La ``fiebre asiática'' que conmovió a todas las bolsas del mundo y que presiona todavía a muchas monedas ha querido ser minimizada de manera sistemática y explicada con argumentos coyunturales y superficiales.
Sin embargo, esta crisis es grave, como lo demuestran la ``quema'' de divisas, por miles de millones de dólares, realizada por los bancos centrales de los principales países de nuestro continente para sostener, al menos parcialmente, la paridad monetaria y las ayudas otorgadas --por otros miles de millones de dólares-- a algunos países asiáticos por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el mismo gobierno de Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de su intervención en apoyo del peso mexicano.
Los gobiernos afirman que la crisis es pasajera y que respondería, según la denuncia del primer ministro de Malasia, Mohamed Mahartir, a las especulaciones de George Soros contra la moneda birmana --caso similar al de 1992 contra la lira italiana y la libra esterlina británica-- o a la explosión de la burbuja especulativa. En realidad, si Soros puede especular y obtener enormes ganancias es porque hay una crisis estructural que aprovecha, pero que no crea: el mismo sentido común dice que si un virus provoca una enfermedad grave es porque el organismo afectado se encontraba ya debilitado.
En efecto, los llamados tigres asiáticos capturaban capitales debido a los amplios márgenes de ganancia que aseguraban, al tipo de cambio estable y a un sistema autoritario que les permitía ejercer un fuerte control sobre sus economías y ofrecer considerables privilegios a los inversionistas. Pero pocas familias gozaban del apoyo irrestricto del Estado y del financiamiento bancario, que también dependía, en cierta medida, del poder político y de la mafia internacional. La sumisión al dólar estabilizaba el tipo cambio, los precios de las enormes importaciones y los ingresos provenientes de la venta de materias primas y productos locales. Las inversiones, sobre todo japonesas, y la exportación realizada por las firmas de ese país hacia el archipiélago nipón hacían el resto. Pero el dólar aumentó en mucho su valor y las monedas locales no pudieron seguirlo, pues las mercancías que esos países exportan son de escasa calidad y poco valor agregado. Los déficit comerciales, por lo tanto, crecieron, los capitales huyeron y se dirigieron hacia otras divisas y naciones. Esa desinversión afectó profundamente a las bolsas de los tigres asiáticos.
Al mismo tiempo, el yen devaluado hizo que los productos del sureste asiático que se vendían sobre todo en Japón fuesen poco competitivos y que las mercancías niponas, en cambio, los desplazaran. Mientras tanto, los capitales japoneses, temerosos de la reproducción del caso surcoreano por la fragilidad política de los gobiernos ``duros'', pero sin consenso de la zona, se han desplazado, y lo seguirán haciendo, hacia países donde la mano de obra es abundante, barata, sumisa, donde hay gobiernos fuertes y estables, y un fuerte mercado potencial. Tal es el caso de Vietnam, pero sobre todo de China, nación que al poseer una enorme reserva de divisas --la segunda del mundo-- puede elevar los tipos de interés, sostener su moneda y atraer capitales.
En ese contexto, hay que analizar la visita que realizó el presidente chino Jiang Zemin a Washington, donde fue muy bien recibido por los capitalistas y por los líderes de la derecha republicana, como Newt Gingrich. China acaba de comprar 50 aviones estadunidenses por tres mil millones de dólares y ha orientado la compra de decenas de centrales nucleares hacia empresas estadunidenses. China es, y será durante años, el gran mercado potencial, el gran absorbedor de tecnología, de capitales e incluso de armas. Y como los recursos para invertir en los países llamados ``emergentes'' no abundan, China secará el lecho de los otros arroyuelos donde ellos ahora afluyen, con la consiguiente influencia sobre la producción, las bolsas y las monedas.
Un dragón come o quema y se va. La contradicción fundamental resultante de la mundialización, en cambio, está allí para quedarse y probablemente determinará constantes y reiteradas sacudidas en todo el globo, sin excepción, en las que se destruirán capitales, industrias y, sobre todo, se afectará la vida de millones de personas, ricas o pobres.