18 DIAS DESPUES DE PAULINA, LLEGO LA ``AYUDA'' A SANTA MARTA LOXICHA
Blanche Petrich, enviada, Santa Marta Loxicha, Sierra Madre Sur, Oax., 31 de octubre Ť Los bulldozer del distrito judicial de San Pedro Pochutla llegaron finalmente a Santa Marta Loxicha el domingo 26 de octubre, 18 días después del huracán, removiendo deslaves, haciendo a un lado los árboles derribados, rellenando los enormes lechos de ríos que antes eran apenas arroyos.
Encontraron a la población ``como si fuera el primer día de la creación'', según Esperanza Lucas, una abuelita del pueblo: sin milpas, frutales ni frijolares y, lo peor, ya sin bosques y en ocasiones sin tierra para sembrar. Sin electricidad y sin agua entubada, y sin la parabólica de la telesecundaria, tan importante para la comunidad como si fuera el ombligo mismo del pueblo.
En Santa Martha Loxicha, los muebles destruidos son usados
por los niños en sus juegos. Foto: Raúl Ortega
Detrás de las máquinas amarillas -vistas por primera vez en la vida de ese pueblo, porque el camino que había antes fue ``hecho a mano'' por los campesinos del lugar- no llegó nadie más: ni camiones con despensas ni brigadas médicas ni ayuda alguna. Fue como si ese pueblito colgado de las terrazas naturales de la cordillera de la Sierra Madre Sur no existiera en el mapa de los que administran la asistencia a los damnificados por el huracán Paulina.
Con todo, a Santa Marta, alejada unos 25 escarpados kilómetros de brecha de San Baltazar Loxicha, la cabecera municipal, le fue mejor que a San Antonio Lalana, que depende del municipio de San Pablo Coatlán. Allí sí, como dice el delegado del Comité Pro Camino, Flavio Hernández Baños: ``Nos tratan como si no fuéramos mexicanos''.
A unos días d e la desesperación
El trabajo de los bulldozer para reabrir 16 kilómetros que separan a San Antonio Lalana de San Baltazar Loxicha empezó, después de mucha insistencia, el domingo 26. El lunes 27 se les terminó el diesel a las máquinas. Fue hasta el martes 28 que, desde la caseta de San Baltazar, Flavio Hernández consiguió que el delegado del gobierno estatal para la Sierra Sur con sede en Miahuatlán, Carlos Ramos, le contestara por teléfono.
Y ese funcionario les mandó a decir a los de San Antonio Lalana que de ahí en adelante el combustible para abrir el camino corría por su cuenta, y que si no tenían con qué pagarlo, que lo mandaran en un camión con tambos. ``¿Y cómo, si no tenemos ni camión ni tambos ni dinero? Le dije al licenciado: de plano que nos tienen olvidados y jodidos. Y él se molestó conmigo porque no me supe expresar''.
La respuesta del funcionario le ha hecho reflexionar mucho sobre un episodio que él recuerda de la biblia. Así lo relata: ``Estaba el rey muy súper en su mesa, bien llena la mesa, y llega el pordiosero San Lázaro para pedir. Le pedía y el otro no le daba. Igual que el gobierno: cuando quiere da y cuando no, no da''.
San Antonio Lalana está, por lo que cuenta ese delegado de la comunidad, a seis horas a pie del primer contacto con la civilización, pero apenas a cinco o seis días de la desesperación.
La Conasupo y los anaqueles de las tienditas ya están totalmente vacíos. Las muy austeras despensas que llegan en los esporádicos vuelos de helicóptero despiertan más los pleitos y poco calman el hambre.
Mientras tanto, en el único centro de salud que hay para atender a los mil 300 habitantes de la comunidad sólo hay un asistente rural. A quienes acuden a él les da lo que le queda de medicamento: un bicarbonato.
Damnificados históricos, les llovió sobre mojado. ``Cuando uno es pobre, 100 pesos que pierda lo dejan a uno pobrísimo. Como yo, de ocho vacas que tenía perdí tres''. Y la cosa puede estar peor. Comunidades que sobreviven al día, a base de maíz, perdieron la cosecha del año próximo.Y en muchos lugares, como éste, no se entienden las cifras macro de los programas oficiales.
En el presupuesto de 400 millones de pesos que anunció el secretario de Comunicaciones y Transportes, Carlos Sacristán Ruiz, para la recontrucción de caminos rurales, durante la cuarta visita del presidente Ernesto Zedillo a las zonas damnificadas de Oaxaca, ¿está incluido el diesel para el camino de San Antonio Lalana?
``Yo creo que no estamos incluidos. Se olvidaron de nosotros'', dice Flavio Hernández. Y se declara triste. Tristísimo.
Zarpazos en los cerros
La huella que Paulina dejó en el cerro de Agua Blanca, entre San Baltazar y Santa Marta Loxicha, el punto de quiebre entre los altos cafetaleros y la ladera cálida es un ejemplo de lo que puede hacer la increíble fuerza de un huracán en la sierra boscosa.
Era un bosque de pinos y encinos. Los suelos todavía están cubiertos por un tapete de juncia que empieza a amarillar sin la sombra de los árboles. De estos no queda, en todo el monte, ni uno en pie. Los ocotes que no fueron arrancados de raíz quedaron quebrados como si fueran palillos. Algo extraño: unos yacen derribados hacia el norte, otros hacia el sur, unos hacia la izquierda, otros a la derecha.
En una ladera sembrada de maíz puede verse el trayecto del ojo del huracán.
Las matas están tendidas marcando claramente los remolinos de viento que las derribaron. No hay un solo cerro ileso. Todos están marcados por terribles zarpazos, huellas rojas donde la tierra se derrumbó, se deslavó, se fue.
En Santa Marta la reconstrucción corre por cuenta de su propia gente. En 18 días de incomunicación hubo cinco sobrevuelos de pequeños helicópteros con algunos paquetes de despensas y la visita de un funcionario estatal, de tan breve que nadie recuerda su nombre. Los que se fueron a pie sin esperar a que se abriera el camino, dando grandes rodeos por el monte, no han vuelto. Pero ni el camino terminó con el aislamiento.
Lo extraño es que Santa Marta no parece estar esperando ayuda de nadie. A base de jornadas extraordinarias de tequio se levantaron las tejas que se pudieron recuperar, se alzaron nuevos muros de adobe y se reconstruyó lo que fue posible. Se volvieron a instalar las líneas del tendido eléctrico. Algunas cuadrillas ya empezaron a rescatar trozos de tubería para volver a entubar el agua.
Los muchachos de secundaria ya sacaron el lodo de sus aulas y secaron al sol sus maltrechos libros. ``Pero el agua se llevó muchas letras'', se queja Bonfilio, de 15 años. Este año se graduaba el primer grupo de la telesecundaria. Pero ahora, por el momento, no hay equipo para reanudar las clases, lo que no impide que los muchachos y muchachas se pongan este lunes su uniforme recién planchado. Como si la ropa les devolviera algo de la rutina escolar perdida.
Las recuas se lanzaron a las huertas para levantar lo que se pudiera de limas, naranjas, mango, plátano y mamey. El maíz sí que no tuvo remedio. La milpa estaba en jilote y ya tumbada no va a dar mas que unos granos semipodridos, buenos si acaso para los burros.
Los habitantes están volcados a la tarea de sacar la madera del enorme desastre forestal que los rodea. Son millones de toneladas las que cubren los cerros de los alrededores.
Nos enseñan dos palos deshojados. Eran dos guanacaxtles centenarios, frondosos, y de sus raíces nacía el manantial donde ``todo mundo, hombres y bestias, se paraban a tomar agua''. Los árboles ya no dan sombra. ``¿Y ora? Se va a secar el manantial. ¿De dónde vamos a sacar el agua?''
Adalberto Rodríguez Alonso piensa que el mundo ya no va a ser como antes. Por eso mira a esa aguililla dando vueltas sin parar. El ave no encuentra su nido ni su bosque.
Los jóvenes de Santa Marta ya hablan de empezar a sembrar árboles de nuevo. Pero los abuelitos Adalberto y Esperanza saben que cuando empiecen a dar ellos ya no van a estar en este mundo.