La Jornada Semanal, 26 de octubre de 1997
En 1930 Bulgákov destruyó la primera versión de El maestro y Margarita. Siete años después concluyó su obra maestra. Pero el tiempo deparaba una sorpresa a sus lectores: en 1966 Revista Moscú publicó capítulos aislados de la novela que ampliaban aún más las ricas visiones del autor. Ofrecemos un capítulo inédito en español, escrito entre 1932 y 1936.
De repente el péndulo sobre la chimenea dio una campanada que marcó las once y media.
La música se detuvo y las parejas dejaron de bailar. Fagoth-Koroviev hizo su aparición. Llevaba puesto su habitual saco a cuadros que le iba demasiado estrecho y sus horribles polainas. A pesar de su aspecto, poco adecuado a la ocasión, los invitados (al baile de plenilunio de Voland) se apartaron y Koroviev se acercó a Margarita de manera charlatana, como era su costumbre. La saludó con un gracioso gesto de los dedos y la tomó por el brazo, conduciéndola a través de la sala. Se acercó a su oído. Su voz de falsete tenía un tono extremadamente serio.
-Bese su mano. Llámelo ``maese'' y limítese a responder sus preguntas. Usted no le puede hacer ninguna.
Después de los fuegos artificiales del baile, Margarita tuvo la impresión de encontrarse en una gruta oscura. Un personaje vestido con un hábito violeta apartó su lanza para dejarlos entrar a una recámara donde ardían las brasas en un altar sobre una pequeña mesa; siete velas resplandecían en un candelabro de oro, y a través de esa cálida luz, Margarita distinguió un gigantesco lecho con patas doradas, pesadas pieles de oso en el suelo y un tablero de ajedrez.
El aire estaba saturado de un fuerte olor a medicamentos y a esencia de rosas. Sobre el lecho cubierto de seda arrugada se encontraba el mismo personaje que había aparecido en los estanques del patriarca a la hora del crepúsculo. Llevaba puesta una bata verde manchada de grasa. De uno de los codos descosidos sobresalía un sucio saco de piyama. Las pantuflas que envolvían sus pies desnudos estaban desgastadas y cubiertas con una raída piel; sus dedos lucían adornados con pesados anillos y sortijas. Un orinal coronaba el lecho. El personaje dejaba colgar una pierna para que una bruja desnuda, roja del esfuerzo, le diera un masaje en la rodilla con un ungüento negro que olía a azufre.
Margarita sentía que la masa de invitados se encontraba detrás de ella, sin hacer ruido alguno y llenando poco a poco la habitación. Nadie decía una sola palabra.
El personaje que estaba sobre el lecho movió una figura de oro del tablero y declaró:
-Popota, estas jugando de una manera detestable.
-Calculé mal la jugada, ``maese'' -respondió respetuosamente el enorme gato negro, y agregó confundido:
-El clima de aquí no me ayuda.
-El clima de aquí nada tiene que ver. Simplemente juegas como un asno.
El gato esbozó una sonrisa hipócrita e inclinó su rey en señal de derrota.
En ese momento el personaje vio a Margarita. La joven mujer se quedó inmóvil, mirando cómo el ojo izquierdo estaba increíblemente caído y reflejaba las llamas de los cirios, mientras el derecho estaba completamente muerto.
La bruja desapareció rápidamente, llevándose su oscuro ungüento.
-``Maese'' -dijo Koroviev detrás de Margarita-, permítame presentarle a...
-¿Así que la has traído? Muy bien. Acércate.
Sintió cómo Koroviev la empujaba y dio un paso adelante.
Sentado, el personaje le tendió la mano. Margarita adivinó rápidamente frente a quién estaba. Pálida, se inclinó para besar los fríos anillos de sus dedos.
El ojo derecho la miró fijamente, y ella bajó los párpados, sin poder soportar esa mirada.
-Señora, tendrá que perdonarme por recibirla de esta manera -dijo mientras señalaba la pierna desnuda y cubierta de ungüento, el orinal y el tablero de ajedrez-, pero me encuentro resfriado. El clima de su país es verdaderamente deplorable. ¿No le parece? De pronto frío, de pronto húmedo, de pronto soleado...
-Es un honor -murmuró Koroviev al oído de Margarita.
-Es... -comenzó Margarita con voz grave.
-...un gran... -murmuró Koroviev.
-...un gran honor para mí -pronunció Margarita, y agregó súbitamente inspirada-: Señor[...]*
-Señor, has que regrese mi amante -pidió Margarita.
Voland miró a Koroviev interrogativamente. ste le dijo algo en voz baja. Voland observó a Margarita con el ojo caído durante varios segundos, y después dijo:
-Se cumplirá en el acto.
Margarita dio un grito de alegría y se tiró a los pies de Voland, calzados ahora con una pesadas botas de espuelas en forma de estrella. Era tal su emoción que no podía pronunciar una sola palabra.
-Nunca creí que pudiera existir un amor verdadero en este lugar -dijo Voland. Ahora bien[...]
Llevaba un abrigo corto, un pantalón de soldado y botas altas. Estaba sucio y tenía las manos cubiertas de llagas; una barba de muchos días enmarcaba sus mejillas. Deslumbrado por la brillante luz de los candelabros, miraba alrededor suyo con ojos llenos de inquietud y sufrimiento.
Margarita reconoció los ojos verdes y el mechón rebelde, lanzó un grito y corrió a sus brazos. El rostro del hombre se contrajo pero contuvo la emoción y las lágrimas, mientras abrazaba mecánicamente a Margarita.
Hubo un momento de silencio, que fue interrumpido por el señor del lugar, quien dirigiéndose a Fiello dijo:
-Espero que no hayas matado a nadie.
-Pregúntele al gato, ``maese''.
Voland miró al gato, que ronroneaba mientras con una pata acariciaba el estuche de su revólver.
-No has aprendido a manejar las armas, Popota. No reflexionas cuando tiras.
-No soy el único, señor -protestó el gato.
El maestro se dirigió al recién llegado, que dejó de abrazar a Margarita.
-¿Sabes quién soy? -preguntó.
-Lo adivino. Pero todo es tan extraño e incomprensible que siento que me vuelvo loco.
-No sienta eso. Conserve la razón ante todo.
Después se dirigió a Margarita, diciendo:
-Y bien... le agradezco su visita. No quiero retenerla por más tiempo. Váyase con él. Hizo una buena elección. También a mí me gustan su mechón rebelde y sus ojos verdes.
-¿Pero a dónde vamos a ir? -preguntó ella con una voz tímida.
Palabras en voz baja fueron dichas en ambos oídos de Voland: Fiello del lado izquierdo y Koroviev del derecho.
-Que se vaya al diablo... -exclamó el maestro- ...no, mejor que venga aquí.
De inmediato, un desconocido apareció en la estancia cayendo del techo. Visiblemente recién levantado de la cama, iba vestido en ropa interior pero llevaba sombrero y una maleta en la mano. Miraba alrededor con aturdimiento. Se veía claramente que estaba a unos milímetros de perder la razón.
-¿Pankovski?
-Sí. Soy Pankovski -respondió el hombre temblando.
-¿Fue usted, jovencito -el individuo rebasaba ya los cuarenta-, quien escribió -el maestro señaló con la cabeza al del mechón de ojos verdes- que él estaba escribiendo una novela?
-Claro que fui yo -dijo el fulano, más muerto que vivo.
-¿Y ahora usted vive en su departamento, verdad? -preguntó el maestro, mirándolo con un ojo penetrante.
-Sí -gimió Pankovski.
-¡Es una vergüenza! -exclamó el maestro-, ¡fuera de aquí!
Pankovski desapareció sin dejar huella.
-El departamento está libre -dijo alegremente Koroviev.
El ciudadano Pankovski se fue a radicar a Vladivostok.
El mechón osciló y los ojos verdes dirigieron al maestro una mirada inquieta.
-Yo... -el poeta vaciló antes de pegarse a la espalda de Margarita.
-Yo le advierto que no tengo cédula de identidad y que nos detendrán inmediatamente... es una locura... ¿Qué será de ella?
El personaje, sentado, examinó atentamente al poeta.
-Sírvanle un vodka a nuestro invitado. Está enfermo y débil, por eso se muestra tan inquieto.
Muchas manos acercaron copas de vodka al poeta.
Su hirsuto rostro se llenó de color.
-¿Y mi pasaporte? -repitió el poeta con necedad.
-Pobre -el maestro movió la cabeza hablando con una voz compasiva.
-Que le den una cédula de identidad si tanto le importa tener una.
Koroviev, siempre con la sonrisa a flor de labios, dio al poeta un pasaporte, mientras lanzaba miradas inquietas en dirección de la salida. El poeta guardó el documento en su bolsillo.
Margarita lloraba dulcemente y se enjugaba las lágrimas en su manga larguísima.
-¿Qué nos va a suceder? ¡Estamos perdidos! -gritó el poeta.
-Todo se arreglará -respondió el maestro entre dientes, y ordenó a Margarita que se acercase:
Ella se arrodilló a los pies de Voland. ste sacó dos anillos de la almohada y le puso uno a Margarita. Ella tiró de la mano del enmudecido poeta y le puso el otro anillo.
-Ya no serás su amante sino su compañera -dijo Voland tajantemente, en medio de un absoluto silencio.
-Sin embargo, no quiero hacer pronósticos. Aparte de lo que suceda -se dirigió al poeta-, acepte este regalo de mi parte.
Era un pequeño revólver negro y oro.
El poeta, con ojos de disgusto y mirada brumosa, tomó el arma y la guardó también en su bolsillo.
-Nuestra fiesta ha terminado -anunció Voland-. Está amaneciendo y necesito descansar. Los dejo libres.
Con esas palabras, las luces bajaron de intensidad, mientras se evaporaban en la semipenumbra los numerosos invitados.
Margarita sintió cómo la tomaban del brazo para que descendiera las escaleras.
* Los puntos entre corchetes indican pasajes que no fueron encontrados
en los manuscritos.