En la tumultuosa década de los sesenta, Norman Mailer inventó una variante del hedonismo que permitía gozar en plan grande sin rendirle cuentas a nadie. ¿Qué sentido tenía andar de pudibundo en la época de las camas de agua, el sexo en cadena, la mariguana sin semilla y el sonido cuadrafónico (que presuponía dos orejas mentales)? El autor de Los desnudos y los muertos estaba dispuesto a entrarle a tocho morocho y a construir un personaje público que se liberara de culpas y responsabilidades en los cocteles, los cuadriláteros de boxeo y las manifestaciones políticas; por consiguiente, necesitaba un nuevo código que sancionara las relaciones entre el artista y su público. Según sabemos, Raskolnikov se desvelaba pensando ``si Dios no existe, todo está permitido''. Ante la ausencia de un tribunal divino, el hombre se enfrenta a variadísimas opciones; puede asesinar a una vieja usurera, copular con un camello, darse masajes con queso doble crema. La paradoja de Raskolnikov es que puede ser visto como un campeón del libre albedrío porque transgrede las normas, pero también porque se arrepiente. No escucha voces como Juana de Arco ni ve destellos milagrosos como Hildegarda von Bingen. El crimen y el castigo tienen el mismo origen: son saldos de su conciencia. Las novelas suelen ser más inteligentes que sus autores; en Crimen y castigo, Dostoievski pretendía denostar a los estudiantes anarquistas de fines del siglo XIX y en modo involuntario creó un paradigma de la libre elección. En plena crisis de las ideologías y las religiones establecidas, Sartre se sirvió del ejemplo de Raskolnikov para replantear el tema de la ética como un asunto individual y para poner el acento en las responsabilidades de la libertad. Aun sin las amenazas del rayo de Zeus, el espejo humeante de Tezcatlipoca o la policía secreta del Partido, el hombre no tiene por qué convertirse en un costal de instintos que corre por la pradera al grito de ``¡todo está permitido!''. Recientemente, la película Crash ofreció una nueva versión de la res cogitans alivianada. En este caso, ``liberarse'' de complejos significaba ser una criatura tan caliente como motorizada, es decir, alguien capaz de intuir un hotel de paso en cada auto, palpitar con la fragancia del aceite multigrado y saber que la palanca de velocidades y el escape son zonas erógenas. En un mundo que ofrece calzones comestibles y agua santificada por el Beato Aparicio, hay gustos para todo y resulta ocioso descalificar a los fanáticos mexicanos de Crash que consideran que las tiendas de autopartes de la colonia Buenos Aires combinan los atractivos de la ilegalidad y las sex-shops. Pero dejemos en paz los instintos y volvamos al gabinete de la ética: el auténtico desafío de la libertad estriba en que también obliga a decidir lo que no se hace. Toda libertad, por íntima que sea, entraña un catálogo de privaciones y esto fue lo que le pareció decepcionante a Norman Mailer. Por eso creó uno de los sistemas de pensamiento más simples y conchudos de la historia: el héroe existencial o el búfalo que nunca se arrepiente. De acuerdo con Martin Amis, el existencialismo según Mailer se reduce a la frase: ``nunca debes pedir perdón''. Este nuevo arquetipo societario gozó de algún éxito gracias al poderío verbal de Mailer y a que los tiempos realmente se antojaban para surtirle a todo sin andarse con tiquismiquis. Baste recordar el lema de Love Story, la película con la que Hollywood lloró en el hombro del jipismo light: ``amar es nunca tener que pedir perdón''. ¿Quién aceptaría esta excusa en los persecutorios tiempos que corren? Mailer buscaba a un héroe para su hora; en los sesenta, un suéter de estambre podía contener los colores que hoy vemos en el catálogo de Benetton y un peinado sólo calificaba como afro si lograba que una persona le tapara el sol a una tribu. La oferta de excesos reclamaba a un ídolo de la permisividad absoluta, alguien que no se amilanara por contribuir con una vomitada al diseño psicodélico de la alfombra, alguien como Ira Inhorn, conocido como El Unicornio, que fue amigo de Jerry Rubin, repudió el jabón hasta oler como un ocelote, se convirtió en exitoso gurú de la nueva era y se retiró a vivir en la campiña francesa bajo el nombre de Eugene Mallone. El 13 de junio de 1997, el amigo de Allen Ginsberg y Peter Gabriel fue arrestado por Interpol por haber descuartizado a su novia en 1978. El héroe existencial había ido demasiado lejos en el cumplimiento de sus necesidades. De manera emblemática, El Unicornio, ahora de 57 años, no muestra la menor señal de arrepentimiento. El paciente lector que haya llegado hasta aquí, se preguntará por nuestro interés hacia este extraño arquetipo del libertinaje. El tema no es tan ajeno a nosotros como pudiera pensarse: Metempsicosis Martínez acaba de visitar estas oficinas. El próximo domingo: ``Nuestro héroe existencial''.
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Cuando imaginas el cuarto amarillo, ¿qué haces? La respuesta habitual es decir: ``veo cosas con los ojos cerrados'', ``me represento en la mente cosas'', ``veo'' imágenes. Si te pido ``imagínate el cuarto amarillo con un dragón adentro'', tú produces en tu mente la imagen que se te solicita y la ``ves''. Según esto, imaginar es, pues, producir y operar imágenes mentales, y soñar es, por lo tanto, ``ver'' imágenes mentales cuando estamos dormidos. Por eso la gente pregunta si sueñas a colores o en blanco y negro. Pero esta concepción, la más común, la espontánea del imaginar, trae problemas. Vamos a verla más de cerca. Estas imágenes, estas cositas delicadas que ``ves'', ¿dónde están? Wittgestein pregunta irónicamente: ¿a dos centímetros de tu frente? No, claro que no. Hay que admitir que no tienen localización ni precisa ni imprecisa. Las imágenes no están en ninguna parte. Aparecen, pero no ocupan ningún lugar. Qué cosa tan rara: ¿qué clase de entidades son estas que no están en ninguna parte? Y, por otro lado, ¿cómo hago la imagen? ¿Hago algo cuando produzco una imagen? La imagen aparece de pronto, como un fantasma, sin rastro alguno de cómo se formó. ¿No te parece rara una entidad que aparece en ti sin que tengas idea de cómo se hace? Puede decirse: la imagen no es cosa, por eso no ocupa un lugar en el espacio. No es cosa, ¿y entonces qué es? Una especie de pensamiento de la cosa. Si imagino al tío Max, no está él en mi cabeza, él está en su casa leyendo el periódico, tampoco está en mi cabeza una especie de foto o representación suya, lo que está en mi cabeza es lo que yo sé de él. Y eso no tiene por qué estar en alguna parte, como no está en alguna parte la tabla del 8 que también me sé. Parte de lo que sé de mi tío consiste en visualizaciones, entendidas no como cine interno o retrato mental que ``veo'' quién sabe cómo, sino ese conocimiento que tengo de él, y en este caso visual. Y por conocimiento visual de mi tío entiendo sólo que sé cómo es físicamente y puedo dibujarlo o reconocerlo en una fila de sospechosos. Imaginar es una manera particular de elaborar y presentar esto que sé de él. Es preferible entonces entender por imaginar, no la operación de imágenes mentales y su cine interno, su ``ver'', que es limitado y se presta a confusión, sino la operación peculiar con eso que sé de las cosas, las personas y las situaciones. Pero hay que dejar muy claro que pensar en el tío Max o imaginar al tío Max son operaciones muy diferentes. Pensar es ordenar datos, formular problemas, catalogar situaciones (esto es como esto otro); imaginar es conjeturar una situación particular. El pensar es lento, esforzado, gobernado; el imaginar, relampagueante, gratuito, ingobernable. Pensar en el tío Max es considerar su edad (tiene 90 años), sus gustos y hábitos, lo que ha sido, es y puede ser su vida. Imaginar es conjeturarlo de ocho años, allá en Lituania, montado en un caballo. Esta conjetura ecuestre de mi tío viene de pronto a mí, sin visualización precisa (no supe de qué color era el caballo), pero nace de lo que sé de él (se crió en el campo y le gustan los caballos). ¿Por qué lo imaginé de ocho años? No lo sé bien, la imaginación es arrogante y no da nunca explicaciones de su actividad. Pero la idea del imaginar como cine interno es recalcitrante. Imagínate una tripa de plástico traslúcido color verde botella. Ahora imagina que una hormiga roja la va recorriendo. Va por fuera, llega a un borde y ahora se introduce en la tripa y va caminando por dentro, el color de la hormiga se oscurece, pero todavía se distingue con claridad, avanzando. Si podemos imaginar esto, ¿cómo no pensar en la imaginación como cine interno? Hay una compulsión a creerlo: ``vemos'' la tripa y la ``vemos'' verde botella, y en ella, la hormiga exploradora. Sin embargo, lo que cuenta en esta actividad no es la visualización sino la idea de tripa recorrida. Una prueba es que no puedes sostener la visualización del recorrido. De hecho la hormiga no camina por la tripa, tú sobrepones la noción del caminar de la hormiga roja a la de tripa verde botella. La imagen es demasiado evasiva y frustrante, tú no la puedes observar porque no hay nada ahí qué observar, no es una foto, sino tu saber puesto en términos visuales. Tu imagen es instantánea, se agota al presentarse.
En su celebrado libro Ser digital, Nicholas Negroponte escribe: ``Existe otra forma de ver el periódico: como si fuera una interfase para las noticias. En vez de leer lo que otra gente cree que es noticia y que merece el espacio que ocupa [el periódico, al] ser digital cambiará el modelo económico de las secciones de noticias, hará que sus intereses [los del lector] jueguen un papel más importante y, de hecho, usará los pedazos que quedaron tirados en la sala de redacción.'' Negroponte describe un dispositivo delgado como el papel, inalámbrico, ligero, a prueba de agua y brillante, al cual se transmitirían todos los días las noticias que uno considerara importantes y apropiadas. Dejaríamos de leer las noticias de ayer para examinar las actualidades de manera prácticamente instantánea, en una cosa que Negroponte denomina The Daily Me o El diario yo. Cada lector podría mandarse hacer su propia edición de periódico, con la ayuda de agentes o filtros electrónicos que rondarían el ciberespacio cazando únicamente las noticias que nos interesan. Además, el aparato tendría un control que serviría para calibrar el grado de individualización de la información. En lo más personal encontraríamos las noticias de nuestra calle, campo de trabajo y equipo favorito; en el otro extremo, habría cosas como las novedades editoriales de Nueva Guinea. Esto equivaldría a tener una agencia noticiosa personal, lo cual supuestamente nos ahorraría tiempo y nos mantendría eficientemente informados. Todo esto suena bien, pero como tantas otras ideas tecnoeufóricas de Negroponte, es un disparate. El director del laboratorio de medios del MIT señala que mucha gente tira secciones completas del diario sin leerlas y supone que los lectores estarían dispuestos a pagar más por un diario que, en vez de ofrecer cientos de páginas intrascendentes, nos diera en unas cuantas hojas sólo las noticias adecuadas.
El periódico como vínculo social
Negroponte y sus seguidores han olvidado que un periódico es un medio que cumple con la norma fundamental de la teoría general de los sistemas de Ludwig von Bertalanffy: el todo es más que la suma de las partes. Un diario no es un mero canal informativo, es mucho más que la suma de artículos, reportajes, comentarios, fotos y listados. En una era de bombardeo informativo, lo que menos necesitamos es otro manantial inagotable de noticias. Un periódico tiene una identidad definida y eso es lo que pagamos con unos cuantos pesos todas las mañanas. Uno lee el diario no solamente para enterarse de noticias sino para sincronizarse socialmente al compartir ciertos conocimientos de interés general. Además, una de las funciones principales del periódico es reconfortarnos con las opiniones de nuestros editorialistas preferidos, así como darnos cinco orwellianos minutos de odio cotidiano al confrontarnos con nuestros articulistas más detestados. Creer que se puede armar un diario simplemente pegoteando artículos es tan ridículo como la idea de Michael Dertouzos de que pronto habrá robots que convertirán automáticamente verduras, carnes y frutas crudas en deliciosos platillos.
Lo sustituible y lo irremplazable
Los anuncios clasificados, las cifras de la bolsa de valores y la programación de espectáculos son algunas de las funciones de un periódico que pueden ser ofrecidas con mayor eficiencia por el texto digital. En particular, el diario en línea es útil porque ofrece la posibilidad de hacer búsquedas de noticias, cosas y personalidades en grandes bases de datos. No hay duda de que la nostalgia juega un papel importante en nuestro apego al periódico, pero hasta ahora no existe un medio sustituto, técnica y comercialmente digno de hacernos modificar los rituales matutinos. Asimismo, estamos muy lejos de contar con un programa capaz de ponderar la importancia de cada noticia y columna de acuerdo con una infinidad de criterios, que en su mayoría son subjetivos.
Sobrevivir a todo
Los diarios han sobrevivido al radio, la tele, la televisión por cable (CNN incluido) y seguramente sobrevivirán a Internet. Los periódicos que han ido perdiendo la carrera por la supervivencia son las ediciones vespertinas, las cuales resultan redundantes debido a que compiten contra la velocidad de los medios electrónicos. No obstante, la página tres y los ingeniosos titulares sensacionalistas de media plana siguen vendiendo ejemplares. Hasta ahora los periódicos no han sufrido mucho por la aparición de la masa irrefrenable y anárquica de información en Internet. En cambio, aún estamos muy lejos del momento en que los diarios en línea serán negocio. Actualmente, hay 2,302 periódicos en línea y 2,227 en el www; entre éstos hay publicaciones locales, estatales, nacionales, universitarias, especializadas, religiosas, deportivas y de negocios. Estos y otros datos interesantes se encuentran en: http://www.mediainfo.com/ephome/npaper/nphtm/online.htm. Para darnos una idea del mal negocio que son aún las noticias en línea, basta considerar que de entre todos los grandes diarios del mundo sólo el Wall Street Journal se atreve a cobrar el acceso a sus versiones en Internet: http://wsj.com. Otras recomendaciones: http://lcweb.loc.gov/global/ncp/ncp.html (Biblioteca del Congreso); http://www.gda.com (Grupo de Diarios América); http://ajr.org (American Journalism Review).
Naief Yehya
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