Desde sus primeras notas, el son Chan Chan de Compay Segundo, que abre Buena Vista Social Club, en la mítica voz de Eliades Ochoa, produce una sensación sobrecogedora, de música que, por así decirlo, está más allá. De música que tiene todo. Hay ahí una suma que habrá de ser memorable: ``De Alto Cedro voy para Marcané/ Luego a Cueto voy para Mayarí''. Ya se conocía aquí la versión del propio Eliades con el cuarteto Patria, gracias a Discos Corasón, pero aquí la trompeta del Guajiro Mirabal y las guitarras de Ry Cooder le meten caña. Mucha caña.
En cierto modo, ni que fuera para tanto. Se trata sólo de Francisco Repilado, (a) Compay Segundo, y Los Muchachos. El de 90 años; los ``Muchachos'', un poco más jóvenes. Llevan tocando juntos 40 años, pero Chan Chan es una composición reciente de Compay, sobreviviente de los famosos Compadres que rivalizaron en los años cuarenta con el Conjunto Matamoros (para el cual no obstante el gran guitarrista tocó el clarinete), nacido a principios de siglo.
Las guitarras, bajos, treces, laúdes y voces de este destilado histórico de la música habanera, modesta y portentosa, música pura, encuentran el slide blusero de Cooder y se lo tragan, gozosamente, como se ha tragado Cuba los sonidos del jazz y la música clásica europea en esa inmutable matriz mulata de fino danzón y feroz guateque, ya detectada en su momento por las obsesiones transculturales de Carpentier (un tanto ayuno de filin popular, dicho sea sin ofender).
Estamos ante los mismos crossroads que marcarán el fin de siglo: Nusrat Fateh Ali Khan y Michael Brook, Khaled y Don Was, Shankar y Bill Laswell. La herencia ininterrumpida de las culturas para el nuevo milenio. La música que llegó para quedarse.
Aparece bwana, el hombre blanco en las calles del tiempo aparentemente detenido en La Habana de los años noventa, ese pobre y flaco lugar del Caribe que hoy es, bizarramente, uno de los crisoles más emocionantes del siglo XXI, ¿y qué encuentra?: la ocasión de su vida. Lo devoran los auténticos músicos del son cubano: Raúl González, Compay Segundo, Eliades Ochoa, Cachaíto López, Pío Leyva, Guillermo Ruvalcaba, Puntillita Licea, Ibrahim Ferrer, Barbarito Torres, Juan de Marcos, Julio Alberto Fernández, Salvador Repilado, Manuel Guajiro Mirabal, y un prodigio casi niño, Julienne Oviedo Sánchez. ¿Alguien dijo generation gap?
La limpieza sonora de la superbanda reunida por World Circuit en los estudios EGREM durante dos semanas, en marzo de 1996, es la suma de cuatro generaciones, un siglo de montunos y revoluciones sonoras, con el gancho de Cooder para colgarla del mainstream de la música posroquera y el gran mercado que, oh, descubrirá el hilo negro de una música tan clásica como la de Europa, pero distinta. ``Manuel Licea respeta la música bien escrita'', canta de sí mismo Puntillita en la jam-session de A toda cuba le gusta.
Tenemos a don Rubén González, el Horowitz cubano, con sus manos artríticas, ya ni siquiera tiene piano en su casa, que trepa al mueble y lo hace sonar, que dan ganas de aplaudir y llorar. De él dirá Ry Cooder después de grabar en 3 días Introducing... Ruben González, como parte de su safari, habanero: ``Es el más grande solista de piano que he escuchado en mi vida''.
Quien no lo haya oído, creerá que exagera.
Un acto de espiritismo que trae vivos a Benny Moré, la trova, el filin y demás, lidereado por muchachos de 90, 80, 70 años, y regresa al medio siglo, al otro lado de la Revolución, al cabo de los días gloriosos y los ``años agotadores'' (en expresión de Eliseo Alberto).
Y si alguien ama la música y todavía no ama a Cuba, tiene en esta experiencia de tres discos una gran oportunidad. Omara Portuondo en persona cantará desde el corazón del bolero: ``Si las cosas/ que uno quiere/ se pudieran alcanzar/ tú me quisieras lo mismo/ que veinte años atrás... Hoy represento el pasado/ no me puedo conformar''.
¿Qué rebote hay de los años cincuenta habaneros, con la revolución en ciernes, en estos late nineties de la revolución cansada? A toda Cuba le gusta, Introducing... Ruben Gonzalez y Buena Vista Social Club ponen de golpe en el centro de la aldea global, más allá de la moda new cuban, el corazón del son, el bolero, la guajira y el danzón: la música clásica de Cuba.
La película del cineasta mexicano Alberto Cortés, Violeta (1997), comparte la misma mirada enamorada hacia La Habana de ayer en La Habana de hoy. Y su estupenda banda sonora, compuesta e interpretada por músicos de ventitantos años, educados en conservatorio y en la escuela lírica de estos viejos all stars de las sesiones cooderianas, demuestra que si algo salvará a Cuba de la fractura, será su música. Y, quizás, su literatura.
Ha de ser por eso que se antoja resucitar a otros cubanos ``viejos'', que quedaron, islas en la isla, rodeados por el agua, como Virgilio Piñeira escribiendo en 1943: ``He visto la música detenida en las caderas/ he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas''.
O la voz de Pío Leyva, que ``ha llegado al Polo/ tan fuerte como una ceiba''. Y ``aunque cantar no sea un paseo... cantando voy por ahí/ y hay que quitarse el sombrero''.