Enrique Calderón A.
El presupuesto y su discusión en el Congreso

Como todos los años, con noviembre llegan los tiempos de que el Congreso se ocupe de analizar el presupuesto para aprobarlo, o hacerle las modificaciones del caso, a partir del proyecto que para tal fin les envía el Presidente de la República a través de su secretario de Hacienda.

Como muy pocas cosas, el presupuesto sirvió, en el pasado, para exhibir la incondicionalidad de los diputados hacia el Presidente en turno, legitimando los propósitos y proyectos personales del gobernante, como si se tratara de acciones cuyo beneficio fuese total, absoluto e incuestionable.

Fue así como el Congreso aprobó los proyectos mesiánicos de Echeverría, el endeudamiento infinito de López Portillo, la eliminación de programas sociales y las políticas económicas neoliberales, instrumentadas por De la Madrid para beneficio de unos pocos especuladores. Fue a través de la aprobación de presupuestos sucesivos que Carlos Salinas pudo operar recursos para obsequiar regalos y premios fastuosos a sus colaboradores en pago a su lealtad, y para mostrar su poderío sin límite entre quienes sabía o creía sus enemigos, como Cuauhtémoc Cárdenas; todos ello sin tener que dar cuenta a nadie.

Ha sido también a través del presupuesto aprobado por el Congreso en los años recientes, que el actual gobierno ha contado con recursos, y muchos, para mantener un Ejército en acción en Chiapas, y más recientemente en Guerrero y Oaxaca, para entregar cuantiosas sumas a los banqueros, para ayudarles a recuperarse de los malos tiempos y de los pequeños errores cometidos por los altos mandos del país.

La historia de desaciertos del Congreso, mientras protegía los intereses de quienes más tienen, y la imposición insultante y burlona de su líder, para incrementar el IVA en un 50 por ciento respecto a su nivel anterior, constituyen hoy parte de la memoria colectiva de la sociedad, según la cual más que legitimador, el Congreso aparece como el instrumento cómplice de los crímenes cometidos contra la nación a lo largo del siglo.

Afortunadamente, las cosas parecen haber cambiado y los ciudadanos nos mantenemos a la expectativa de las próximas discusiones sobre el presupuesto de 98, para determinar si los cambios se dieron para que todo siguiera igual, o si se trata de algo distinto.

Aunque hoy carezco de mayores elementos que mi propia intuición, me atrevo a pensar que la sociedad mexicana quisiera ver algunos cambios en el uso de los recursos de la nación, incluyendo: la supresión de las partidas secretas, discrecionales y de contingencia que los altos funcionarios utilizan para comprar lealtades y hacerse regalos los unos a los otros; la reducción de partidas para comprar armamentos cuyo uso no podrá ser otro que incrementar la violencia, las amenazas y la represión, dado que otras aplicaciones de esos recursos nos son desconocidas, la reducción o eliminación de fondos para rescatar banqueros y gremios similares caídos en desgracia; el incremento a partidas destinadas a mejorar la educación, la salud y, en general, la calidad de vida de la sociedad toda; el apoyo a mecanismos orientados a incrementar el empleo y el ingreso de los trabajadores, y la reorientación del gasto para dotar a los municipios de los recursos que faciliten su desarrollo, en lugar del centralismo imperante.

En relación al impuesto del IVA, su regreso a los niveles de 94 es para mí una exigencia de la sociedad completa, en virtud de que los mismos líderes del gobierno nos aseguran que las condiciones de crisis que motivaron aquel incremento de 1995 han quedado superadas. Los señalamientos de algunos funcionarios públicos para incrementar determinados impuestos o crear otros, no goza de simpatías de muchos, en virtud de las dudas imperantes sobre el buen uso de esos recursos. La impresión generalizada parece ser que, el contar con más recursos financieros qué gastar sólo produce funcionarios glotones y utilizaciones irresponsables e inútiles, como las que hoy hace el gobierno de la ciudad, poniendo boyas y cuadros de pavimento de colores, para hacer gala de su falta de imaginación y de probidad. ¿Cómo actuará el Congreso? ¿Responderá a estas expectativas? Puede ser y debiera ser, porque de otro modo las explicaciones que los señores diputados nos den no convencerán a nadie, y muchos serán los que piensen que, una vez más, las componendas entre grupos de poder es lo único que cuenta.