiera y amarra todas las economías del mundo a su voluntad. Esta política económica no aguanta las tormentas naturales o financieras; es un factor más de su destructividad.
Desempleo, miseria, hambre, informalización, economía subterránea, caída del gasto social y ausencia de perspectivas, son caldo de cultivo de la delincuencia que amedrenta, degrada y corroe a la sociedad capitalina. A ellas se añaden, como manifestación de las mismas causas, la corrupción administrativa, la penetración de los cuerpos policiales y del aparato judicial por la delincuencia, el narcotráfico y la impunidad judicial. Parecería que en esta forma particular de economía, la justicia y la ley también se rigen por la ley de la oferta y la demanda.
La ciudad de México, territorio privilegiado de la especulación financiera e inmobiliaria y de la violencia, también expresará estos movimientos económicos: reducción en términos reales del presupuesto programable global, de su componente de gasto social y para obras públicas esenciales; agudización del problema de la vivienda por elevación de las tasas de interés hipotecario y el costo de las UDIS; mayor insolvencia de los deudores morosos y posible expropiación de sus bienes; y más degradación de la calidad de vida de la población mayoritaria. Esta ``turbulencia'' financiera deteriorará sin duda las condiciones de vida de los capitalinos y puede traducirse en nuevo factor agravante de la situación de inseguridad y violencia ciudadanas.
Política económica, urbana, de obras públicas, de seguridad pública y justicia se combinan y anudan; la tela de araña se entreteje.
Para el nuevo gobierno del Distrito Federal, la tarea será difícil: gobernará solo la mitad del territorio donde la especulación financiera e inmobiliaria y la violencia se asientan, pero ellas no aceptan límites administrativos; tendrá capacidad de acción muy limitada sobre uno de los factores determinantes del problema: la política económica nacional inserta en la globalidad mundial y sus elementos más perversos; dispondrá de un tiempo muy corto (tres años) y recursos limitados para enfrentar estos y otros problemas urbanos estructurales; las necesidades apremiantes de los ciudadanos, sobre todo los más pobres, pueden llevar a la explosión de demandas no satisfechas y reprimidas por décadas; y tendrá la presión del PRI y PAN, volcados hacia las elecciones del 2000. Su gran fuerza para enfrentar estos retos será el apoyo de la población a través de la participación ciudadana abierta, a la que tendrá que combinar su capacidad de cambiar las políticas y las formas de actuar y gobernar del pasado.