POR LOS DIFUNTITOS
Karina Avilés Ť Por sus muertos, por sus hermanos fallecidos, el niño Armando Bautista evoca: ``El difuntito Guillermito era mi amigo, todos eran mis amigos y vendrán a comer aquí'', a esta ofrenda realizada entre los retazos de un cuarto donde habita un grupo de niños de la calle.
Alumbrado por las llamas de una veladora, junto a un pedazo de pan y una naranja, Armando revela la lista de sus muertos: ``A Guillermo le pegaron y como estaba enfermo del corazón se murió; al Chainas lo aventaron por las vías del tren; El Garrochitas y Tony murieron en una casa porque los agarró dormidos el terremoto; a Carlos le pegaron de tabicazos; otro niño murió en el basurero, y el Chagui se murió de sida, que descancen en paz''.
Niños y jóvenes de la calle montaron una ofrenda, en Eduardo
Molina. Foto: Pedro Valtierra
Así, niños de la calle colocaron ofrendas en diferentes hogares que les ha dado esta ciudad: abajo de un puente, en una casa hogar, entre los cascajos de un bar, y en la calle de siempre, la que siempre los espera.
Hoy, Armando y otros 20 menores que viven allí, adentro, en lo que fue un cabaret, muy cerca de los ferrocarriles, fueron a pedir a un tianguis un poco de fruta, algo para los otros niños, a los que mataron sin que ``nadie'' se diera cuenta.
Una papaya, dos botellas vacías de alcohol, una lata de limpiador para PVC (activo), papel picado, una calabaza y ropa de los difuntos adornaron el altar de sus recuerdos.
Mientras que otro grupo de infantes --quienes sobreviven entre un puente en Eduardo Molina y las aguas de un canal-- llevaron flores, mandarinas y peras allá, al fondo, en un rincón, en donde a pesar de sus estaturas pequeñas sólo caben encorvados.
Al calor de un fogata y con una bolsa de plástico que contiene retazos de pollo para siete niños, Javier explica que ``una flor es igual a nuestro corazón'' y, por eso, llegarán sus muertos hasta ese lugar, atraídos por el aroma de un clavel.
Conocidos como Los Pirañas, por dormir junto a las aguas del canal, muestran satisfacción porque su altar es bello, porque ellos lo realizaron y porque expone mandarinas, peras, agua y calaveras de chocolate.
En el cuarto de una vecindad, del edificio 4, en Santa Catarina, Carmen, El Gari, El Calavera, El Negro y El Oaxaco, recordaron también a sus muertos de la banda Los Ponis, los pequeños que no sobrevivieron a las coladeras ubicadas en el camellón de Los Cien Metros, los que no tuvieron más destino que irse a la fosa común.
Mientras que hoy otros de Los Ponis, allí, en las mismas coladeras, se están muriendo.
En otro espacio, sobre la avenida Reforma, a unos metros de la PGR, Juan Carlos Jiménez escribió para su ofrenda: ``Es cierto que hemos nacido como flores, pero también es cierto que nos vamos a donde no sabemos ni sentimos''.
Con escritos de los niños de la calle y un camino de aserrín ``para que pasen los muertitos'', los habitantes de ese tramo de banqueta de Reforma cuidan día y noche de la tradición, de lo que les regalaron en el mercado 2 de Abril y la colonia Guerrero.
Apenas instalado ``lo que hicimos con cariño para toda la bandita'', llegaron los policías para romper el altar y, no sólo eso, se llevaron para la Cuauhtémoc a Erick Daniel Alonso, Juan Carlos Jiménez, Norma Alejandra Martínez y a Johnatan Basurto.
Estos niños acusados por el delito de ofrendar a sus muertos salieron libres, pero Norma Alejandra, de 16 años, fue duramente golpeada en el vientre, en el mismo que espera dar vida en un mes a un pequeño.
Bajo el impulso de la Fundación Renacimiento, a cargo de José Vallejo, los niños de la calle se dieron a la tarea de realizar sus altares para sus fieles difuntos.