Las caídas bursátiles ocurridas en muchos países, incluido el nuestro, así como el brusco descenso del peso mexicano en su cotización ante el dólar, son fenómenos en los cuales se conjuntan factores internacionales --y nacionales, en el caso del segundo-- de muy diversa índole. Caída de la bolsa y devaluación son asuntos distintos: las bajas que tuvieron lugar ayer en las bolsas de diversas capitales no estuvieron asociadas, salvo en el caso de México, a caídas cambiarias bruscas. En Japón sucedió incluso lo contrario: mientras que los mercados bursátiles de Tokio experimentaban pérdidas significativas, el yen ganaba terreno frente al dólar.
En esta perspectiva, ha de considerarse que si bien el severo quebranto experimentado ayer por la Bolsa Mexicana de Valores estuvo claramente relacionado con factores externos, la depreciación de la moneda nacional no fue una mera consecuencia de tal suceso, sino que obedeció, también, a una situación específicamente nacional.
En el terreno bursátil, cabe señalar que la masa de las acciones cotizadas y negociadas ha subido, en muchos casos, por encima del aumento del valor real de las empresas o de su producción. Así, el índice Dow Jones, indicativo de la Bolsa de Nueva York --y probablemente la que influye de manera más directa en la mexicana-- ha estado subiendo en forma desmesurada, al punto de que hace un año, en octubre de 1996, rebasó los 6 mil puntos, en febrero pasado alcanzó los 7 mil y hace unos días estaba cerca de los 8 mil puntos. Aunque el ascenso fue gradual, la bolsa estaba muy por encima del crecimiento de la economía real, sea cual sea el criterio con el que éste se mida.
En el caso de la Bolsa Mexicana de Valores, el alza era exagerada incluso en plazos de meses. En lo que va del año, su Indice de Precios y Cotizaciones aumentó más de 50 por ciento a pesar de que su crecimiento anterior ya era muy fuerte y desproporcionado en relación con el crecimiento económico del país. En tales circunstancias, tanto en Estados Unidos como en México, era previsible una depreciación súbita del papel accionario, en la medida en que éste había venido acumulando una significativa sobrevaluación.
Con todo y el retroceso de ayer, la Bolsa Mexicana mantiene, en términos netos, una considerable ganancia en lo que va del año y, en consecuencia, en términos estrictamente bursátiles, su caída no fue sino un inevitable reajuste.
Por lo que se refiere a la devaluación del peso, ciertamente ésta no será benéfica para muchos mexicanos, como lo aseguró anoche el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz, sino únicamente para las empresas exportadoras y para los poseedores de dinero estadunidense.
Es cierto que, si bien la causa inmediata de este fenómeno fue, muy probablemente, la salida de capitales de la bolsa y su conversión a dólares, nuestra moneda venía arrastrando una importante sobrevaluación --que, tarde o temprano, habría de compensarse-- debido al ingreso al país de inversiones y créditos en la divisa estadunidense, y que tal sobrevaluación fue un factor de control de la inflación y de aliento al consumo pero perjudicó, en cambio, la balanza comercial con el exterior.
En los meses anteriores, casi todas las voces del ámbito económico coincidían en la necesidad de ajustar, a la baja, la cotización del peso. Diferían, en cambio, en cuanto a la manera correcta de hacerlo. Desde hace muchas semanas se conocieron propuestas para que las autoridades económicas propiciaran un deslizamiento en el tipo de cambio, es decir, una devaluación controlada y paulatina que eliminara la sobrevaluación del peso sin causar una nueva espiral inflacionaria.
Por su parte, el Banco de México optó por dejar la cotización al arbitrio de la ley del mercado --la oferta y la demanda-- y aplicó así, uno de los dogmas fundamentales de la política económica vigente. En mitad de la jornada de ayer, cuando esa institución hubo de intervenir en el mercado para apoyar al peso, tal medida sólo provocó el nerviosismo cambiario y una mayor devaluación.
Estos hechos no sólo evidencian la falta de una política y una percepción cambiaria coherente y eficaz por parte del Banco de México en los últimos tres lustros sino, también, la crisis de credibilidad que afecta a las autoridades financieras y monetarias en general.
En lo inmediato, cabe esperar que lo sucedido ayer no se traduzca en un nuevo quebranto económico mayor para el país y que no se convierta en un círculo vicioso de inflación-devaluación, como los que ya ha vivido México en repetidas ocasiones.
De hecho, existen elementos para pensar que el precio del dólar, si bien no regresará a su punto de partida, podrá estabilizarse paulatinamente por debajo de los niveles que alcanzó ayer y que la especulación cambiaria fue un fenómeno meramente coyuntural.
Por lo que hace a los precios, el conjunto de la sociedad debe exigir a comerciantes y productores que se abstengan de aprovechar la circunstancia para efectuar alzas generalizadas que, en lo inmediato, no se justifican.
Por su parte, el gobierno debe esforzarse por contener una escalada inflacionaria, la cual resultaría especialmente peligrosa y desestabilizadora en vísperas de la temporada decembrina. Finalmente, y dada la incertidumbre que se vive en los centros financieros internacionales, cabe esperar que las autoridades económicas nacionales revisen sus preceptos de desregulación financiera, bursátil y cambiaria, los cuales colocan a la economía del país en una situación de peligrosa vulnerabilidad ante los factores foráneos de inestabilidad y ante los desajustes internos.