La Jornada Semanal, 26 de octubre de 1997
En lugar de incienso y rosas
he traído para ti algo distinto.
Viviste la vida adustamente
y llevaste hasta el final un gran desdén.
Bebías vino, bromeabas como nadie,
te gustaban los lugares abiertos.
Permitiste a un terrible visitante
anidar en tu corazón
y te quedaste con él a solas.
Y ahora no estás, y la vida hermosa
y triste calla alrededor,
sólo la voz mía, como una flauta, suena
en tu silencioso festejo funerario.
Oh, quién osará creer a esta loca de remate,
a mí, la que lamenta los días que se han ido,
la que ha ardido en el fuego lento
de todo lo perdido y olvidado.
Hace falta entender, entonces, a quien como tú,
lleno de fuerzas, de carácter e ideas luminosas,
pareciera que hablara apenas ayer conmigo
ocultando el dolor tembloroso de la muerte.