Hay una tendencia muy marcada a concebir la problemática del Distrito Federal delimitándola estrictamente a su espacio territorial, a su conformación geográfica o la formalidad de su basamento jurídico.
Si bien la acepción para definirla como una entidad es correcta desde el ángulo que describe sus propios límites y colindancias con otras entidades, no así en lo que se refiere a los alcances que representan los problemas que tiene en sí misma o los que se originan en otros puntos que circundan, afectan e inciden en la ciudad de México, una ciudad con ciudades a su alrededor.
El nuevo gobierno, elegido por primera vez en la historia moderna a través del voto ciudadano, desde su fundación hace más de seis siglos, seguramente traerá nuevas visiones, con la creatividad e imaginación y además con el firme compromiso de cambio, exigidos desde el 6 de julio.
Así, por ejemplo, uno de los más graves problemas de la ciudad de México, como lo es la seguridad publica, no sólo debe verse hacia dentro, sino con un enfoque de lo que nos rodea, como es el caso del estado de México, con mayor razón cuando atañe al crimen organizado que se extiende por todo el país. Al igual, en el problema del transporte público, donde distritos y municipios trazan los nuevos dominios de una metrópoli de impresionante crecimiento. Y dentro de este inventario habría que incluir otros rubros: medio ambiente, procesos económicos y productivos, recursos naturales disponibles, vivienda y de hecho todos los ejes que ordenan la vida social y económica.
Tendremos entonces que intentar diagnósticos más certeros, criterios de planeación y soluciones imaginativas que apunten hacia una cobertura regional. Los ejemplos abundan: nadie relaciona ya la colonia Irrigación o Tacuba misma, sin vincularla a Naucalpan; o en sentido inverso las zonas de Tláhuac e Iztapalapa con Chalco; o sí hacemos la travesía imaginaria (¡y espantosamente real!) a lo largo de la Avenida Insurgentes, que continúa su vía disfrazada de carretera México-Pachuca; o en otro ejemplo la Calzada Zaragoza que se convierte en la carretera México-Puebla.
Desde luego esta propuesta no es nueva. Se han registrado otros intentos, pero fallidos, pues en diversas ocasiones los planes anunciados se han instrumentado ineficazmente, con la estrategia errónea de incluir todo en una sola coordinación metropolitana, de corte centralista, generalista y lo peor con una sociedad ausente. Deben crearse grupos o coordinaciones por cada concepto central, pero también enlazando a los diversos actores o grupos sociales, para que la sociedad civil de las entidades en cuestión interactúe, participe y también decida.
Los problemas son, pues, más grandes y preocupantes, y hay que aceptarlo. Pero no hay de otra. Cada ciudad tiene su propia escala de potencialidad y de condiciones deficitarias y a la vez son un todo que hay que abordar como un reto gigantesco.
¿Y qué es lo que tendría que conservarse en una primera revisión? La respuesta estaría en los principales problemas del gran centro del país, mediante convenios que dieran origen a diversas coordinaciones interestatales para que se establezcan o refrenden diagnósticos, definan prioridades en cada caso y se calculen los recursos disponibles y necesarios para afrontarlos.
Sólo así se lograría una racionalidad en esta crisis expansiva y sobre todo en las decisiones de gobierno. Bastaría citar el ejemplo de las reservas ecológicas que deben preservarse en el DF, pero que a unos cuantos pasos, dentro del territorio colindante del estado de México, se descuidan por la omisión o correlación de autoridades que conllevan especulaciones inmobiliarias junto al avance de la mancha urbana desde afuera y desde adentro.
Esta concepción de metrópoli no suplanta ni excluye de manera ninguna, la necesidad de que cada entidad y el Distrito Federal ordenen y mejoren su funcionamiento al máximo, pues de hecho éste sería el punto de partida de los programas coordinados con un carácter regional, en respuesta a la anarquía que impera proveniente de un histórico derroche de recursos, falta de planeación, caprichos políticos y carencia de armonía en las etapas del desarrollo social y económico.
Como se ve, resulta indispensable responder a estas demandas sin partidismos, pero sí con consensos, a fin de generar las nuevas franjas de trabajo en común. ¿Qué más vamos a hacer con la ciudad de las ciudade?